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PRETÉRITO IMPERFECTO

Orquesta de la BBC

Perder la Orquesta sería un gran fracaso colectivo, un serio traspiés y una derrota más de la cultura que siembra y recoge

FRANCISCO J. y FRANCISCO J.

Suele estar la cultura subrayada en fucsia en los manuales de la drástica reconversión del sector público que vivimos. Las necesidades básicas no entienden de artes supremas, aunque la cultura sea lo único que nos queda cuando olvidamos lo que aprendimos, amén de la cultura de la apariencia, tan española. Y fue, precisamente, esa fachada barroca y luminosa la que inundaba la escena pública en la punta de la burbuja, cuando todo era sólido. No fue Córdoba una excepción. Ahí está el C4, el otro engendro de Miraflores y los 27 millones de euros más inútiles de la cuenta de resultados del Gobierno andaluz, esperando a que lleguen las musas. Por no hablar de los grandes eventos culturales de la ciudad en los que no había fin presupuestario por muy reducido aforo que lo sustentase. Esa gran ola de euforia lo cubría todo. También con sus aciertos, por supuesto. Incluso la ciudad llegó a somatizar que algo en apariencia tan poco tangible como la cultura podría ser rumbo en los tiempos de la globalidad y el city marketing. Una postal diferente a la que los viajeros románticos contaron y de la que aún quedan vestigios.

En esa amalgama estaba la Orquesta de Córdoba, aquel «invento para traer músicos cubanos», según achacaba, curiosamente, el PSOE cuando se dieron los primeros pasos de la formación sinfónica en los tiempos de Herminio Trigo, que al lograr el apoyo del PP acabó desactivando las reticencias socialistas para dar paso a una de las cuatro orquestas que hoy en día conviven en Andalucía. El pacto era simple: Junta y Ayuntamiento pagaban a medias la cuenta... y a mover la batuta. La Orquesta se incardinaba en un panorama musical local con enjundia, grandes nombres, tradición clásica, popular y académica. Suponía un vagón privilegiado en la lanzadera de modernidad que prometían los fastos del 92. Sevilla y Málaga iban por delante, Córdoba y Granada, el poso, el paisaje perfecto, por detrás. Con el presupuesto convertido en una rueda automática sin gestión, obró la consolidación, el éxito, el «sello Brouwer» y el rutilante envoltorio de giras, discos y programaciones elitistas. También los abonados, que llegaron a sobrepasar el millar, provocando dos ciclos para el mismo abono. Un hito en esta ciudad.

Pero también irrumpió la crisis, y a la Junta, mala pagadora para todo pero mecenas eterna, se le olvidaba cumplir su parte del escote tras años de vino y rosas que llevaron a formar la Orquesta-Fundación Baremboin. La guinda a su siempre bien vendido pastel cultural. La partitura tenía que cambiar sin ensayos previos. Bajada de sueldos, fusiones, inversores privados, reajustes y una patata caliente para los ayuntamientos del PP, partido gobernante en las cuatro sedes sinfónicas. Una buena excusa para sacar el manido látigo de la propiedad intelectual de la izquierda sobre la cultura y la derecha. La afrenta no ha arrugado a los regidores populares que han buscado patrocinios privados —tampoco son tiempos para la lírica— y cubierto agujeros con recursos propios asumiendo el papel de unas formaciones insertas en el patrimonio cultural de cada ciudad. Sabedores de la trampa del PSOE, zorro viejo en estas lides. Si ha de llegar el concierto-protesta, la puerta del Ayuntamiento de turno será el escenario perfecto.

«Hoy día, la Orquesta se ofrece para bodas, bautizos y comuniones», ha venido a decir su director Lorenzo Ramos en estas páginas. Es la cruda foto real. La Orquesta de la «BBC». Perderla sería un gran fracaso colectivo, un serio traspiés y una derrota más de la cultura que siembra y recoge. No la moda efímera o el capricho caro. Córdoba no merece otra sinfonía más del lamento.

Orquesta de la BBC

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