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Aurelio Teno, el artista que había querido ser torero

El Museo Taurino recoge las obras en las que el autor plasmó su pasión por la lidia

Aurelio Teno, el artista que había querido ser torero AARÓN

LUIS MIRANDA

La obra de Aurelio Teno encarna la lucha del hombre con la naturaleza y la expresión de la naturaleza misma. Lo es en cada una de sus obras, de forma que ni siquiera Don Quijote se puede sustraer de la tierra de La Mancha en la forma en que el escultor lo concibe. Cuando Aurelio Teno se acercó a los toros no podía hacerlo de otra forma que evocando la lucha del hombre contra el animal, presente en todos los pueblos del Mediterréneo desde Grecia y además evocando los rasgos más extremos de cada uno: la fiereza del toro y la quietud y reflexión del hombre que intenta dominarlo.

El Museo Taurino de Córdoba inauguró ayer la exposición en la que se reúne la obra que el artista de Los Pedroches dedicó a la tauromaquia. Se trata de la segunda muestra temporal que se realiza en el centro cultural de la plaza de Maimónides desde su reapertura la pasada primavera, y una más de las que tienen como protagonista a Aurelio Teno en distintas sedes durante los últimos meses. Se podrá visitar hasta el próximo 6 de enero con la entrada para la colección permanente del Taurino. No era un mundo ajeno para él, que había querido ser torero y había conocido el mundo de las plazas humildes, de las corridas nocturnas y de quienes no habían conocido el triunfo.

Collage

El espectador que entra en el Museo Taurino encuentra para empezar un espectacular «collage» que representa un coso taurino, pero incluye gestos de dolor y de pánico y hasta palabras como «réquiem». Tiene que ver con la época en que lo hizo y con el recuerdo de los atentados del 11 de marzo de 2004. Es un retrato del horror el que se evoca. El de unos días aciagos para España.

A partir de entonces, Teno se expresa mediante esculturas y cuadros, casi todos pertenecientes a su viuda y almacenados entre la obra que dejó a su muerte. Están en primer lugar los bronces, con personajes que no son siempre toreros, como el picador, que tiene el arma en ristre y que mantiene un equilibrio muy singular, expresionista, con el caballo sobre el que ejecuta su labor en la plaza. Está también el toro como animal que da sentido a todo, y que no podía faltar en quien levantó el monumento que Pozoblanco dedicó a Paquirri tras la mortal cogida de hace treinta años. La exposición abunda en una serie de bustos y rostros, donde el movimiento de los animales contrasta con la quietud.

Singular relieve tienen las pinturas y las dos tauromaquias completas que se exhiben. Una es pintura sobre tabla, con cabezas de toreros que no tienen nombre ni rostro con rasgos, y que pueden ser el ejemplo de esos nómadas que no pisaron el ruedo de las grandes plazas. Las acuarelas recogen distintos momentos de una lidia.

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