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PASAR EL RATO

Elogio del silencio

JOSÉ JAVIER AMORÓS

Dos semanas ya desde que se constituyó el Ayuntamiento de Córdoba, y sus miembros nos están sorprendiendo con la más alta manifestación de la inteligencia política: hablar poco. La única excepción a este comportamiento moderado ha sido el mezquiteo de doña Rosa Aguilar, que la incluimos porque un día fue alcaldesa de aquí. Mezquiteo es un nombre abstracto que designa la acción y efecto del verbo mezquitear, un neologismo que se propone para conmemorar el pensamiento inaugural de la nueva Consejería de Cultura andaluza. Mezquitear significa «cansar, aburrir, hastiar, dar la lata con la petición de titularidad pública para la Mezquita-Catedral de Córdoba». Es un verbo transitivo, de ahí su peligro.

Un cirujano francés de la segunda mitad del siglo XX, René Leriche, dijo que la salud es el silencio de los órganos. Si trasladamos ese criterio a la convivencia civil, el silencio de los políticos es la salud de los pueblos. La salud psíquica, desde luego. Cuando nuestros políticos aprendan a callar, a las mejillas de Córdoba les saldrán vistosas chapetas y la vida discurrirá plácidamente por el fondo de nuestras copas. Aprender a callar tiene relación con haber aprendido a hablar, las dos son cualidades de la inteligencia.

Los padres y las madres de la patria chica, y los otros parientes políticos, se han explayado durante meses con el lenguaje y sus sucedáneos, para acabar demostrando que no es imprescindible ser tonto para decir tonterías. Los cordobeses están agotados, ahítos de lugares comunes y mala sintaxis. Ahora necesitan hechos, tampoco muchos, con un paisaje sublime de silencio que se extienda desde el río hasta la sierra, de Carlos III al Zoco; así, las palomas del bulevar y de las Tendillas no morirán atravesadas por el rugido sin gracia de los mítines.

Para garantizar a un amable votante que no volverá a pasar hambre ni sed, y que no le faltarán techo y luz —que son la tierra mínima para que pueda arraigar la dignidad, divino tesoro—, no hay que obligarle a escuchar un discurso de dos horas. A las dos horas de palabras de amor, palabras, el amable votante habrá muerto de hambre y de sed, muy lejos de la tierra prometida de la vivienda de protección oficial, que está en Vimcorsa, o por ahí cerca. Él prefiere que le entreguen directamente las llaves y la cesta de la compra, en una discreta ceremonia sin palabras. Si acaso, en la cesta podría incluirse una tarjeta del partido político benefactor, para que sepa a quién tiene que estarle agradecido mientras hace la digestión, después de tanto tiempo. En política no hay benefactores anónimos, y cada mano sabe muy bien lo que hace la otra. Luego, publican la hazaña a dos manos.

Para poder pensar hay que callarse y callar a los que tenemos alrededor. Un fondo de silencio y de lecturas para construir el nuevo cerebro municipal, y Córdoba estará a salvo. La política tiene que ver con el modo de usar el lenguaje, y saber cuándo hay que callarse es un modo de hablar bien. Parece que los concejales del Ayuntamiento de Córdoba han empezado a recorrer con prudencia la veredita alegre del lenguaje. Que dure. Silencio en la noche, ya todo está en calma.

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