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Triana, entre Pureza y el Rocío

VÍDEO: CRISTINA AGUILAR

Rocío de la crisis. ¿Qué crisis? Eso mismo se preguntaba la gente que acudió, como cada año, a ver la salida de Triana hacia la ermita. Apabullante la partida del Simpecado, acompañado, oficialmente, por 5.000 peregrinos, 400 caballos, 36 carretas de bueyes, 500 carriolas más 300 vehículos variados de tracción animal... Tal vez algunos empeñados y apretándose el cinturón del traje corto y vistiendo la bata rociera del año pasado, quizá algunos en peregrinaje de low cost guardado en forma de bocadillos de fiambre en la mochila y saco de dormir a las espaldas pero, ayer, Triana volvió a brillar, con su colorido, sus salves, sus sevillanas y su alegría concentrada en torno a la devoción a la Virgen del Rocío y al inicio de una romería que la deja, cada Pentecostés, un poco sola. Este año, además, partida en una división de amor, porque al cruzar el Quema, pisar la Raya Real, arribar en Palacio, al enfrentarse al Ajolí y llegar a la aldea muchos rocieros de Triana estarán pensando en la Esperanza, que estos días celebra el XXV aniversario de su coronación canónica. Muchos irán y volverán desde el Rocío para no dejar de estar al lado de sus dos devociones.

Mañana plena, de cielo luminoso y sol espléndido. La ruta urbana conducía hasta Santa Ana, la Catedral del arrabal. Cintas verdes al sombrero, medallas renegridas y brillantes, abrazos, besos, emoción, caballistas, pijitos de igual corte de pelo y patilla, niños de escaparate con su jarrito de lata y su pañuelo al cuello, mujeres del barrio, abuelas con nietos y mochilitas colegiales, señoras que se escapan de su actividad doméstica para estar a las ocho en punto llenaban Santa Ana, donde el Simpecado lucía recortado sobre el trampantojo del retablo de Pedro de Campaña, y el cardenal, monseñor Amigo Vallejo, presidía la emotiva misa de romeros, en la que se colaban el jaleo de Vázquez de Leca y la voz del cuponero de la Plazuela de Santa Ana, también abarrotada de gente junto a la impresionante carreta y a los descomunales bueyes -Diquero y Corista, de casi ochocientos kilos- que atraían la atención de los más pequeños y del turisteo patrio y foráneo, que fotografiaban a los animales y a Antonio Espinosa, que cada año los manda sólo a la salida.

«Y viva la Madre de Dios». Fray Carlos Amigo rubricaba y explicitaba con sus palabras el sentido de la romería y silencio denso y atento en la plazuela, sólo roto por el primer sobresaltante cohete, cuando el Simpecado apareció a las puertas de Santa Ana. Marcha Real a tamboril y flauta. Vivas a la Virgen del Rocío, al Pastorcito, al barrio... Con el Simpecado en la carreta la masa se dirigió detrás, muy lentamente, hacia Vázquez de Leca para entrar en la calle Pureza a los sones de pasodobles de aires taurinos. Porque el hito buscado y esperado estaba a las puertas de la capilla de los Marineros. Dentro, la Esperanza, en su paso de palio, a cinco días de volver a la Catedral de Sevilla para los actos del aniversario de su coronación, a manos, precisamente, del cardenal Amigo, el 2 de junio de 1984, cuando era el arzobispo recién llegado a Sevilla.

Era un instante para recoger la impronta de ver Triana con el Rocío en sus labios frente a la Esperanza, espléndida para su celebración, que abarca a todo el barrio. Sevillanas de los coros de la Hermandad rociera, salves... poco a poco la carreta del Simpecado fue entrando en la Capilla de los Marineros, a cada avance, la gente, impresionante multitud llenando la calle Pureza, contenía la respiración. Finalmente, cuando el Simpecado quedó frente a la Virgen la calle se vino abajo entre aplausos y oles. Más sevillanas, y las palabras, porque le pusieron Rocío, porque Eres Tú Blanca Paloma, hicieron llorar a la gente. «Están cantando lo que es Triana», estaba mirando la hermandad de gloria a la Dolorosa, a la que el coro obsequió con la Salve Marinera. Después, mientras quedaba un tapón de gente ante el templo de de la Esperanza para entrar a verla, el Simpecado, envuelto siempre en trianeros, siguió su camino hacia el Altozano, Castilla y La O, el Cachorro, la Pañoleta, hasta donde mucha gente lo acompaña, para adentrarse en su bello camino hacia la ermita, hacia la Virgen del Rocío.

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