VERSO SUELTO
Orquesta y derroche
No se entiende por qué la deforestación de lo público tiene que empezar por la gran música
DE entre toda la turbamulta de gastos en que los políticos reparten el dinero que ellos no han ganado, hay dos que levantan una ola tarifeña de protestas cada vez que aparece su nombre en los presupuestos o en los periódicos. Son las orquestas públicas y el carril para bicis. No es sólo que yo no pueda vivir sin música clásica ni sin la máquina de pedales con la que corto el aire de Córdoba y disfruto de sus limpias mañanas de verano y de la bruma invernal, sino que pienso que con más gente escuchando sinfonías y más bicicletas en las calles, este mundo sería bastante más decente y habitable que ahora, menos consumista y más espiritual, más responsable de que los recursos son limitados y menos dado a dejarse deslumbrar por aparatos inútiles, así que después de todo estaría muy bien gastado.
Esta es mi opinión personal y respeto a aquellos que piensan, y lo dicen, que ha llegado el momento de que los melómanos se rasquen el bolsillo y si quieren una orquesta en su ciudad lo demuestren y sólo ellos lo paguen. Concedo que esto sería lo ideal en una sociedad culta y moderna, donde abundarían los capaces de comprender toda la grandeza que se esconde en una partitura, donde se sabe que lo que escribieron Beethoven y Bach forma parte del patrimonio más alto y genial que alumbraron los seres humanos, al mismo nivel que la cueva de Altamira, la Acrópolis, Venecia y el «Cántico Espiritual» de San Juan de la Cruz. Así las cosas, la Orquesta de Córdoba, que alumbra el milagro de la gran música, merecería estar protegida de la sospecha de sobrar o derrochar, como los colegios, las bibliotecas y los museos, y sería posible un acuerdo con Jaén para que compartan el disfrute y los gastos, un cosa tan sencilla que escapa a la lógica alambicada de la política.
Los melómanos, que no llevan camisetas de colores ni chillan cuando viene un solista al que admiran, no son tampoco unos peñistas gañoteros: aunque la Orquesta esté financiada por el Ayuntamiento y la Junta, ellos se pagan abonos que no son baratos y entradas que tampoco les regala nadie para disfrutar de la música. A mí me gustaría que hubiera en Córdoba una orquesta profesional de nivel sin un solo euro público, que además se librara de la ridícula servidumbre de los compromisos de algunos mandarines, pero pienso que es mucho mejor que esta formación que come de los impuestos vaya preparando con su trabajo el campo para que algún día no sea necesaria. Para eso, sin embargo, necesitaría el concurso de unos partidos que no entendieran el poder como un ejercicio de clientelismo y renunciaran al vicio de poder cobrar a algunos para después repartirlo entre quienes piensan que les pueden dar votos, y de paso hacer de una vez una ley que alentara el mecenazgo y le quitase a los legítimos beneficios económicos el sambenito de lo vergonzante.
Tampoco comprendo por qué la urgente deforestación de los excesos públicos tiene que empezar por la música clásica, arcano desconocido para gran parte de la sociedad, aunque casi menos que el flamenco que tantas agencias y simpatías impostadas se lleva. Mucho me temo que si el PSOE y el PP, que sólo en este asunto parecen sufrir un ataque de liberalitis de manual, se terminan cargando la Orquesta de Córdoba, lo que quedará será una sociedad igual que ésta, con fiambreras municipales, sardinadas con cargo al erario público, mamotretos de visitantes que nadie quiere, rotondas de autor y centros de congresos que sirven para bodas y llenan el bolsillo de los de siempre. Si siguen por las bibliotecas pronto conseguirán una ciudad en la que todo el mundo les aplauda cuando remuevan el arroz de las peñas.
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