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«Musica reservata»

El concierto que ayer ofreció Barenboim fue toda una lección de buen hacer, de instinto y, lo más importante, de profunda sabiduría

Día 21/02/2011
ABC
Barenboim, el pasado martes en el Palau de la Música de Valencia

Daniel Barenboim explicaba hace dos días en este mismo periódico que Schubert es un compositor que «no ha tocado tanto». Lo decía, por supuesto, en comparación con Beethoven, con Mozart o con Brahms, cuya relación de obras ayuda a llenar las diversas páginas que Ibermúsica dedica a su abundante discografía pianística en el programa de mano del concierto que ayer ofreció en Madrid.

Por supuesto que Barenboim, el pianista, por seguir circunscritos a este ámbito, es intérprete de grandes números y ese seguramente es uno de sus atractivos en este mundo de máximos. También el de sus compromisos políticos, especialmente ante un patio tan revuelto. Aunque sin duda hoy importa más el valor de su calidad musical.

Esto último tiene su trascendencia, particularmente para quienes muchas veces han reconocido en el genio un estilo demasiado sobrio, que es tanto como decir distante, o le han querido ver un oficio poco cuidado, propio de alguien que haciendo mucho no encuentra tiempo para el detalle.

Para ellos y para aquellos fieles a los que les habría gustado que en estos años Barenboim hubiese tocado más Schubert, el concierto de ayer fue toda una lección de buen hacer, de instinto y, lo más importante, de profunda sabiduría.

De lo fácil a lo complejo, podría señalarse lo mucho que hubo de reflexión en interpretaciones de tanta sencillez y cercanía como las que se ofrecieron del «Momento musical en fa menor» y del «Impromptu, opus 142/2» que sonaron fuera de programa. Sabiduría para el matiz, para convertir las relaciones tonales en acento, para hacer del color una forma de expresión y para transformar el piano en una ingeniosa maquinaria de accesible malabarismo.

El público intuía que algo de esto podía suceder y por eso en el Auditorio madrileño se respiraba ayer el ambiente de los grandes días lográndose un lleno de los que ya es difícil ver en estos tiempos de crisis. Pero fue así y también que la atmósfera de nebulosa a través de la cual misteriosamente empezó a surgir el canto marcó el arranque del concierto y de la sonata D 894, para luego mostrarse melancólicamente alegre, serenamente inspirado ante un piano lleno y paradójicamente íntimo. En realidad, Barenboim planteó dos mundos distintos alrededor de una misma elocuencia. El de esta obra que tuvo mucho de «musica reservata» por lo refinado y lo erudito, por ese sutil final evanescente tan ajeno al aplauso, y el de la sonata D. 958 dicha en un tono más afirmativo, más claroscuro, moderadamente sobrio en el tiempo lento y apaciblemente dominador en el cierre.

Y en ambas la claridad en la articulación, la aparente libertad de la forma, la originalidad con la que se resolvieron muchos lugares comunes. Ante todo, la personalidad única de un intérprete que ayer logró aflorar mil matices en una música que por alguna razón es pura prospección de la vida y del instrumento.

IBERMÚSICA

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