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UNA RAYA EN EL AGUA

EL VIAJE A NINGUNA PARTE

IGNACIO CAMACHO

El gran error de Cameron es creer que lo importante era la respuesta, no la pregunta. El derecho de autodeterminación

SE creerá un estadista, el hombre. Ahora que ha conseguido abrocharse la camisa que no le llegaba al cuerpo, David Cameron debería cruzar andando Saint James Park y presentarse sin cita en Buckingham para entregarle su dimisión a la Reina. O por lo menos estarse calladito y admitir que ha estado a punto de cagarla, con perdón. Todo menos sacar pecho, que es lo que acaba de hacer después de haber rozado la hecatombe con una decisión temeraria. De no haber contado con el compromiso patriótico y político de los laboristas, con Gordon Brown al frente cargando la campaña sobre sus espaldas, el petimetre de Eton habría pasado a la Historia como el primer ministro que liquidó por capricho la nación que gobernaba.

La «hazaña» de Cameron consiste en haber llevado sin necesidad a su país al borde del abismo. Ha permitido que cinco millones de escoceses decidan el futuro de setenta millones de británicos… y de quinientos millones de europeos que hubiesen quedado comprometidos por la eclosión nacionalista de una eventual victoria del separatismo. Ha dividido Escocia en dos mitades. Ha creado un problema donde no lo había y ha tenido que llamar a los adversarios para que lo saquen del atolladero. Y, sobre todo, aunque se empeñe en decir que ha zanjado la cuestión para siempre, ha dejado abierta la puerta a la reclamación de otro referéndum cuando los independentistas constaten que tienen la masa crítica suficiente para ganarlo.

Porque, y este es el error principal, la cuestión esencial de la consulta no era la respuesta sino la pregunta. Es decir, el propio referéndum que reconoce a los escoceses un derecho de autodeterminación que ni siquiera habían pedido. Los nacionalistas solo querían más autogobierno, que es lo que al final este lumbreras ha tenido que prometer como último recurso con el que evitar el desastre, y él lanzó el órdago para hacerse el interesante. A cara o cruz, sin mayoría cualificada, como si la unidad nacional de una potencia planetaria fuese una partida de bridge. Y sin plan B, que ha tenido que improvisar de cualquier modo cuando vio subir a la altura de su cuello el nivel del agua. Al final, los propios escoceses han sido más responsables. La honorable renuncia de su líder Salmond es la única victoria que puede apuntarse Cameron en este desgraciado viaje a ninguna parte.

Pero el mapa emocional y político de Gran Bretaña ya está rasgado. Y sus marcas de división se van a proyectar ahora sobre el debate de la permanencia en la UE, el otro desafío con que el premier se siente tentado. Es probable que la euforia de su falso triunfo le lleve a probar por segunda vez en la ruleta de la fortuna. Total, a fin de cuentas siempre puede volver a apoyarse en sus rivales laboristas para que lo rescaten.

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