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Interminables colas para sobrevivir

Comedores sociales, oficinas del paro, economatos benéficos... Son espacios ante los que se agolpan cientos de personas a las que en otros tiempos se las veía en las colas del fútbol

felipe guzmán

amalia fernández lérida

Las colas de la miseria c ada día se hacen más largas en Sevilla.

Comedores sociales, economatos de caridad, oficinas del paro... son lugares muy concurridos y no precisamente por mendigos de toda la vida de Dios o personas en las que la cochambre ya se ha instalado para siempre.

No. En esas colas hay arquitectos, abogados, médicos, directivos en otro tiempo de grandes equipos humanos, señoras que por nada del mundo se perdían un día de Feria, camareros, albañiles, maestros, jubilados, administrativas que ahora limpian escaleras y extranjeros, muchos inmigrantes «porque todos son hijos de Dios».

Y conservan su porte, su ropa, su lustre, su educación aumentando aún más el contraste con sus compañeros de cola que ya están acostumbrados a dormir en la calle .

Es difícil encontrar una cola con más mezclas, más silencio, más peleas y siempre el mismo tema de conversación. Aquí no se habla de fútbol ni de la prima de riesgo ni de las vacaciones de verano ni de las notas de los niños.

Aquí hay otras prioridades: «¿ A ti te han “dao” algo de comer “pa” la noche? Y esos papeles de esa paga, ¿dónde se piden? ¿Ahora le voy a pedir a la monja ropa fresquita? ¿La Poli vigila pero hay horas que se saca una pasta aparcando?»

En esas colas hay arquitectos, abogados, médicos, directivos...

A las ocho de la mañana las Hijas de la Caridad de Pagés del Corro ya están dando número para el almuerzo y así no tienen que esperar luego en la calle los comensales. Aguardan y reposan la comida en el patio fresquito de la entrada y de allí parten con sus bolsitas, con un bocadillo y zumos, hasta el día siguiente . Hablan poco, están tristes, piden tabaco, un «trabajito» y, en general, rehuyen a la prensa. No quieren hablar con nadie «y cuidaíto con hacerme fotos».

«La paga no me llega...»

Aunque no ofreció su nombre del Cerro del Águila va «de vez en cuando» un jubilado que vive solo y le echa una mano a un amigo en su bar pues «la paga no me llega y a veces como allí en el local, o vengo aquí».

Ayudas no les faltan porque hasta Eladio, el peluquero que tiene su academia al lado de la casa de las monjas, les da un «vale por un corte de pelos gratis» y apostilla debajo: «duchado y limpio».

En otra cola, en la del paro , también hemos visto a asiduos a este comedor junto a muchos que aún tienen una familia que les ampara y que hasta están pensando irse al extranjero a labrarse un porvenir.

Alejandra Casielles tiene 20 años y estaba esperando, después de coger número para renovar la cartilla del paro, como hace cada dos meses. Vive con sus padres, tras un fallido intento de convivencia con su novio porque no llegaban a fin de mes cuando ambos tenían un trabajito.

Dejó de estudiar ya ahora le pesa . Su ilusión es hacer Formacion Profesional en Educación Infantil pero, de momento, necesita trabajar y le gustaría ser dependienta «o lo que salga». La naturalidad de esta joven no se veía en los demás desempleados que aguardaban y con la mirada daban a entender que no estaban para entrevistas.

A Jonatan Fernández no le importó. Quizás porque empezó periodismo y tuvo que dejarlo para trabajar. Es el novio de Alejandra, dos años mayor que ella y está convencido de que le dará tiempo a terminar esta carrera algún día.

«Lo malo de todo esto— dice— es que cuenta mucho la experiencia y, si no tienes, no se te abre ninguna puerta y, en fin, es un círculo vicioso».

Pero si estos jovenes planean irse fuera de España, Antonio Martín Guendian está andando ya los pasos para para entrar en la congregación de los hermanos Fossores en Guadix. Nos enseña una carta que le ha mandado Fray Tobias en la que se refleja que Antonio «tiene a su favor su riquísima experiencia en la Cartuja de Jerez» de la que se tuvo que ir para cuidar a su tío.

Tiene 61 años y era litógrafo en una empresa de Dos Hermanas. Vive en casa propia pero tras 5 años con la cartilla del paro y sin trabajo no dispone de paga y sobrevive gracias a Cáritas porque, para colmo, no puede comer de todo porque es diabético. Como la cola del paro y la de los comedores sociales existen otras en Sevilla en las que coinciden muchos asiduos.

Es la de los economatos para personas que acrediten no tener recursos.

El director de Cáritas Parroquial de Omnium Sanctorum , Manuel Vaquero Marchante, lleva con acierto y alegría la gerencia y organización, apoyado por una legión de voluntarios y voluntarias, del economato de la calle Narciso Bonaplata de la Fundación Benéfico Asistencial Casco Antiguo de la que forman parte 33 hermandades de la zona que con sus cuotas y aportaciones consiguen el milagro de que cientos de familias llenen un carro de la compra por 8 euros para tres personas durante 15 días y todo a base de productos de primera calidad. Porque en la nave que se abre los martes y jueves no hay marcas blancas pero sí un tope en la cartilla que se le da a cada beneficiario de 15 o, excepcionalmente, 20 euros al mes .

Las colas suelen formarse a primeros de mes, cuando «las nevesras se nos quedan ya vacías» mientras que el resto de las semanas los clientes se dispersan más para ultimar compras. En la calle coches buenos —«no lo voy a vender porque además de que nadie me lo compra me sirve para buscar trabajo»— esperan aparcados a sus dueños que guardan sitio para entrar con sus carritos, bolsas y las caras cabizbajas.

De todas las edades, pero muy aseados y hasta elegantes —«¿tiro la única ropa que tengo?— aguardan con la calor de Sevilla a las seis de la tarde.

Entran y empieza la búsqueda por las estanterías, limpias y ordenadas, echando cuentas para no pasarse del tope de la cartilla . No hay alegría en sus caras, no suenan móviles ni se duda ante la cámara frigorífica qué coger «porque todo es bueno, todo hace falta y aquí no hay caprichos que valgan». Tampoco suena la megafonía con publicidad, hilo musical, las ofertas del día o la empleada al teléfono cogiendo un pedido para llevarlo a domicilio. «No es fácil pero administrándose una bien si se come todos los días con estos precios», relata Pilar que iba con su hijo en el cuadril y estaba cogiendo un bote de laca para regalárselo a su madre «que la pobre también ayuda con su pensión ».

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