El Humilladero humillado
En 2004 el Ayuntamiento comprobó que el templete estaba en ruinas. Siete años después, sigue deteriorándose
El Humilladero de San Onofre es el único monumento sevillano que florece cada año y lo hace de tal forma que se está convirtiendo en un reclamo turístico, todo majestuoso recubierto de amarillo jaramago. Con el verano y entran ganas de aprovechar la cosecha y segarlo. Pero los tallos resecos siguen allí, cada vez más espesos. Puede vislumbrarse un instante desde el tren, desde la gran ronda norte y desde el puente de San Jerónimo que va a La Rinconada. Porque está justamente ahí, escondido bajo la barandilla y la escalera de hierro que le pusieron. Intentar llegar hasta el pie del monumento desde el puente es una experiencia tercermundista y peligrosa. Difícilmente se podría haber hecho peor para el templete y para el visitante . El humilladero ocupa el centro de un nudo de comunicaciones en un paisaje polvoriento y sucio, dominado por el urbanismo caótico propio de las afueras y cerca de las naves industriales. Queda absolutamente empequeñecido, acorralado (mucho más que su hermano mayor, el de la Cruz del Campo) y con temibles grietas a causa de los temblores de tantas pasadas de trenes y tráfico en general. Las raíces han tenido tiempo de profundizar y fortalecerse —varias décadas a su aire— desgajando aún más las losas de barro de la cubierta y abriendo en zigzag las juntas de las piedras de los paramentos.
Mientras la torre Pelli crece aceleradamente con todo el abono que haga falta en busca del hecho consumado, el templete de San Onofre se desintegra y cualquier día se desplomará entero, despedazado entre los jaramagos secos. Y la Delegación de Cultura de la Junta no se enterará, como cuando desaparecieron los alfarjes góticos de la Casa de los Artistas . Ni caso. Un obstáculo menos para el desarrollo sostenible como aquí se entiende. De hecho San Onofre no viene en las guías, más que por ignorancia por vergüenza; pero eso era antes de la floración.
En 1964 fue declarado monumento histórico-artístico a la vez que el vecino monasterio de San Jerónimo. Pero en Sevilla eso importa poco. Otros bienes de interés cultural han caído sin ningún problema .
Desde principios del siglo XX, por su ubicación junto al ferrocarril, al templete de San Onofre se le denomina también del Empalme. Es obra gótica por los arcos ojivales de sus cuatro lados y las nervaduras de la bóveda , y mudéjar por algunos rasgos específicos como las puntas de diamantes que conforman una de las arquivoltas en cada uno de sus cuatro frentes, y los capiteles de mocárabes de los ángulos interiores.
Alejandro Guichot y Sierra cuenta su primera visita a este lugar en 1875, que entonces llamaban «venta del santo» porque allí se veneraba una imagen de San Onofre. El templete era una habitación oculta entre los muros de una casa y una venta que se habían añadido. Faltaba la imagen, y una parte del pedestal yacía arrumbada en el corralillo . Explica Guichot que el templete fue luego depósito de un almacenista de pólvora, y finalmente pasó a otro dueño que derribó las construcciones adyacentes y decidió, en 1916, restaurar el humilladero. Es entonces cuando se coloca la imagen del Sagrado Corazón, de hierro fundido, que hoy figura, y la cruz patriarcal de forja que corona la cubierta a cuatro aguas. Al estar la imagen pintada de negro, la gente empezó a llamarle el Santo Negro ; renació la devoción y no han faltado nunca flores.
Desde hace años, diversas asociaciones vienen denunciando públicamente la degradación de este monumento en campañas como las llevadas a cabo por la Asociación de vecinos El Empalme de San Jerónimo, Ben Baso y Adepa. Piden el traslado del monumento , al igual que Francisco Miguel Castro, arquitecto técnico que ha estudiado a fondo los problemas estructurales del templete y redactado un proyecto para su desmonte y traslado a una plaza del barrio de San Jerónimo. Diez años hace ya que lo entregó en el Ayuntamiento. Y nada. Para Castro, el mayor peligro estriba en una de las piezas (dovela) del arco de la cara oeste que se ha desplazado, aumentando la inestabilidad del edificio. Pero hay otros muchos daños que, como éste, tienen su origen en las vibraciones que produce el paso del tren, unido a la humedad del cauce del Tamarguillo y la vegetación de la zona.
El Ayuntamiento comprobó en 2004 que el humilladero estaba en ruinas. Han pasado siete años, el edificio continúa deteriorándose de forma alarmante: grietas, roturas de sillares, pintadas y el parcheo, quizás con buena voluntad, de una mano de pintura clara que desentona en los pilares. Ha habido días en los que se han visto labores de adecentamiento y limpieza del entorno . El humilladero se ve ahora más desnudo con todas las cicatrices muy visibles porque le han talado dos árboles y una palmera. El humilladero humillado podía verse, meses atrás, cercado con cordeles, sábanas, toallas, ropa tendida. Y un colchón para dormir la siesta. Casi como se lo encontró Alejandro Guichot en 1875.
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