El humor vital de Manuel Ferrand
Hoy se cumple el 25 aniversario de la muerte de Manuel Ferrand, redactor jefe de ABC y ganador del Premio Planeta con su novela «Con la noche a cuestas»
Tal día como hoy, hace ya veinticinco años, fallecía en Sevilla Manuel Ferrand Bonilla (1925-1985), historiador, escritor, periodista, dibujante, profesor y un sinfín de facetas más que abordó esta figura inabarcable y en todo caso imprescindible para conocer mejor la cultura y el periodismo sevillano del siglo pasado.
Manuel Ferrand nació en el año 1925 en la calle Rodrigo Caro, en el barrio de Santa Cruz. Por esa razón llevó siempre grabado en su alma un gran amor hacia Sevilla, pero siempre ofreciendo una imagen de la ciudad alejada de cualquier tópico. En ese sentido, según indica su hijo Pablo Ferrand, «el concepto de Sevilla siempre estuvo plasmado en todas sus novelas, además mostró gran interés por el patrimonio hispalense». También su hijo Manuel Ignacio reivindica un libro imprescindible en la faceta creadora de Manuel Ferrand. Se trata de «Calles de Sevilla», que fue publicado por Planeta con fotos de Alberto Viñals: «Tenía un conocimiento muy profundo de la ciudad y de su historia, desprovisto siempre de tópicos, pero al mismo tiempo era muy vital y poseía un gran sentido de la realidad, reflejando un punto de vista múltiple de Sevilla, tanto para lo bueno como para lo malo». Manuel Ignacio Ferrand realizó una reedición de esta obra con la Diputación, aunque sin sus ilustraciones, «por eso sería necesario volverlo a publicar con las fotografías originales», señala.
Apasionado por la música
En todo caso, tratar de diseccionar la faceta creativa de Manuel Ferrand en un artículo es muy complejo pues fue una persona inquieta y vital, interesado por gustos tan dispares como la literatura clásica española, la historia del arte, la música, el cine, el cómic y todas las manifestaciones artísticas más novedosas: «En su discoteca encontrabas sobre todo discos de música clásica, pero también podías ver álbumes de jazz y le gustaban los Beatles», señala Pablo Ferrand. Asimismo, éste reconoce la gran pasión que su padre tenía por los cómics: «Desde que era pequeño le encantaba dibujar y le gustaban los cómics de Flash Gordon, el T.B.O. y las aventuras de Tintín, a la que me aficionó».
Cuando alguien se acerca a la trayectoria de Manuel Ferrand, una de las claves para entender mejor sus ilustraciones, sus artículos para la prensa o sus novelas, es el sentido del humor que los impregnaba. A este respecto, sus textos y sus dibujos eran refinados e inteligentes, algo que lo acercaba al humor inglés. No en vano, Ferrand amaba la literatura británica y era un fiel seguidor del Padre Brown, de Chesterton. Según recuerda Manuel Ignacio Ferrand, «mi padre aplicaba el humor a todos los aspectos de la vida ya que era modelo de comportamiento ético. Eso estaba en sus relaciones sociales, familiares y en lo mejor de su obra, en donde se impregna el humor tanto en sus novelas, como en artículos, como en sus dibujos de la “Codorniz”. Era un humor de sevillano fino que no tenía nada que ver con el chascarrillo ni con la gracieta. Era un humor británico, agudo y penetrante».
Un gran novelista
La trayectoria de Manuel Ferrand como escritor fue una de las más destacadas dentro de la generación de narradores andaluces que surgieron en los años sesenta. En 1966 debutó como novelista con «El otro bando», que le hizo ganar el Premio Elisenda de Montcada. Pero fue en 1968 cuando obtuvo el reconocimiento nacional por su novela «Con la noche a cuestas», con la que ganó el Premio Planeta. Esa obra narraba el nacimiento del barrio de los Remedios y sigue siendo la más reeditada. Otras novelas imprescindibles fueron «La sotana colgada» (1971), «Quebranto y ventura del caballero Gariferos» (1973), «El negocio del siglo» (1977), y «Los iluminados» (1982), una de sus obras más personales. Tanto Pablo como Manuel Ignacio Ferrand coinciden en que su padre prefirió renunciar a una carrera literaria más brillante porque era una persona que siempre tuvo como prioridad a su familia y a sus amigos de Sevilla.
Otra faceta clave para conocer la personalidad poliédrica de Ferrand fue su labor como profesor. En 1950 comenzó a trabajar como auxiliar de cátedra de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla. Pero fue a partir de 1973 cuando regresó a la Hispalense para iniciar una apasionante etapa como profesor en la Facultad de Bellas Artes. Según Manuel Ignacio Ferrand, «mi padre consideraba a sus alumnos como creadores». Las clases magistrales de un docente atípico que pintaba en la pizarra con un trazo firme se prolongaron, así, fuera de las aulas, ya que sus alumnos lo adoraban. «Todavía hay estudiantes de aquella época que me recuerdan lo buen profesor que fue mi padre», reconoce Pablo Ferrand.
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