VERSO SUELTO
OLOR A MOMIA
Lo que de verdad se vive por el 8 de septiembre es una propina de las vacaciones y la ciudad vacía
ANTES, mucho antes de que a los procesionómanos se les ocurriese sacar a la Virgen a la calle, mucho antes de que se arrinconara a la imagen de los carteles oficiales, desde aquella época de felicidad de cultos en la iglesia y sardinas en la plaza, septiembre llega a Córdoba con olor a momia por el barrio de la Fuensanta, con pestazo a cadáver que se abre una vez al año para comprobar la evolución del trabajo paciente y suculento de los gusanos. Tiene algo de aquellas exhibiciones de cadáveres y osarios que hacía la Iglesia de la Contrarreforma para recordar la fugacidad de la vida, pero a diferencia de entonces, cuando los curas bien sabían lo que iban paseando por las calles de los pueblos para desesperación del pobre Pablo de Olavide, que tanto luchó por erradicar aquellos macabros teatros barrocos, esta vez quienes sacan a las momias todavía se creen que enseñan algo vivo y saludable, o por lo menos se lo dicen unos a otros.
En realidad la trifulca perfumada de olor a momia no le importa a nadie que no tenga que cobrar de concejal o escribir en un periódico, que bien sabe el que conozca la ciudad que lo que se vive por el 8 de septiembre es una propina de las vacaciones, unos cuantos días para dejar la ciudad desierta y aprovechar la habitual clemencia del calor para disfrutar de los cada vez más tempraneros atardeceres en la playa. En cuanto llegue el viernes por la tarde, Córdoba se hará olla vacía y la Fuensanta tampoco será una excepción, aunque la gente parezca que está pendiente de las momias. Una de ellas es literal, y es el famoso caimán seco, asombro de niños y quizá testigo perplejo de que en su nombre se digan tantos pegos. Pobre caimán, que servía de diversión para los paganos y para los creyentes, y al que unos parecen querer canonizar por lo civil y otros borrar del mapa.
Huele peor otra momia, ésta metafórica, que es la de pensar que el mundo se cambia trasegando cubalibres en el Pocito, de soñar que esta es la feria de los progresistas, que todavía hay un dictador al que derribar de la estatua a fuerza de asociaciones, aunque ahora en lugar de jugarse el pellejo y los calabozos se le pida a los políticos que se marquen un detalle presupuestario. En realidad su momia participativa no es más que un fetiche, un decorado con las mejores frases y los colores correctos, una borrachera de verborrea con batallitas clandestinas que nadie podrá comprobar si son verdad, una piñata sin nada dentro, porque de los famosos vecinos ejemplares, los que pueden hace mucho que buscan la brisa del Mediterráneo, como todo quisqui, y los que no pueden van a amorcillarse en la barra sin llegar a la conclusión de que la cerveza que tiran es de izquierdas por servirse en proletario vaso de plástico en lugar de beberse en burguesa cristalería.
Al cabo de los años también hubo gente que quiso hacer su propia momia. En vez de dejar a la Virgen de la Fuensanta como el recuerdo de una época pasada, tranquila en sus cultos de cada septiembre y en la memoria de una Córdoba clásica, una devoción en ascuas que hacía mucho tiempo que no quemaba en las masas, como ya había dicho hasta Fray Albino, había que sacarla a la calle aprovechando que los que empezaban a mandar parecían amigos de las varas. Esta vez ni es una momia, porque no puede morir una procesión que nunca ha estado viva más que para las ocasiones extraordinarias, como San Rafael. Si el nuevo intento de la Catedral no funciona, al menos se podrá presumir en internet de devoción singular: tanto quieren a la Virgen que la gente renuncia a verla en las aceras por hacer la penitencia de ponerse el traje negro y hacer un cortejo protésico.
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