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Robos en la Sierra

Las Jaras duerme de reojo

Pese al fuerte despliegue de la Guardia Civil, el temor de los vecinos a los asaltos no se va

Las Jaras duerme de reojo valerio merino

D. Delgado

Los residentes de Las Jaras escudriñan con la mirada toda cara desconocida que traspase la entrada de su urbanización. Si el rostro del visitante no les resulta familiar, mantienen ese gesto de recelo que resulta idéntico en cada uno de ellos, como si lo hubieran ensayado. Pero lo que les hace torcer el rictus con los extraños no es otra cosa que el miedo. El temor a un nuevo asalto.

La oleada de robos que, desde el pasado verano, asola a este enclave de la Sierra cordobesa mantiene a los vecinos «en un estado de permanente psicosis». Quien así se pronuncia es Pepe Mateos, que viven con su esposa en Las Jaras Sol y Luna. La suerte y los dos mastines españoles que protegen su casa han ayudado a que, hasta ahora, se hayan librado de ser dos víctimas más de los cacos, pero, pese a ello, «como no puede ser de otra manera, estamos más que intranquilos».

Eso sí, la presencia permanente de patrullas de la Guardia Civil recorriendo con sus todoterrenos los caminos de este enclave «aquieta algo los ánimos, aunque por las noches estamos con un ojo abierto», señala Mateos. Uno de los primeros robos que se produjo en la zona fue, precisamente, el del ciclomotor de su hijo en agosto.

«Poco después, en septiembre, robaron en tres casas y, a partir de ahí, rara ha sido la semana en la que no ha pasado nada», apunta este vecino, al que no le cabe la menor duda de que «quienes sean, conocen muy bien la zona, saben cómo escabullirse y, de momento, se han librado de ser detenidos».

Los efectivos del Instituto Armado estuvieron cerca de capturar a los ladrones la madrugada del pasado martes. Sobre las cinco de la mañana, dieron el alto a dos individuos que iban en una moto. Lejos de detenerse, salieron huyendo a pie, dejando el vehículo, presuntamente robado, en mitad de un sendero, e, incluso, tirotearon a los agentes .

Entonces, éstos, con refuerzos (una treintena de uniformados armados), blindaron la urbanización, pero no consiguieron dar con los delincuentes. A veces ha sido una pareja la que ha entrado a la fuerza en las viviendas; otras, tres personas. Van de negro y con mochilas, para cargar con los enseres justos y necesarios.

«Se llevan lo que pueden transportar por sí mismos: comida y lo que encuentren de valor, pero evitan artículos de gran tamaño», dijo Mateos. El «modus operandi» de estos amigos de lo ajeno es siempre el mismo: los asaltos se cometen al atardecer, alrededor de las ocho de la tarde, una vez que se han asegurado de que sus ocupantes se han marchado de la vivienda.

Aunque también ha habido casos en los que han invadido los inmuebles por la mañana, cuando sus residentes se han marchado a trabajar. Entran rompiendo el bombín de las cerraduras o abren las rejas utilizando el gato de un coche. Conocen al milímetro esta urbanización y saben que tienen varias vías de escape, siempre a pie, con el botín en bolsas, campo a través. El denso matorral es su mejor refugio.

Sistemas de seguridad

El temor ha llevado a muchos residentes a instalar alarmas en sus casas como medida de prevención. «En la calle Brezo casi todos tienen sistemas de seguridad. Yo me planteé colocar uno perimetral, pero con mis perros resultaría inútil», señaló este vecino.

Todos los residentes están advertidos por los efectivos de la Comandancia: deben informar si ven algún vehículo o persona que les resulte extraña. El Instituto Armado «ha estado entrevistándose con los vecinos, preguntando cuáles son las casas que están vacías. Suponemos que porque sospechan que los ladrones son de aquí y se ocultan en alguna de ellas», indicó otra miembro de esta comunidad, que prefiere mantenerse en el anonimato.

También han entrado en el bar El Rosal. «Se llevaron la máquina de tabaco, botellas de alcohol y comida», apuntó Pedro Moreno, el actual responsable del negocio. «Son muy listos, saben cuándo actuar. Seguro que nos tienen a todos vigilados y conocen los horarios de salida y entrada», indicó el joven empresario, que añadió que «de poco sirven los sistemas de seguridad. Me han contado que hasta se llevan las tarjetas de las cámaras de grabación. Literalmente las arrancan. Y también los bombines de las puertas».

En la misma línea se pronuncia Juan, del establecimiento Casa Pepe. «A mí me han entrado ya dos veces. La primera, hace un mes aproximadamente, se llevaron botellas y comida. Recuerdo que hasta me robaron una tarta. La segunda, que fue quince días después, cogieron dinero y hasta la máquina de cigarrillos, que apareció después muy cerca y destrozada», manifestó.

Las Jaras duerme de reojo

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