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Festival Rafael Orozco

Concierto histórico

F. JAVIER SANTOS

Fecha: Sábado 15 de noviembre.

A pesar de la buena respuesta del público, no encuentra uno suficientes explicaciones para justificar que el auditorio del Conservatorio Superior no hubiera llegado al borde del colapso ante la visita del pianista ruso Vladimir Ovchinnikov, intérprete cuyo impresionante currículum le sitúa a la vanguardia del panorama musical mundial y que a priori (y seguramente también a posteriori, con permiso de Josep Colom y a la espera de los próximos recitales) se presentaba como la estrella indiscutible de la presente edición del Rafael Orozco.

Porque es Vladimir Ovchinnikov un pianista portentoso y un artista de primerísima fila, un músico que el sábado desarrolló con maestría de genio un interesante y didáctico programa de terroríficas exigencias técnicas, intelectuales y espirituales dedicado a dos de sus más complejos y creativos compatriotas. Ofreció durante la extensa primera parte la integral de los estudios para piano de Scriabin (sólo con ellos hubiera justificado un recital completo) en una ocasión magnífica para conocer la evolución estilística del críptico compositor desde los coletazos postrománticos indisimuladamente deudores de Chopin o de Liszt en el opus 2 y en los opus 8 hasta la práctica disolución armónica y rítmica de su último y simbolista período creativo.

El fascinante universo sonoro scriabininano obtuvo de la técnica y del sonido de Ovchinikov los mejores recursos para mostrarnos lo laberíntico de sus texturas, la turbada y violenta melancolía interna que lo inunda y esa introspección maníaca tan característica, aprovechando todo ello para mostrar la más trascendental escritura pianística en una auténtica máster class de primer orden.

Cuando parecía que «Los cuadros de una exposición» en la segunda parte y después de la exhibición interpretativa de los anteriores estudios casi sabrían a poco, aún guardaba nuestro artista sobrada munición para continuar su particular despliegue de medios y mostrarnos lo preciso de su pulsación, su amplia gama de dinámicas y el más discreto pero no menos importante uso fantástico del pedal. Así, patético sonó el diálogo de los judíos polacos, los polluelos casi parecieron salir del piano, salvaje se nos mostró «Baba Yaga» y la grandiosidad de la «Puerta de Kiev» pareció rechazar las famosas orquestaciones por innecesarias. Y aún tuvo fuerzas para regalar fuera de programa el arreglo de un «Momento musical» de Schubert y el «Nocturno para la mano izquierda» de Scriabin en un recital que ya ha hecho historia en Córdoba y en su más logrado Festival. Grande, muy grande Vladimir Ovchinnikov.

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