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ESCRITOR

Javier Sierra: «Las pirámides se hicieron por amor cuando se creía en las obras colectivas»

El autor abre el martes la nueva temporada del Foro Cultural ABC Córdoba con la recuperación de su novela «La pirámide inmortal»

Javier Sierra: «Las pirámides se hicieron por amor cuando se creía en las obras colectivas» abc

LUIS MIRANDA

Como Napoleón Bonaparte, Javier Sierra pasó una noche en la Gran Pirámide. Sus experiencias las compartirá con sus lectores el martes a las 19.30 en el Palacio de Viana.

—Preguntar por el enigma puede ser como destripar el final de una novela, lo cual no se admite, pero, ¿qué buscaba Napoleón en la pirámide?

—Yo creo que Napoleón buscaba su divinización en Egipto. Había comprendido que había fracasado como militar, en su campaña bélica de conquista de Egipto, y el único modo que tenía de regresar a Francia como un héroe y continuar con sus aspiraciones políticas era presentarse ante el Directorio de París casi como si hubiera sido un ser tocado por la Divina Providencia. Por eso creo que utilizó la Gran Pirámide con ese propósito. Había escuchado que Julio César y Alejandro Magno habían emergido del vientre de la Gran Pirámide como si fueran seres superiores, divinos. Quiso pasar por la primera prueba iniciática,

—No era la primera vez que se divinizaba. Ya lo hizo cuando le arrebató la corona al Papa para imponérsela a sí mismo como emperador.

—Sin duda. Y además subrayó esa intención con los retratos que se encargó. No hay más que mirar las obras de Jean Louis David, en las que aparece el emperador coronado con la corona de laurel de los antiguos emperadores romanos. Hay incluso retratos suyos con las armas del Imperio Romano, rodeados de simbología. Napoleón desde luego fue un maestro en el arte de robar para sí mismo los símbolos de poder de los pueblos que le precedieron y los incorporó a su iconografía.

—Pero si alguien tomó parte de los símbolos de poder del Imperio Romano fue el Papado.

—Claro, pero por eso le arrancó la corona al Papa y se coronó a sí mismo emperador. Él está por encima incluso del poder religioso, al que no teníademasiado respeto, y sin embargo hizo en Egipto una cosa muy extraña. Además de la pirámide, pasó en una noche en Nazaret, en la aldea en la que creció Jesús. Regresó a Egipto desde Nazaret siguiendo el camino que supuestamente siguió la Sagrada Familia durante la huida a Egipto que narran los Evangelios. No tenía ningún pudor en quedarse también con lo sagrado, si servía a sus fines, claro.

—De alguna forma, ¿las pirámides representan lo que antes y después era el Santo Grial?

—Sí, pero con una diferencia. Mientras que el Santo Grial se pierde en las brumas de la historia, la Gran Pirámide ha estado delante de los ojos de los viajeros de todas las épocas. Cuando Napoleón pronuncia delante de las pirámides la famosa frase de «Cuarenta siglos os contemplan» está rindiendo tributo a un monumento sin igual en la vieja Europa. Ninguna construcción humana superará en altura a la Gran Pirámide hasta la torre Eiffel.

—Ahora mismo hay mucha curiosidad hacia el antiguo Egipto. El descubrimiento de la Piedra Rossetta ayudó a conocer mucho, pero ¿cómo era la percepción del antiguo Egipto en la época de Napoleón?

—Era la de ver a esa civilización como la madre de toda la cultura. Hay una ola de orientalización en toda Europa en esos años, que desvía la célula madre de lo que hoy somos desde Grecia hasta Egipto. Es decir, la hace un poco más antigua. De hecho, los franceses de esa época se dan cuenta de que los grandes filósofos griegos, como Platón, pasaron temporadas en Egipto iniciándose en sus secretos milenarios. Y al final la impresión que da la expedición napolénica a Egipto es que Bonaparte quería también hacerse con esos secretos. Por eso no sólo se lleva militares a su expedición, sino también a 167 sabios de todas las disciplinas creando una división «de inteligencia», que lo que buscaba era arañar esos misterios de antigüedad.

—Napoleón es un personaje famoso pero no conocido suficientemente. ¿Cómo es el personaje que ha encontrado al documentarse?

—Bueno, me he enfrentado a un reto muy serio. Napoleón es el personaje histórico sobre el que más novelas se han escrito. Por lo tanto, mi aproximación debía buscar un ángulo original. Y esa originalidad la encontré en el joven Napoleón, todavía contagiado de la magia de sus lecturas. Era un soñador empedernido y buscaba adscribirse a los grandes personajes que le precedieron en la historia, como César o Alejandro. Es capaz de poner en riesgo su vida sin dudarlo para convertirse en una especie de nuevo Dios para sus semejantes.

—Toda buena novela es también una forma de conocer al mundo y a uno mismo. ¿Qué lecciones se pueden sacar de «La pirámide inmortal»?

—Yo creo que la gran lección es descubrir que el único antídoto que el ser humano tiene a su alcance para vencer a la muerte es el amor. El amor porque es la energía opuesta a la muerte, porque es lo único que garantiza el recuerdo, la pervivencia de la memoria de lo amado. Y esa enorme lección es lo que me ha inspirado más a la hora de ponerme con este texto.

—Es curioso, porque a las pirámides las tenemos como símbolo del poder.

—Pero es una falsa visión, es una visión moderna de lo que fueron las pirámides. Las pirámides en realidad se construyeron por amor. Era el pueblo egipcio el que quería que el alma del faraón se convirtiera en inmortal, y construyó esa especie de máquinas para lograr la superviviencia eterna de sus dirigentes. Pero se hicieron por amor en una época en la que creíamos en las obras colectivas. Con el correr de los siglos nos hemos vuelto muy individualistas, hasta el punto de que casi cada ser humano busca ser un estado independiente.

—Al hablar de las raíces de la civilización occidental hablamos de lo mucho que tenemos de griegos y romanos. ¿Qué tenemos de egipcios?

—Tenemos la idea de la resurrección, esto que está tan vinculado al cristianismo en realidad ya estaba presente en la religión egipcia. Los que adoraron a Osiris no se diferencian mucho de los que hoy adoran a Jesús, sabían que fue un dios que murió y resucitó a los tres días, igual que Jesús. La cruz para el cristiano debería ser un símbolo abominable, fue donde ejecutaron a Jesús, y sin embargo es un símbolo de vida y esperanza, que es el valor que se le daba en el antiguo Egipto.

—¿Comparte la etiqueta de novela histórica que muchos adjudican a este tipo de obras?.

—Es un defecto de nuestros tiempos, que tratamos de etiquetar todo. Para mí en realidad no existe la novela histórica, de intriga, de misterio, de amor o erótica. Toda novela, en realidad, debe reducirse a lo que originalmente fue. Toda novela es búsqueda de respuestas, y aquella novela que no busque algo, que no trate de responder a una gran pregunta, desde mi punto de vista es un relato menor.

—¿Preguntas del lector o del autor?

—Son las mismas. Autor y lector tienen exactamente las mismas incertidumbres, que está sin resolver. La de la identidad: ¿quiénes somos?. La del origen, ¿de dónde venimos?. Y la incertidumbre del destino, a dónde nos dirigimos a dónde vamos.

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