Domingo , 01-11-09
FINALMENTE, todos iguales, los del PP, los del PSOE, los nacionalistas. Todos esposados, todos en la cárcel, todos acusados de prevaricación, cohecho, blanqueo de capitales y delitos por el estilo. ¿Contentos? Hombre, lo que se dice contentos, no. Sólo satisfechos de que algunos de los que se dedicaban a tan deshonestas actividades tengan que dar cuenta de ellas. Pero hay demasiados agujeros en esa satisfacción para sentirse contento. El primero, el tiempo en que tardó en actuarse. El caso Pretoria venía investigándose desde 2001 y sólo ahora sale a la luz. Luego, que hubiera sido denunciado sin tenerse en cuenta, y haya tenido que ser la Audiencia Nacional quien se hiciera cargo del mismo. Por último, la proliferación de casos por el estilo en todas las comunidades y todos los grandes partidos, sin que haya que ser malpensado para imaginar que los pequeños se libran por no tener oportunidades, pues en cuanto se unen a los grandes, participan en las fechorías. Estamos descubriendo sólo lo que hay debajo de una esquina de la manta de que hablaba Pujol. ¿Sabremos algún día lo que se «afanó» en la Barcelona olímpica y en la Feria Mundial de Sevilla?
No hay, por tanto, motivos de alegría. Todos somos iguales, sí, pero a la baja, como está ocurriendo en todo en esta democracia nuestra, mientras nos deslizamos hacia los últimos puestos en educación, productividad, prestigio y, ahora, en moral pública. Sin que valga la disculpa de que corrupción la hay en todos los países. Lo malo es que aquí empieza a formar parte del sistema, a juzgar por el número de casos y la renuencia de la sociedad civil a ponerles coto. Lo que demuestra que no es una auténtica sociedad civil, sino un coro de figurantes que espera poder sacar provecho si «los suyos» se encaraman a lo alto de la cucaña. No es éste todavía el grado al que hemos llegado. Pero llegaremos si seguimos por el mismo camino.
La corrupción viene del dinero fácil e incontrolado, y la mejor forma de atajarla es cortar el grifo de ese dinero a quienes principalmente lo manejan: los partidos y los ayuntamientos. Unos partidos políticos que se financian con dinero del Estado sin dar cuenta a nadie, convertidos en grupos herméticos para alcanzar el poder, que atraen a todo tipo de sinvergüenzas como la miel a las moscas. Y unos ayuntamientos sin apenas recursos, que gastan diez veces lo que ingresan, gracias a la recalificación de terrenos, cuyas plusvalías quedan al alcance de quienes las manejan. Reformar la financiación de los partidos y la de los ayuntamientos es condición indispensable para salvar la democracia española. Así de simple.
Lo malo es que esa reforma sólo pueden hacerla los partidos políticos. ¿Y cómo van a cambiar el sistema quienes son los primeros beneficiados del mismo?

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