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EL CONTRAPUNTO

¿NADA QUE PERDER?

ISABEL SAN SEBASTIÁN

Abrazándonos a un clavo ardiendo podemos perder la libertad, y la perderemos

POR más que los datos económicos apunten a una leve recuperación que lucha por consolidarse, millones de españoles están convencidos de no tener nada que perder. Sólo así se explica el auge de un partido como Podemos, remedo de experimentos fallidos tan sangrientos como el comunismo soviético, el castrismo verdugo del pueblo cubano o el chavismo vigente en Venezuela, donde la inflación supera el 60 por ciento y ni siquiera la bendición del petróleo libra a la población de la cartilla de racionamiento.

El fenómeno Pablo Iglesias y Cia, cuya orgullosa comunión con esta ideología totalitaria y suicida ha quedado grabada en infinidad de intervenciones disponibles en youtube, no se entiende fuera del contexto de una sociedad hastiada hasta el extremo de abandonar la esperanza y, con ella, la perspectiva. No cabe invocar ignorancia, porque ni ellos se han escondido hasta fecha muy reciente ni faltan periodistas dispuestos a escarbar en busca de la verdad sin sucumbir al oscuro encanto del populismo multiplicador de audiencias. Quien quiera tomarse la molestia de averiguar, antes de acudir a las urnas, lo que es Podemos y qué propugna, tiene esa información al alcance de una rápida búsqueda en internet. Si, como augura la última encuesta de intención de voto, ese grupo de izquierda extrema se alza con la victoria, lo hará sin engañar a nadie que no haya querido dejarse engañar.

Hay un trasfondo de rencor rancio en los millones de electores decididos a dar ese salto al vacío. Un tufo inequívoco a resentimiento, a frustración transformada en afán de venganza ciega, a odio. Podemos ha sabido convertirse en cauce de la indignación que nos embarga a todos ante los abusos impunes de los poderosos, la corrupción o la falta de oportunidades, pero no se ha quedado ahí, sino que ha logrado convencer a una cuarta parte del electorado de que está al alcance de una papeleta propinar una patada al sistema en el propio culo de quien vota, sin consecuencias. Y esa es la peor parte, la más peligrosa, porque es esta sensación de reversibilidad, unida a la ausencia de alternativas, la que puede despejar el camino a un triunfo que amenazaría mucho más que unos endebles brotes verdes apenas perceptibles para la mayoría de los ciudadanos.

Es cierto que el PSOE y el PP han empezado a agitar el fantasma del miedo guardian de «su» viña, después de engordar al monstruo durante algún tiempo por razones contrapuestas: en el caso de los socialistas, desde la era ZP, como parte de una estrategia enloquecida destinada a deslegitimar la transición y los consensos que trajo consigo. En el de los populares, con el propósito de dividir el voto de la izquierda o robárselo directamente, si hablamos de IU, que tiene ya al enemigo en casa, metido hasta la cocina. El miedo, sin embargo, no resulta suficiente a estas alturas. El miedo se queda muy corto ante la magnitud del desencanto ciudadano y el nivel alcanzado por su ira. Es obligación de los partidos democráticos dibujar el cuadro de manera realista, mostrar con claridad lo que está en juego, limpiar a fondo sus casas y recuperar políticas de principios alejadas de la demagogia o la coyuntura. Es obligación de los medios de comunicación dar voz y visibilidad a opciones perfectamente respetables, distintas a los ejes del bipartidismo, tales como Ciudadanos, UPyD o Vox. Hace falta motivacion positiva, esperanza capaz de poner ante los ojos de la sociedad española un retrato colorido de lo que puede volver a ser, con el esfuerzo de todos, este país sacudido hoy por la madre de todas las crisis económica, social, educativa, nacional, de identidad y de valores. Es responsabilidad de todos, cada cual desde su tribuna, explicar claramente a los españoles que abrazándonos a un clavo ardiendo podemos perder mucho más que la fragil estabilidad atisbada. Mucho más que el amparo de los socios europeos. Podemos perder hasta el derecho al pataleo. Podemos perder la libertad, y la perderemos.

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