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PERIODISTA

Julio Merino: «La biblia del periodista es la calle y vivir»

Superviviente de una generación irrepetible de periodistas, es dueño de un currículo superlativo. Ha dirigido tres diarios y es testigo de excepción de los años turbulentos de la Transición

Julio Merino: «La biblia del periodista es la calle y vivir» Rafael carmona

ARIS MORENO

EL día en que Adolfo Suárez fue nombrado presidente del Gobierno, el señor que observan en la imagen recibió una llamada del flamante mandatario para pedirle que fuera su jefe de prensa. Por respuesta, recibió un no irrevocable. Pero eso es harina de otro costal. Julio Merino González (Nueva Carteya, 1940) ha vivido en primera línea todos los momentos históricos de la España contemporánea. Desde la caída de la dictadura hasta la intentona golpista del 23-F, cuyos pormenores dice conocer al detalle. Los confesables y los menos confesables. Entre otras cosas, porque fue amigo personal de tres de las piezas claves de la arquitectura democrática de la Transición: Sabino Fernández Campo, Torcuato Fernández Miranda y Josep Tarradellas. Por lo demás, su currículo explica el resto: responsable de la agencia oficial Pyresa, subdirector de Pueblo con Emilio Romero y director de El Imparcial, El Heraldo Español y Diario de Barcelona. O sea.

-¿Y ya están todos los secretos desvelados?

-No se ha escrito ni la décima parte. Suárez fue una marioneta. El mentor de la Transición fue Torcuato. Le dio la Ley de la Reforma hecha. Y por cierto: Torcuato murió de pena; Sabino murió de pena; Tarradellas murió de pena; y Emilio Romero murió de pena.

-¿De pena por qué?

-Por no poder decir lo que sabían.

-¿Y qué sabían?

-Todo. Por ejemplo: ¿se ha sabido quién fue el cerebro de la muerte de Carrero Blanco? ¿Quiénes han sido los autores intelectuales del 11-M? ¿Qué pasó en la Zarzuela a las 19.30 del 23-F? Pues pasaron muchas cosas y Sabino se murió por no poderlo contar. A mí me lo leyó. Y me dijo: «Lo tengo escrito pero no lo voy a poder publicar. Me tengo que ir a la tumba con mi secreto».

Julio Merino tiene un cigarro sin encender entre los dedos y una copa de tinto sobre la mesa. Estamos en una cafetería de la calle Claudio Marcelo, a un suspiro de su casa, donde pasa las horas leyendo y escribiendo obsesivamente desde que hace cuatro años dijo adiós a Madrid después de medio siglo. La grabadora registra una hora y veintiocho minutos de conversación sin desperdicio. Un rosario interminable de anécdotas y personajes de primer orden, muchos de los cuales trabajaron bajo su aliento. Desde Anson a Lalo Azcona, pasando por Pérez Reverte, Cebrián, Julia Navarro, Yale o Amilibia. La historia viva de una forma de hacer periodismo que se extingue.

«Cuando publiqué “El otro Franco”», recuerda, «invité a los viejos compañeros de Pueblo: Raúl del Pozo, Carmen Rigalt, Antonio Casado, José María García, Amilibia. Muchos. No falló ni uno. A la hora de los discursos me pusieron a parir todos como un jefe duro e insoportable. Y cuando me tocó a mí, dije: «Tenéis razón. Pero es un orgullo que estéis todos aquí». En la recta final de su carrera profesional fue fichado por José María García, «viejo amigo y subordinado», para quien trabajó seis años en la Cope y dos en Onda Cero. Ahora vive como un ave nocturna. Escribe incansable por la noche y duerme durante la mañana. Ha publicado ya 112 libros, entre novelas, ensayos y obras de teatro. Una locura.

-Ha sido novelista, dramaturgo, periodista, maestro. Tiene un preocupante cuadro de hiperactividad.

-Pues sí. Esta novela que ve la mandé a imprenta la semana pasada y, en cuatro días, mire lo que llevo de otra. Cuando llegaron las letras de cambio mi padre se volvió loco. Pero le decía a mi madre: «¿No ves que esto es un seguro de vida? Que mientras tenga que pagar una letra no me puedo morir». Y en efecto: cuando pagó la última se murió.

-Otro dato más de su biografía: número uno en su promoción de periodismo y número dos en las oposiciones a maestro. ¿Talento o ambición?

