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LA CERA QUE ARDE

ISABELITA

Ella se ha hecho más mayor porque ha pegado un estirón de realidad en su estancia en el hospital infantil

RAFAEL GONZÁLEZ

HACE poco más de una semana, Isabelita gritaba de dolor y yo quería ese dolor para mí. Me venía en ese momento a la cabeza una frase que había oído antes a algunas madres, abuelas ya, al respecto: «quieres quitarles el dolor y que te duela a ti». Es cierto. A pesar de llevar años en la paternidad, no me había llegado un momento así hasta que Isabelita y su complicada neumonía me lo enseñaron. Nunca dejamos de aprender ni debemos cerranos a la posibilidad de hacerlo, porque el golpe será grande. Ni para aprender, ni para amar: Isabelita ha recibido más amor desinteresado del que uno pueda sospechar que exista.

Un hospital infantil es un lugar donde se hace cierta la teoría de la relatividad, porque el tiempo se torna una dimensión diferente y porque todo lo que transcurre de sus puertas para afuera te importa en realidad una higa. Sólo piensas en Isabelita, o en Carlitos, o en Azahara, o en alguno de esos pequeños cuerpos que está recibiendo en su piel una lección que muchos adultos desconocen y que seguramente no soportarían. Isabelita mira con miedo las agujas, y llora a cada pinchazo, y quiere ver la tele y no quiere verla y no sabe qué comer ni si tiene ganas porque lo único que desea es irse a su casa con su mamá o a darle la mano a papá mientras dan un paseo.

A Isabelita le han metido un tubito en el costado que le duele pero sobre todo no se lo quiere ni mirar, que es lo peor, la grima que da una cosa así cuando una solo tiene edad para escribir secretos en el diario de Violeta. Los pasillos y las salas de espera son lugares grises que te obligan a reflexionar mientras observas a pequeños héroes cogidos de una mano a su mami y en la otra un tubo conectado al suero con ruedas. Tan chicos. Tan valientes. Tan sabios ya.

Y comparas inevitablemente tu caso clínico con el que ves delante de ti y lo haces para buscar consuelo aun sabiendo que eso no ayuda al mal rato que ya dura días de tu hija de 9 años. Que no es grave aunque es serio y que, en efecto, nada depende de nosotros aunque nos animen a creer que la vida es algo que se puede comprar y pagar en cómodos plazos y que mañana estaremos en el punto B tras haber salido hoy del punto A. No. Nada, en realidad, depende de nuestra voluntad.

Por eso hay gente que reza, mucha más de la que creemos, y a la que yo quiero hoy agradecerles desde aquí sus oraciones. A ellos y al trabajo de la Sanidad Pública Andaluza, con profesionales nunca suficientemente bien pagados y valorados. Isabelita ya está en casa. Se ha hecho más mayor porque ha pegado un estirón de realidad. Se han quedado otros que llenan de desvelos las noches y los días de sus padres. No los conozco, pero en adelante les dejaré una oración cada mañana. Qué menos.

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