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DESDE SIMBLIA

¿Volamos bajo?

En Córdoba se oye de noche el ruido de un avión y llama tanto la atención como en los 50, cuando la gente miraba al cielo pasmada

JOSÉ CALVO POYATO

EN «vuelo bajo» podríamos decir que es como se encuentra Córdoba desde hace treinta años en materia de transporte aéreo. Su aeropuerto, al que podemos seguir llamándolo así, ya que el significado de la palabra es «un terreno llano provisto de un conjunto de pistas, instalaciones y servicios destinados al tráfico regular de aviones» y las pistas y las instalaciones están y su destino es el tráfico regular de aviones, aunque carezca de los servicios necesarios para el aterrizaje y despegue de aviones, se encuentra a la cola de la media docena de aeropuertos que hay en Andalucía, en lo que a actividad se refiere. Puede que a algunos, media docena de aeropuertos la parezcan muchos para un territorio de 87.598 kilómetros, pero si establecemos una comparación con el conjunto de España, que tiene 52 en sus 504. 645 kilómetros cuadrados, no son tantos. Hagan cuentas. En Andalucía salimos a 14.600 kilómetros cuadrados por aeropuerto, mientras en el conjunto de España se saldría a 9.704. Parecido resultado obtendríamos si en lugar de territorio, utilizáramos habitantes. Comparaciones aparte —las hemos hecho para dejar constancia de que Andalucía es la primera, según la propaganda de la Junta— el número es a todas luces excesivo, dadas las distancias de que estamos hablando, y habida cuenta que solo unos pocos de ese medio centenar de aeropuertos están en las rutas internacionales.

Pero el caso de Córdoba es llamativo. No hay vuelos regulares como en Ciudad Real y Castellón, pero con una diferencia. Los dos últimos son consecuencia de la fiebre constructiva de los años de las vacas gordas. Apuestas faraónicas de unos iluminados. Pero el de Córdoba inició su andadura en un tiempo muy diferente. Era 1958 y en España se vivían los coletazos de la autarquía que acabaría al año siguiente con el llamado Plan de Estabilización que inició la liberalización de la economía. En el 2007 se modernizaron sus instalaciones y se amplió la longitud de su pista lo suficiente como para permitir despegues y aterrizajes de aviones como el Airbús-320. Sin embargo, sólo operan en él avionetas privadas, vuelos del Infoca, helicópteros…

Así las cosas, no extraña que se produzca poco menos que una conmoción entre sus vecinos por el hecho de oír un ruido de motores en el cielo de Córdoba. Es algo tan extraordinario, que la gente se asoma a balcones y ventanas o se apuesta en terrazas para ver a qué se debe tan extraordinario acontecimiento. Hay quien hace apuestas acerca de la causa del misterioso ruido. Ese sonido es tan extraño que se convierte en el asunto más importante de los comentarios del café de media mañana o de la caña previa al almuerzo. Surgen, inevitablemente, los chistes. Lo que todo el mundo sabe es que el ruido surca el cielo de Córdoba al filo de la media noche y quien lo produce vuela bajo.

¿Tan extraordinario es el ruido de los motores de un avión en el cielo de Córdoba? ¿Volamos tan bajo que llama la atención tanto como cuando un avión, allá por los años cincuenta del siglo pasado —por entonces se inauguró el aeropuerto—, rompía la «barrera del sonido» y la gente miraba al cielo, pasmada?

¿Tan bajo volamos?

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