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Kilema: «La música es universal y habla el mismo idioma»

El destino ha querido que este músico malgache que ha llevado la cultura de su país por medio planeta eche raíces en Córdoba. «La música une a la gente», proclama como bandera de integración

Kilema: «La música es universal y habla el mismo idioma» V.MERINO

ARIS MORENO

DiCE que su patria es Madagascar pero no es cierto del todo. Su patria es su mirada fraternal y su verbo siempre conciliador. Por lo demás, Kilema es el mejor embajador malgache en Andalucía. Un instrumentista que ha paseado la música tradicional de su país por medio mundo y enseña a quien quiera oírle que no hay lenguaje universal con tanta energía pacificadora. Fue una de las joyas africanas del legendario Peter Gabriel y ha tocado en alguno de los escenarios míticos del planeta, incluido Woodstock en su 25 aniversario. Hasta que una noche de octubre de 1996 actuó en la Plaza de Toros de Córdoba y cayó seducido por la magia andaluza. Tres años después se instaló en Encinarejo, donde vive desde entonces con su mujer y sus dos hijos.

-¿Qué hace un malgache como usted en un pueblecito como este, Encinarejo?

-Es la vida. En el 96 vine a un concierto y en la rueda de prensa encontré a la que hoy es la madre de mis hijos. Al principio fue duro. Tenía que empezar otra vez. Pero si hay blancos, negros y amarillos tocando blues, jazz o rock, ¿por qué no va a haber andaluces capaces de tocar música malgache?

-¿Y son capaces?

-Claro. En música todos hablamos el mismo idioma.

Lo dice un hombre que lleva la armonía en la sangre. Miembro de una familia de trece hermanos, Clément Kilema Randrianantoandro (Toliara, Madagascar, 1960) creció entre instrumentos de cuerda y ritmos africanos. Estudió su licenciatura en inglés, por deseo expreso de su padre, pero pronto decantó su vida profesional hacia su pasión innata. «La música es parte de la vida en Madagascar. La tenemos dentro las 24 horas. Mi padre era agricultor y policía, pero tenía una guitarra y cantaba».

Mientras estudiaba en la universidad empezó a tocar en el hotel Hilton cada noche y a abrirse camino con pequeños conciertos fuera de la isla. Hasta que en 1993 dio el salto a París, donde vivía un hermano suyo, y contactó con Justin Vali, uno de los grandes músicos malgaches radicados en Europa. Con él recorrió multitud de países, entre ellos Australia, Nueva Zelanda, Japón o Alemania, y formó parte del proyecto Womad, impulsado por Peter Gabriel para difundir la música étnica del mundo. «Madagascar es una mezcla entre Asia y África. De Asia tomamos la melodía y de África el ritmo. Yo siempre digo que la música es universal y habla el mismo idioma. Yo le canto al amor, a la paz, en contra de la violencia, y la realidad de la vida es igual para todos. Solo cambia el idioma. Lloramos igual. Reímos igual».

Música del mundo

Desde que se instaló en Encinarejo, actúa bajo la marca musical de Kilema. Dirige talleres para niños donde muestra la cultura malgache en toda su riqueza rítmica y no para de viajar y promover nuevos proyectos. Noruega, Suecia, Italia y más recientemente Taiwan. Su estudio se ha convertido en un santuario de instrumentos de cuerda tradicionales de los lugares más recónditos. El kabosy, la katsa, la valiha o la marovany, que es una singular tabla acústica cuyo sonido nos recuerda al arpa.

-Usted ha declarado: «Soy un nómada». ¿Cuál es su próxima estación?

-Ahora estoy bien aquí. Luego ya veremos. ¿Quién sabe si en el futuro nos iremos a Madagascar una temporada?

-Después de viajar por medio mundo, ¿qué encontró en Andalucía que no haya visto en otro lugar del planeta?

-Mucho calor, mucho cariño, mucho acercamiento a la gente. A los dos minutos de conocer a alguien ya hablas con él como si lo conocieras de toda la vida. Eso no ocurre en cualquier sitio y yo he viajado mucho. El sentido de estar juntos que se está perdiendo en muchos lugares. Aquí, si hay comida para tres hay comida para ocho.

