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Llamadas al borde del abismo

El Teléfono de la Esperanza, que cumple diez meses en Córdoba, relata para ABC tres casos de conductas suicidas enmendadas

Llamadas al borde del abismo VALERIO MERINO

R. AGUILAR

«NO lo haga». La frase es el recurso más a mano para quienes atienden las llamadas del Teléfono de la Esperanza, que lleva diez meses funcionando en Córdoba y que en todo este tiempo ha evitado un número importante de tragedias personales. Sí, de suicidios. Manuel García Carretero es el psicólogo de la asociación que guarda en sus archivos un inventario de vivencias humanas a un paso del precipicio. «Nuestra misión es convencer a todo el mundo de que siempre hay una salida, de que merece la pena intentar sobreponerse al dolor, por mucho que cueste», señala García. «La crisis económica ha causado estragos, porque ha despertado las goteras de las crisis emocionales...», añade el responsable de la entidad con sede en el número 7 de la céntrica calle Concepción.

Fue el caso de un jubilado que marcó el teléfono de la asociación hace unos meses porque llegó a la conclusión de que la única manera de liberarse de su angustia era tirarse de un balcón o pegarse un tiro. El hombre, viudo, se había convertido en el único sostén financiero de su familia. Tenía varios hijos y algunos nietos y todos comían y vivían de su pensión. «Tal vez se deprimió porque resumió que su familia lo estaba utilizando, que sólo lo quería por el dinero, porque la mantenía», piensa en voz alta Manuel García. El argumento que frenó a este jubilado de poner punto y final a su existencia nació de la pura sensatez: «Si yo me muero mi pensión será más pequeña, y si ahora llegamos a fin de mes a duras penas, entonces será todavía peor, les quedará menos dinero y no podrán valerse por sí mismas...», se dijo el anciano, que ahí sigue buscando la felicidad entre los suyos por más que a ratos solo les vea un interés crematístico.

También bucea en los afectos perdidos o invisibles de su ámbito familiar un cordobés de cuarenta y pocos años que a comienzos de este verano se mostró covencido de que este mundo iba a ser para él solo pasado. «Éste fue un caso típico de la crisis: un autónomo que de repente se ve en la ruina y sin medios para mantener el nivel de vida al que tenía acostumbrada a su familia en los tiempos en los que la economía iba viento en popa», relata el psicólogo del Teléfono de la Esperanza. La asociación tuvo que emplearse con músculo para tratar de disuadir a este hombre de sus oscuras intenciones. «La persona que lo atendió al teléfono, un voluntario, lo orientó como pudo y consiguió frenarlo; luego lo invitamos a que viniera a una charla en nuestra sede, y aquí estuvo con una psicóloga que le hizo ver por qué la vida siempre merece la pena», agrega García.

El corazón y el dinero

El corazón es junto al dinero el principal combustible de la desesperación, de las ganas de acabar con todo, de acabar con uno mismo. No extraña por ello que las crisis entre las parejas jóvenes acaben a menudo en situaciones límite. «Se suele tratar de amores no correspondidos, que tienen mal encaje en la psicología de un joven...», explica Manuel García. Entre la población de menos de veinticinco años abundan las llamadas al Teléfono de la Esperanza relacionadas con la frustración por la búsqueda sin éxito de un puesto de trabajo o, ya en edades algo más tempranas, con la obtención de malas calificaciones académicas. «En cualquier caso, —añade el especialista— son con frecuencia llamadas de atención, sin mucha firmeza».

Pero si hubiera que subrayar alguna conclusión principal de estos diez primeros meses de andadura del Teléfono de la Esperanza sería la de que «los hombres se instalan más en la tentación del suicidio que las mujeres, que tienen por lo general más recursos emocionales». De hecho, las estadísticas de suicidio indican que tres de cada cuatro de ellos tienen como protagonistas a hombres.

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