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EL PULSO DEL PLANETA

El chocolate y las nuevas artes del placer

El chocolate y las nuevas artes del placer

JUAN PEDRO QUIÑONERO

Los maestros chocolateros franceses apuestan por la creatividad y cierta lujuria para conquistar nuevos mercados

Doña Emilia Pardo Bazán ya conocía las virtudes afrodisíacas de una taza de chocolate servida en una mesa-camilla, y a media tarde, a un don Benito Pérez Galdós muy sensible a los encantos de la lencería fina de su ilustre anfitriona. Apoyándose en tan noble tradición –cultivada en Francia por las señoras literatas, desde el siglo XVIII–, la última edición del Salón del Chocolate de París apuesta por «la creatividad, el refinamiento y el placer». ¿Cómo poner en práctica tan sugestivo proyecto? De la manera más sencilla e indiscutible.

Los maestros chocolateros son invitados estos días, en la Puerta de Versalles, a proponer alternativas a la ya clásica tableta que las madres utilizaban a la hora de la merienda infantil. Parece que ya es cosa del pasado, aunque esa clientela familiar seguirá existiendo. Los artesanos de hoy se proponen conquistar muchos otros públicos con nuevos productos destinados a los jóvenes que necesitan estimularse a media mañana o a media tarde, y a los jubilados, una clientela privilegiada: tienen el poco dinero que circula y pueden comprar estas golosinas de cacao que alegran el cuerpo y el alma.

Caro refinamiento

El refinamiento de los nuevos chocolates también se dirige a públicos más pudientes y sibaritas, gente dispuesta a pagar un elevadísimo precio por comprar unos gramos del chocolate más selecto. También, por productos que trascienden el sentido del gusto: perfumes derivados del cacao, esculturas de chocolate (se ha realizado una reproducción del gigantesco King-Kong firmada por Richard Orlinski), chocolate en perpetuo movimiento según las vibraciones del sonido o iluminación LED aplicada a este producto.

«Placer» es la palabra estratégica del marketing de los nuevos maestros. Dar y recibir placer con mucho arte. Nada de glotonerías infantiles, sino seducir y conquistar no solo ante una mesa-camilla, como hacía doña Emilia con don Benito en los salones de finales del XIX. Las señoras literatas francesas, desde Madame de Sevigné –la autora de la correspondencia más legendaria de la historia literaria francesa–, ya sabían que el placer de la conversación ganaba mucho con una taza de chocolate, en una coqueta estancia y luciendo trajes con sedas y plumas.

Para lanzar sus nuevos y maravillosos productos –no solo afrodisíacos– el XX Salón del Chocolate también ha recurrido a la artillería pesada de presentar chicas guapas, vestidas y desvestidas con glamour, que es una manera finústica de nombrar cosas que suenan toscas. Starlettes locales, presentadoras de televisión y estrellas emergentes del mundo del espectáculo se ataviaron para apoyar con su palmito y silueta las nuevas artes de la seducción. Sus cuerpos han sido el escaparate de bombones, onzas, barritas, tabletas o diminutas figuritas para devorar con elegancia y pasión. «Love is money, chérie», dice un célebre verso de Jacques Prevert, el más popular de los poetas franceses del siglo XX, que pudiera tener esta otra versión: «El amor es chocolate, querido».

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