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UNA RAYA EN EL AGUA

EL ESPEJITO DE LA MADRASTRA

IGNACIO CAMACHO

El núcleo duro de UPyD ha ejecutado la purga de Sosa Wagner con sumarísimos métodos de aparatchiks

UNA de las peores cosas que le pueden ocurrir a un partido pequeño y nuevo es asimilar demasiado pronto los vicios de los grandes y antiguos. Eso es lo que le está pasando a UPyD, que clona tics propios de aparato antes de haberse desarrollado por la base. El asunto no sería muy grave, apenas un gaje propio de la política, si no fuese porque la organización de Rosa Díez viene basando su discurso en la voluntad renovadora de los comportamientos políticos convencionales y en la sensata denuncia del abuso partitocrático. La aparición prematura de síntomas de endogamia y de personalismo compromete su esperanzador prestigio en un momento crítico, cuando la aparición de un populismo radical, extremista y demagógico amenaza la necesaria consolidación de fuerzas moderadas y de lo que se ha dado en llamar «reformismo con corbata».

La purga del europortavoz Sosa Wagner podrá basarse en motivos más o menos razonables pero ha sido ejecutada con sumarísimos métodos de aparatchiks. Sosa, culpable de haber abierto en público un debate que discurre desde hace tiempo en el electorado potencial del partido –el de la convergencia con Ciudadanos–, se había situado él solo fuera de la disciplina del grupo; sin embargo la respuesta de la dirección, revocando su cargo con una drástica cláusula ad hominem en el reglamento interno, ha sido de una fulminante contundencia ejecutiva, bien poco diferente de la que habría aplicado a cualquier disidencia un Álvarez Cascos o un Blanco. La sensación que la tajante maniobra deja en la opinión pública es la de un golpe de autoridad idéntico a los que aplican los grandes dinosaurios orgánicos. Y refuerza la creciente sospecha de que el núcleo duro de UPyD ha decidido hacer frente a sus problemas internos con las expeditivas maneras de la vieja política. Quizá no haya otras más eficaces pero eso conviene pensarlo antes de cuestionarlas.

Al fondo del asunto late una cuestión más antipática. La irrupción de Ciudadanos y el éxito de la iniciativa cívica «Libres e iguales» parecen haber hecho sentir a sus primos un incómodo aliento en el cogote. Rosa Díez, que procede de esa nomenclatura tradicional que tiende a denostar, encaja más mal que bien el reflejo de la frescura intuitiva y emergente de Albert Rivera en el espejito al que se mira cada mañana, y le empieza a asomar un enojoso síndrome de madrastra de Blancanieves. La visible rivalidad es una mala noticia en un momento que se perfila idóneo para los reformistas: un futuro inmediato sin mayorías absolutas que va a requerir el compromiso estratégico de las terceras vías. Hay una significativa bolsa de electores cansados del desgaste bipartidista y reacios a seguir a los flautistas antisistema; lo último que necesitan es que su única alternativa viable reproduzca antes de alcanzar masa crítica el modelo del que se han desengañado.

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