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Guardias al quite fuera de servicio

Tres guardias civiles fueron necesarios para rescatar a un hombre a punto de morir ahogado en Alcalá del Río. Nadie sabe si se cayó o pretendía suicidarse

Guardias al quite fuera de servicio ABC

JOSÉ L. GARCÍA

Siempre les quedará la duda, más o menos razonable, de no saber si expusieron su vida para evitar la muerte de un accidentado o de un suicida, pero el caso es que, a día de hoy, los tres guardias civiles que el 28 de agosto pasado se tiraron aguas abajo desde la presa de Alcalá de Río tienen en su haber personal la satisfacción de poder ver por el pueblo al hombre que aquella noche cerrada de verano estuvo a punto de morir, o acaso de llevárselos a los tres por delante.

«Cuando volví a hablar con él, después de que saliera del hospital, no se acordaba de nada, sólo lloraba». Quien así se expresa es Juan Ramón, el cabo jefe de puesto de Alcalá del Río, para quien el Ayuntamiento de aquella localidad no ha dudado en solicitar la concesión de la Medalla al Mérito de Protección Civil. Para él y para Víctor y David, los dos compañeros que aquella noche lucharon contra la corriente del río y contra la violencia de un hombre que, aparentemente, se negaba a que nadie lo rescatara del negro futuro que le esperaba.

Y todo ello, en el caso de Juan José y el cabo Víctor, sin estar siquiera de servicio, pues a los dos los sorprendió el percance mientras tomaban una copa en un local cercano al río.

Juan José recuerda cómo a eso de las doce y veinte escucharon la sirena de un coche policial y cómo le pudo la profesión al echar mano del teléfono oficial e indagar en la Central Operativa (COS) de la Comandancia de Sevilla sobre lo que podía estar ocurriendo. La respuesta fue concreta: una persona se había precipitado al río por la parte alta de la presa, allí, en Alcalá.

Ni el sargento ni el cabo se lo pensaron dos veces. Minutos después, mientras desde el COS se movilizaban a varias patrullas, ambos se encontraban ya en el lugar del suceso, abriéndose paso entre la multitud que poco antes había participado en una procesión y que en ese momento gritaba señalando el lugar donde un cuerpo aparecía y desaparecía bajo las aguas del Guadalquivir.

«Aquella persona no hacía nada por defenderse. Ni se movía, así que temí que, por la violencia de la caída, hubiera perdido la vida», relata el sargento de Alcalá, que, pese a tales temores, se despojó de la camiseta y las zapatillas y se tiró al agua sin saber muy bien si iba a servir para algo.

Después de nadar unos ochenta metros, Juan José pudo asir a la víctima. La creía inerte, pero se equivocaba: cuando intentó sacar aquel cuerpo «que parecía estar como catatónico», con lo que se encontró fue con un hombre que comenzaba a manotear violentamente poniendo en riesgo la vida de los dos.

Así lo entendió el guardia, que no tardó en pedir ayuda a los compañeros que se hallaban en la orilla. «Tiraros, que no puedo con él», dice que les gritó.

Al final fueron necesarios tres guardias civiles para sacar del agua a aquel hombre que algunos testigos decían que se había tirado al agua y del que lo único cierto era que estaba completamente ebrio.

Ya fuera del agua, Juan José pudo respirar con tranquilidad: no sólo había logrado salvar su vida, sino la de un hombre que acabó no siendo tan desconocido como creía. Porque cuando al fin pudo ver el rostro del rescatado, resultó ser un conocido del pueblo con el que había tenido contacto en alguna ocasión por hechos de escasa relevancia, alguno derivado de problemas familiares y otros debido a la ingesta de alcohol.

«Cuando salió del hospital fui a verlo —relata Juan José—. Estaba con su hijo y no recordaba nada de lo que había ocurrido aquella noche. Sólo lloraba».

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