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Un adiós histórico eclipsó el tenis

Ferrer resuelve su partido ante Moyá por 7-6 y 6-3 el día de la despedida del ex número uno del mundo, que eligió para tan importante fecha la ciudad que lleva en el corazón desde la Davis'04

FELIPE GUZMÁN

SERGIO A. ÁVILA

El amor correspondido, nada hay más bonito, de Carlos Moyá con Sevilla viene de lejos, de 2004, cuando aquella segunda Ensaladera ganada por España frente a Estados Unidos (Fish, Roddick y los hermanos Bryan mordieron el polvo) encendió la pasión por el tenis con mayúsculas en el estadio de La Cartuja, ese espacio multiusos, sin definir, como desubicado o fuera de sitio, que despierta recelos varios desde que se levantó y lo mismo acoge una final de Copa Davis que muta en gigantesco macro-escenario para orquestar un concierto de U2 o se recoge en la intimidad verde esperanza de la Macarena. Ese recinto tiene varias muescas grapadas a la historia, y la del tenis es una más, acaso la más importante para muchos por cuánto significó aquella final. Es ese estadio un todo en uno que hace seis años se ganó un sitio en la historia del tenis español, en su laureada trayectoria, y si lo consiguió fue gracias al trabajo encomiable de trabajadores de la estirpe ganadora de Carlos Moyá, que en aquella cita inolvidable, cénit de su carrera —cuando ya el insolente Nadal asomaba la cabecita por el Circuito que ahora domina con puño de hierro— ganó sus dos encuentros, no sin esfuerzo ni épica, para mayor gloria, ante Mardy Fish y Andy Roddick. ¿Se acuerdan? Y Sevilla, «la del color especial», como soslayó al término del partido el propio Charly revisitando el tópico más manoseado que distingue a la ciudad, suele acordarse de esos momentos y rendir tributo, sino pleitesía, en señal de agradecimiento, a quienes marcaron huella indeleble, que no caduca. Y Moyá la deja, deja tras de sí el rastro imborrable del campeón. San Pablo, la morada del Cajasol —con menos público, la verdad, de lo que merecía la cita— se rindió a sus pies en la última vez, el adiós definitivo a la práctica profesional de un tenista legendario, con marcado e identificable estilo. Bastante oposición le presentó a David Ferrer, número siete del mundo al que ayer, en la pista indoor instalada en el pabellón, se le notó, en efecto, la inactividad.

Ovación tras ovación

El partido fue una colección de errores no forzados, atractivo por el garbo de los competidores pero poco apasionante desde el punto de vista tenístico. Lo que pasa es ayer hasta el tenis quedó en un segundo plano, eclipsado por la emotividad, antes y después del duelo más esperado de la jornada inaugural del Master, el que más expectación concitó. La gente estuvo siempre con Moyá. Lo aclamó con más decibelios que a nadie cuando el speaker, media hora antes del partido ante Ferrer, fue nombrando uno por uno a los ocho componentes del cartel, y rompió en ovación cerrada, unánime, cuando agarró el micrófono, se fue al centro de la pista e improvisó una despedida. Dio las gracias, recordó sin que hiciera falta que a Sevilla la lleva dentro, en el corazón, y luego se giró para mirar a la parte de la grada donde estaba su gente, su pareja y su niña, «que por primera vez ha presenciado un partido de su padre». En ese instante sobraron las palabras. Por sobrar, sobró casi el tenis, si no fuera por lo especial de la ocasión, porque se medía un ex número uno del mundo con una de las ocho mejores raquetas del orbe ATP, un top ten que ha clausurado hace días una de las temporadas más dulces que se le recuerdan al alicantino con su presencia en la Copa de Maestros de Londres. Los dos, por tanto, impartieron magisterio, aunque fuera a tres cilindros, sin exprimir todo el tenis que llevan dentro. No importó. Era un día para el disfrute, para quedarse con los detalles y paladear los últimos lances de Moyá, como esa derecha que sigue siendo atronadora, el revés elegante a una mano, o qué decir de las dejadas a media pista con las que se sacudió varias veces el peso de la solidez más evidente que exudaba el juego de Ferrer, más entonado el levantino, tampoco mucho más que el balear.

Moyá, sin estar fino, le sacaba brillo a la ortodoxia en cada golpe. Hubo errores a espuertas y toda la emoción del trance se concentró en el primer set. Ferrer le rompió el servicio a Moyá en el tercer juego y éste, lejos de perder fuelle, fue ganando confianza, desentumeciendo los músculos y soltando la derecha, derrochando repertorio. Le devolvió la moneda en el sexto (3-3) y esa manga se abocó a una muerte súbita de extraña resolución, decantada para Ferrer tras perder Moyá una renta golosa de 5-0. El segundo set se consumió por la vía rápida, como si la despedida sin punto y seguido ya no pudiera esperar. Ferrer quebró por segunda vez el saque de su rival en el octavo (5-3) y lo que vino después fue un intrascendente servicio resuelto en blanco por el alicantino. Fue la antesala del último «hasta luego Lucas» de Charly, uno de los últimos románticos del tenis.

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