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EL NORTE DEL SUR

LOS PATIOS POR MONTERA

RAFAEL ÁNGEL AGUILAR SÁNCHEZ

Belmonte ha clavado en Martín de Roa la esencia de la fiesta más propia de la ciudad: esa escultura dice mucho más que la de Alfaros

EN esa escultura de la calle Martín de Roa está contado todo. Quien quiera saber qué son los Patios, y pongo la mayúscula a conciencia, sólo tiene que sentarse enfrente del conjunto que ha plantado José Manuel Belmonte allí en San Basilio, y digo San Basilio también a conciencia porque lo de Alcázar Viejo nunca me ha convencido. Manías que tiene uno. Escuché algo sobre que el autor iba a colocar junto a la muralla un juego de estatuas que completara a la de la Puerta del Rincón y desconfié. Porque la de Alfaros me gusta pero sólo a medias: la idea es buena, está sacada, sí, de una escena recurrente de las que abundan en cualquier grupo de viviendas con empedrado y trocito de cielo propios de Santa Marina o de Lineros, pero hay algo que falla, que no cuadra, que no es real. Sí: lo que está fuera de lugar es esa mujer, ese tipo de mujer. A quien me traiga una fotografía de una joven de ese porte regando las macetas con una caña le doy un vale con todo incluido de montaditos en la Sacristía, en la calle Alarcón López. Esa mujer no existe en los Patios. O existe poco. La mujer que los cuida en Maese Luis o en Marroquíes rebasa la cincuentena como poco, lleva zapatillas de paño y hace años que dejó de presumir de escote.

Belmonte ha mirado con más tino para esculpir la escultura de Martín de Roa. Esa estatua está viva. Dice mucho de lo mejor que nos pasa en este mes de Mayo, y escribo con mayúscula a conciencia. Hay que fijarse en el señor mayor, por ejemplo, el que le está acercando con las manos una maceta al chavalillo encaramado en la escalera. Ese hombre no es el padre del chico: se trata de su abuelo, de su tío, del vecino de más edad de la casa patio en la que viven. Y ahí está esa camiseta de tirantes con tejido calado para que transpire mejor en las tardes tórridas de la última primavera, o las zapatillas de paño o de lona, tan cómodas para trastear entre los tiestos como para acercarse al despacho de la esquina a comprar una telera o a la taberna de la esquina a pedir un medio de Bodegas El Gallo. Y el niño, o el nene mejor dicho, con no más de seis o siete años, con el torso al aire y sus pantalones cortos, descubriendo descalzo y casi desnudo la tradición de convertir la pobreza en belleza, de hacer de la humildad de un corral de vecinos un monumento a la sutileza de la vegetación. A diferencia de la estatua de la Puerta del Rincón, la de San Basilio no se queda en las formas porque lanza un mensaje, que al tiempo es un recordatorio y una advertencia. Cuidad esto que tenéis porque nadie vendrá a hacerlo por vosotros: enseñadles a vuestros hijos a apreciar esta maravilla porque si no morirá de aburrimiento. No deleguéis esta responsabilidad en la Unesco ni en nadie que venga con títulos o con adulaciones. El escultor se ha puesto los Patios por montera. Tampoco hay que extrañarse tanto. Con ese apellido...

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