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El consejero de Cultura, martillo de Córdoba

Nada es más despreciable que, en controversia con alguien, usar el argumento «ad hominem»

El consejero de Cultura, martillo de Córdoba ARCHIVO

POR CORDUBA NOSTRA

LUCIANO Alonso —¡bien lo conocen los cordobeses — es, todavía («¿quo usque tandem») Consejero de Cultura de la Junta de Andalucía. una persona de la que podemos aseverar que, examinada minuciosamente su relación política, claro, con nuestra ciudad, muere de amores por Córdoba. Y, como hombre de pueblo, cumplidor cabal de su sabiduría manifestada en sentencias, ha hecho deber suyo respecto de los cordobeses, aquella de «quien bien te quiere, te hará llorar». Y a ello se ha dedicado con un ardor democrático que obstruye cualquier intento de Córdoba por avanzar en sus proyectos de ciudad mejorable.

Nada es más despreciable que, en controversia con alguien, usar el argumento «ad hominem». No lo es, en este caso, si refiriéndonos con carácter general a los gestores públicos, afirmamos con el conde-duque de Olivares aquello de «faltan cabezas». Y aquellas cabezas que el duque decía no encontrar en su tiempo, seguiría sin encontrarlas si levantara la suya. Porque tener cabeza significa, en un gestor político, expulsar de sí la tentación del favoritismo en el ejercicio de sus competencias, es anular de principio toda desviación ideológica en el reparto de los bienes que administra, es ejercer la equidad en la satisfacción de las necesidades de aquellos a quienes debe servir con justicia dando a cada uno lo suyo.

¿Son así, como debieran, los comportamientos del consejero de Cultura? Si pudiéramos analizar sus desencuentros políticos con las autoridades que rigen nuestra ciudad, tal vez los pudiéramos encerrar en una síntesis desconsoladora: no, no han sido relaciones precisamente virtuosas. Poco añadiría al propósito de este artículo, repasar el conjunto de aquellas actuaciones promovidas por los rectores de Córdoba que no se hayan topado con el stop del Consejero de Cultura.

Pero, a título de miniejemplo, los cordobeses deben acercar a su memoria la negativa de Luciano Alonso a auspiciar y subvencionar la celebración de una eliminatoria de la Copa David en nuestra ciudad, cuando sí lo había hecho con otra ciudad anteriormente. Los razonamientos de su negativa fueron una sarta de palabras, palabras, palabras de las que es ducho el consejero, pero cuyo contenido, aunque huecas, no eran más que proclamas al aire. Los cordobeses no solamente no lloraron por aquella afrenta del ínclito consejero, sino que elevaron su ciudad a las más altas cotas de popularidad y reconocimiento en todas las televisiones del mundo. Aquél no pudo saborear la dulzura del éxito y sí recibir el repudio de los cordobeses.

A que el señor Alonso sea una persona culta le concedemos la presunción de veracidad. Que ame la cultura en sentido lato podemos aceptarlo, pero si es así, lo es en sentido caprichoso, injusto y pueril. El consejero reparte el capital que administra a su modo y conveniencia política . Para la Orquesta filarmónica de Málaga ha dispuesto dos millones de euros y uno para la Sinfónica de nuestra capital. No establecemos con ello rivalidades ominosas. No lamentamos la subvención a la orquesta de la ciudad hermana. Admitimos su característica específica. Lo que lamentamos y nos incendia interiormente es el desprecio que ha demostrado a las voces entonadas virilmente por miles de ciudadanos cordobeses pidiendo educadamente —¡cuándo debieran exigirlo agraviadamente !— su debida y justa aportación, no ya para potenciar sino tan sólo para evitar el deceso de nuestra cordobesa Orquesta. Molesta a sus oídos de prócer y mecenas —¡ojalá!— de la cultura propiciada por la Junta de Andalucía, el leve rasgueo de miles de plumas sobre el albo folio pidiendo justicia para nuestra Orquesta. Pero el señor consejero, erre que erre, niega el pan y la sal a Córdoba. Ítem más: cuando el alcalde de nuestra ciudad, tras la comprobación de su terca mezquindad en aumentar la subvención debida, decide acrecentar la consignación del Ayuntamiento que rige, tiene la procacidad e intrepidez de descalificar tal medida, calificándola de demagoga. ¡Inaudito! Y es que Luciano Alonso no desafina, sino que ejecuta virtuosamente, desde su Consejería, la obertura de la gran sinfonía partidista de la Junta de Andalucía frente a nuestra ciudad.

Los cordobeses temen, no sin razón, que el señor consejero de Cultura vuelva a agraviarles con motivo del proyecto de recuperación del Pósito de la Corredera. En principio, su Consejería lo inscribió en el Catálogo de Patrimonio Histórico de Andalucía, obviando de hacerlo previamente como Bien de Interés Cultural. Lo ha hecho directamente, con una prisa sorpresiva, porque ¿cuándo la Junta de Andalucía y su consejero se han acordado del Pósito? Nunca. Es ahora, repentinamente, en el momento parejo en que ha conocido el proyecto del Ayuntamiento de nuestra ciudad para revivirlo y dedicarlo a diversas actividades, cuando el consejero muestra su interés por el proyecto de nuestros munícipes. No es un juicio de intenciones, pero no deja de infundir sospechas tantas prisas y tantas coincidencias.

Mientras tanto, debemos estar atentos a lo que Victoria Camps, en su magistral ensayo «Virtudes Públicas» advierte: «La democracia es lo contrario de cualquier sectarismo».

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