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UNA RAYA EN EL AGUA

NICOLASES

IGNACIO CAMACHO

El embaucador precoz ha desenmascarado la superficialidad de unas élites trufadas de engolados «nicolases» maduros

NO es el personaje sino la impostura. Jetas con desparpajo hay en todas partes; a Obama, en los funerales de Mandela, se le coló en sus narices un intérprete de traca. El problema que plantea el sugestivo caso del pequeño Nicolás tiene que ver con la deconstrucción de nuestras élites, con el modo en que la superficialidad se ha convertido en valor prioritario de la clase dirigente. Un ambiente donde se puede medrar presentando una colección de fotos con celebridades como currículum. Un biotopo en el que un número de teléfono abre puertas principales y salta colas de protocolo y en el que la influencia puede establecerse mediante la simple exhibición de lazos triviales y de relaciones equívocas. El verdadero escándalo del joven impostor no consiste en que se colase en una recepción del Rey Felipe sino en que ha desnudado con su desvergonzada osadía al rey Midas del poder y del dinero.

Madrid es estos días un turbión de teorías conspiratorias en torno al imberbe farsante que ha puesto en evidencia la solemnidad de la vieja Corte. Que si la tutela de la FAES, que si la sombra del CNI, que si extraños manejos de turbios personajes. Cualquier cosa puede ser verdad o no en esta estrambótica historia de picaresca posmoderna pero la dirigencia burlada necesita una explicación lo más alambicada posible para disfrazar su ridículo. El que le ha procurado un chaval que parece, como dice Ana Ureña, salido del vídeo de «Amo a Laura» y que se ha paseado con desenvoltura de profesional del cóctel entre los próceres que toman las decisiones en España.

Y es que la única diferencia entre Nicolás y ciertos célebres falsarios contemporáneos reside en la edad y la experiencia consiguiente. Una cuestión de suerte y de aplomo. Sin los errores de osada bisoñez que finalmente lo han desenmascarado, el agraz embaucador habría llegado bien lejos en este sistema degradado que eleva a cargos públicos o a empresarios de moda a tipos sin mayor bagaje. Madera tenía para seducir, pelotear y moverse en ese ecosistema de medro oportunista y banal que constituyen hoy las nomenclaturas públicas. ¿En qué se diferencia en el fondo su fullero atrevimiento de la soez naturalidad con que se manejaban en las redes oficiales los truhanes de la Gürtel? ¿Qué otra cosa hacía sino ganarse confianzas y padrinazgos-express Genaro el de Gowex? El modus operandi, ésa es la clave. Descaro para aparentar estatus, intuición para explotar el tráfico de favores y una desahogada frescura para aprovechar la falta de consistencia de nuestras estructuras de liderazgo.

Sorprende, sí, su precocidad. Ésa era su nota diferencial y la causa de su caída: le faltó paciencia o le sobró arrogancia. Con un poco más de cuajo, tacto y tiempo habría podido hacer carrera. Hay por ahí engolados nicolases bien maduros que a base de abrazar farolas y rentabilizar contactos han acabado presidiendo cajas.

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