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POSTALES

LITTLE SPAIN EN NUEVA YORK

JOSÉ MARÍA CARRASCAL

Es tremendo tener que venir a Nueva York para oír algo sensato sobre España

EL año pasado tuve ocasión de leer «Isolina», la biografía novelada que Manuel Zapata, un director jubilado de High School, ha escrito con tanta pulcritud como cariño, de una gallega que, casi una niña, llegó a Estados Unidos hace más de un siglo, trabajó disfrazada de hombre en las minas de Pensilvania, abrió con su marido irlandés una pensión en Nueva York y terminó siendo una personalidad relevante de la colonia española en esta ciudad, tras una vida tan asombrosa que sobrepasa la ficción. La fonda estaba en Cherry Street, Cherristrit para los españoles, al pie del puente de Brooklyn, encima de Little Italy, pudiendo considerarse una Little Spain, llegando a tener 1.723 españoles censados en los años cuarenta y todo tipo de tiendas españolas. Destacaba el restaurante Castilla, propiedad de un gallego, por donde pasaron políticos exilados y embajadores de Franco atraídos por su cocina y ambiente. Comí más de una vez allí en mis tiempos de corresponsal. El bloque fue demolido para levantar un complejo de viviendas protegidas.

De ahí que el mejor regalo que haya podido tener estas navidades sea la historia de otro enclave español en Nueva York, en la calle 14, entre Sexta y Octava Avenida, contada por Miguel Hernández en el prestigioso New York History Blog de la Ossining Historical Society’s Newsletter y, en imágenes, por Artur Balder en un largo y minucioso reportaje. Esta Little Spain está más al norte y más al oeste que la anterior, aunque sus credenciales son también honorables. Allí nació en 1868 la Spanish Benevolent Society, que aseguraba a sus socios contra desgracias que pudieran ocurrirles en un país como este, donde la Seguridad Social está, aún hoy, mucho más retrasada que en la mayoría de los países europeos. La sociedad pasó a llamarse La Nacional, que sobrevive. Por allí han pasado españoles de muy diversas épocas y talantes políticos y todavía puede comerse en ella una buena merluza y verse los partidos de la Liga española. Otro de sus centros era la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, donde se celebraba misa, se bautizaba, se hacía la primera comunión y se casaba en español, a más de salir las procesiones, especialmente la del día de Santiago. Cerca estaba la Casa Moneo, donde podían comprarse hasta hace poco toda clase de artículos españoles.

Al incorporarse al crisol norteamericano, los españoles se alejaban de esos enclaves originales, aunque conservaban un lazo sentimental que sus hijos mantenían o no. Uno de esos hijos es Robert Sanfiz, abogado y secretario de La Nacional, que ha logrado salvarla, junto con el puñado de socios que quedaban, gracias a la ayuda de fundaciones norteamericanas. Tras pasar cinco años en España, dice en el reportaje: «Lo que menos me gustó fue la política. Nunca entendí la falta de compromiso. Y la prensa no ayuda, al destacar siempre lo peor». Para añadir con tristeza: «Los españoles no aprecian lo que tienen».

Es tremendo tener que venir a Nueva York para oír algo sensato sobre España.

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