Sebastián de Belalcázar: infatigable navegante y fundador de ciudades
IGNACIO FERNÁNDEZ VIAL- GUADALUPE FERNÁNDEZ MORENTE
Pasa los primeros años de su vida siendo leñador junto a una humilde familia que se ganaba el pan labrando su propia tierra. Queda huérfano muy joven y se ve al cargo de dos hermanos en tiempos difíciles para formarse un porvenir. Como en otros tantos casos, el sueño americano aflora como tabla de salvación de su ruin vida, por lo que sin duda alguna, al cumplir los 18 años, Sebastián de Belalcázar se decide a subir a bordo de la primera de las naves que salga de la capital hispalense con destino a ese quimérico mundo que descubrió Colón. A partir de entonces comienza una intensa vida de cerca de 60 años ininterrumpidos de aventuras, que le han valido ocupar un nombre destacado en la nómina de las grandes figuras del siglo XVI. Su fama ha llegado hasta nosotros por la magnitud de sus acciones en Ecuador y Colombia, donde llegó a fundar hasta 16 ciudades y por su destacado papel en la pacificación de estos inmensos territorios.
Según indican algunas fuentes, pudo haber pasado al Nuevo Mundo embarcado con Cristóbal Colón en su tercer viaje colombino en 1493. Los seis barcos de esta flota parten desde Sanlúcar de Barrameda y llegan a la isla Trinidad para luego reconocer, Tobago, el golfo de Paria y la desembocadura del río Orinoco. Dos años más tarde la armadilla regresa a La Española, donde Belalcázar se establece en busca de una nueva oportunidad. Está le llega en 1514 cuando los 25 barcos que conforman la gran armada de Pedrarias Dávila, que habían salido de Sanlúcar de Barrameda, entran en el puerto de Santo Domingo. Durante su estancia en la capital de La Española, Dávila necesitando un capitán, consulta con los hombres de mar allí asentados, los cuáles unánimemente le dicen que el más dotado para ocupar este puesto en toda la zona del Caribe es Belalcázar. Con él a bordo, la flota pronto se hace a la mar, para dirigirse a las costas colombianas. Recalan en Santa Marta y barajan el litoral que se les abre hacia poniente, para acabar internándose en el golfo de Urabá. Una breve escala y continúan su reconocimiento por las costas del istmo de Panamá. Una vez aquí pone pié en tierra para a continuación participar de manera destacada en la fundación de la ciudad de Panamá, donde se radica y participa de manera activa en la vida de esta nueva villa, que pronto se convierte en un hervidero de hombres y naves dispuestos a iniciar nuevos viajes de exploración por aquel continente, que saben está aun sin hollar y que presumiblemente guardaba en su seno incontables riquezas.
Desde Panamá, su gobernador ordena que se armen navíos para arrumbar hacia el norte de su gobernación por la Mar del Sur, y pone al mando de ellos a Francisco Fernández de Córdoba. Vemos a Belalcázar participando en esta expedición que navega por toda la costa del istmo hasta alcanzar Nicaragua, donde levantan las ciudades de León y de Granada, que recibe este nombre en honor de la tierra natal del capitán. Al finalizar dicha expedición, Belalcázar que era hombre de espíritu inquieto, resuelve continuar con su avance descubridor y se suma a la empresa que estaba fraguando Francisco Pizarro para conquistar el gran imperio inca. Se embarca en uno de sus navíos y navega por la cara occidental del litoral sudamericano hasta alcanzar Piura, donde terminan sus lances marítimos y comienza su enorme trayectoria por tierras quiteñas y colombianas, donde pacifica a sus moradores y levanta villas permanentes para colonos españoles. Debido a que de sus manos nacen un reguero de ciudades, entre otras las poblaciones de Santiago de Guayaquil, San Francisco de Quito, Santiago de Cali, Asunción de Popayán, villa de Neiva y Sebastián de Belalcázar, se le ha dado el apelativo de «fundador de ciudades».
En reconocimiento a sus servicios el rey Carlos I le nombra adelantado y gobernador de un amplio territorio ubicado en los actuales Ecuador y Colombia. Anciano y debilitado por toda una vida de esfuerzo permanente en la que recorre miles de kilómetros por mar y tierra, y conociendo el sinsabor de las diputas de poder entre facciones de caudillos españoles que culminan en un proceso que lo condena a muerte, fallece por enfermedad en Cartagena de Indias, donde esperaba un navío que le condujera a España en busca de buena justicia.
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