-¿La música amansa el racismo?

-Sin duda. La música tiene el poder de traer la paz.

-¿Y tiene alguna teoría sobre el avance creciente de la xenofobia en Europa?

-Da mucho miedo y no sé hacia dónde vamos. Es preocupante lo que ha pasado con Le Pen en Francia o Amanecer Dorado en Grecia. Hablamos mucho de paz pero la guerra está en todos lados.

-¿Y sabe usted por qué?

-No quiero entrar en eso. Mi música es lo más importante. La música es una fuerza que puede unir a la gente. La música y el deporte. Yo les digo a mis hijos que si quieren hacer amigos se lleven una pelota y la tiren en medio de la tierra.

-¿Cuál es la filosofía de Kilema?

-Vivir feliz y en paz.

-¿Y eso cómo se hace?

-Me conformo con poca cosa. Soy un hombre tranquilo y solo con un plato de arroz ya estoy feliz. Me gusta lo que hago. Tengo esa suerte.

-¿Lo suyo qué es: música de raíces, música étnica, música del mundo?

-Música del mundo y también música de raíces. Mi música viene de un pueblo del sur de Madagascar y no se encuentra en ningún otro lado. El marovany, por ejemplo, lo usamos para rituales. Es un intermediario para llamar a los espíritus.

-Bob Marley decía que todo el mundo tiene derecho a elegir su destino. ¿Usted ha elegido el suyo?

-Yo no lo he elegido. El destino no se elige. Hay un poder que nos maneja con un hilo. Lo que piense tu cabeza es lo de menos. No sabemos quién es esa fuerza ni de dónde viene. A mí me ha traído aquí y estoy muy feliz.

En Córdoba montó su propio grupo, compuesto originariamente de dos malgaches y dos cordobeses. Los músicos locales acabaron contratados en el Conservatorio y ahora los ha sustituido por dos instrumentistas sevillanos, que se ocupan de tocar el bajo y la percusión. En 1999 sacó su primer trabajo en solitario, «Ka Malisa», y ya tiene varios discos en la calle, el último de los cuales compuesto al alimón con un músico taiwanés que conoció en uno de sus múltiples viajes por el mundo. Nos recibe en su vivienda de Encinarejo ataviado con un vestido popular malgache y tocado por pulseras y collares tradicionales de Madagascar fabricados con semillas. La sonrisa, cómo no, siempre en el rostro.

-¿Un hombre sin raíces es un hombre?

-Es como una planta sin raíces: se muere. Si no tienes raíces, no eres nadie. Eres incapaz de pensar cosas buenas y trabajar por un mundo mejor.

-¿Y vamos a un mundo mejor?

-No soy pesimista pero vamos a acabar mal si esto sigue así. ¿El ébola de dónde viene? ¿De dónde ha salido de repente?

-Usted no cree que haya sido casualidad.

-No lo creo. Mientras más conocimiento y poder tenemos más abajo vamos.

-Kilema dice: «Tenemos que parar el tiempo». Usted dirá cómo.

-La gente ya no disfruta del tiempo. Vamos a una velocidad que ya no disfrutas de la vida. En Europa la gente sale de su casa a las cinco de la mañana y vuelve a las nueve de la noche. Tenemos que parar.

-¿Y cómo?

-Hay que viajar. Cambiar el chip. Conocer pueblos donde no hay electricidad y tienen una realidad distinta. El viaje es una escuela que puede formar a cualquiera.

-En música, ¿todo cabe en la coctelera?

-Todo se puede mezclar. En Taiwán un músico me propuso hacer algo juntos y su compañía me mandó cuatro canciones para que se las arreglara. En mi pequeño estudio de grabación metí instrumentos y les mandé una idea. Les gustó. Luego, mi vecino Isaac Muñoz, que es guitarrista y toca para María Pagés, metió la guitarra flamenca.

-¿Flamenco y malgache van de la mano?

-Una vez toqué un tema malgache y un flamenco me dijo que se parecía a los tanguillos. En el trabajo con el músico taiwanés metimos también un violín y un chelo. Y el disco ha tenido un color increíble.

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