-Trabajo. Mire: yo nunca me puse camisas de manga corta. ¿Sabe por qué? (enseña los codos encallecidos). Esa es mi vida. Yo me fui a Madrid con 18 años y cinco duros en el bolsillo.

-Usted ha pasado hambre.

-Claro. De pasar por la calle San Fernando para ver los escaparates de chorizos y jamones colgados. Así comías.

-Ha sido maestro de maestros. ¿Qué periodista le ha deslumbrado?

-Emilio Romero. Sin discusión. Era el Di Stéfano. Anson es muy bueno y Cebrián es el gran cerebro. Últimamente el mejor es Pedro Jota.

-No quedan periodistas como antes.

-No. Fíjese en Pedro Jota. Cuando se ha metido donde podía hacer daño se lo han cargado. Pérez Reverte llegó con 17 años a Pueblo. Venía de Cartagena y me dice Emilio: «Este muchacho quiere ser periodista». Estuvo sentado seis meses en mi despacho y me di cuenta de que valía. Un día le dije: «Te estás equivocando. Lo tuyo es escribir». O Julia Navarro. Best seller. ¿Pero cómo puede ser? Le tenía que rehacer los textos.

-Dígame la biblia del reportero.

-Lo que decía Emilio: la calle. Y vivir.

-¿Qué cáncer amenaza la profesión?

-La situación de la prensa es tremenda. Lo primero, la revolución tecnológica. Yo me he resistido años a internet y me he dado cuenta del tiempo que he perdido. Ya no se venden ejemplares y la gente joven menos. Córdoba no digamos. Aquí hay un misterio: las castañuelas. He sido un defensor del flamenco y ahora estoy en contra. Para las Noches Blancas hay 500.000 euros y para publicar un libro de Córdoba ni un duro.

-¿Hay algo más escurridizo que la verdad?

-Por eso he luchado toda la vida. ¿Pero qué es la verdad? Mire: la historia es como una gran puta: la escriben los vencedores.

-¿Quedan periodistas independientes?

-En mi criterio, no. Se los cargan. Jesús Cacho quiso hacer El Confidencial y se lo cargaron.

-¿Cuántos telediarios le quedan al periódico de papel?

-No desaparecerá nunca. Por una cosa: no es lo mismo ver algo en pantalla que en papel.

-¿El caos digital nos hace libres?

-Creo que sí. La prensa escrita es cara y lenta. Los periodistas de hoy cometen el mismo error: insistir en hacer un periódico informativo sin darse cuenta de que la información ya está acabada cuando llega a las manos del lector. El periodismo debe ser interpretativo.

-¿Quien tiene la información tiene el poder?

-Eso era antes. Pero cuidado: para jugar en la Bolsa hay que tener información. Lalo Azcona se hizo rico. Conoció a un ingeniero y se hicieron amigos. Al poco, lo nombran presidente de Explosivos Río Tinto y cuando el ministro lo llamó diciendo que se había aprobado un crédito multimillonario, este avisó a su equipo y le dijo: «Comprad lo que tengáis». 25 millones se convirtieron en 500.

-¿Qué hay de mito en la Transición?

-Se empezó mal. Lo dice Torcuato. La izquierda quería la ruptura y la derecha la reforma. Ni la izquierda tuvo fuerza para imponer la ruptura ni el franquismo pudo seguir. Carrillo cedió en la monarquía y la bandera, y la derecha en casi todo. Aquello había que instrumentalizarlo legalmente y Adolfo no podía. Era un analfabeto que tenía a gala no haber leído un libro en su vida. Torcuato era una cabeza privilegiada. Y ahora han vuelto a hacerlo mal. Felipe VI sigue siendo el rey de Franco.

Julio Merino es un hombre vehemente. «Políticamente me han podido tachar de una cosa u otra. Yo me opuse a la militancia, no a las ideologías. Cada persona tenemos nuestras ideas, pero cuando un periodista se hace militante no lo veo en el ejercicio independiente».

-Sobra forofismo.

-Ahora peor. Hay militancia pagada. ¿O es que los que aparecen en las tertulias son independientes?

-¿Por qué se fue a Madrid?

-Porque no me gustaba el ambiente cultural y económico. He regresado con 70 años y me gusta menos que entonces.

-No hemos mejorado.

-En el tema cultural, nada.

-¿Se arrepiente?

-No. Porque yo, como los elefantes, he venido para morir en el lugar donde nací.

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