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Perdonen las molestias

Así sea

La Andalucía rural sangra en las comarcas de Los Pedroches y del Guadiato

Un ganadero de Fuente la Lancha Valerio Merino
Aristóteles Moreno

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Un bar no es solo un establecimiento que expende bebidas alcohólicas. Es también el penúltimo termómetro que certifica la presencia de vida en un entorno determinado. Un ecosistema sin bar es un espacio sin conexiones afectivas entre sus habitantes. Un venero sin agua. Un cerebro sin neuronas. Un cuerpo exánime que apura sus últimos instantes de aliento.

Fuente la Lancha no tiene bar desde hace años. De entre todos los indicadores que evidencian su agonía, este es el más elocuente. El más dramático. Porque representa la muerte del órgano vital que mantenía a sus habitantes unidos ante la adversidad. Un pueblo en declive puede perder la barbería, al carnicero y a la modista . Incluso puede ver extinguirse la panadería y hasta la tienda de ultramarinos. Pero si echa la persiana al bar clausura los vasos comunicantes que vinculan a sus vecinos. Extirpa el pulmón que insufla oxígeno en la sangre que irriga las células y los tejidos.

El corazón de Fuente la Lancha late débil en el Valle de los Pedroches. Todas sus señales nos hablan de un organismo mortecino. En estado vegetativo. Ha perdido el 19% de sus habitantes en las últimas dos décadas. Más del 65% de sus vecinos superan los 60 años de edad. Las defunciones cuadruplican a los nacimientos. Solo quedan dos tiendas. La única oficina bancaria abre una mañana a la semana. Sesenta viviendas se encuentran ya vacías a cal y canto. Veintiún niños mantienen con vida un colegio que se apaga lentamente. Y así hasta la desesperanza más absoluta.

Fuente la Lancha es el pueblo más pequeño de Córdoba . Trescientos cuarenta y cinco habitantes resisten el ocaso inexorable de su existencia. Pero Fuente la Lancha no es un accidente demográfico aislado. Es la punta del iceberg de un éxodo imparable que amenaza la supervivencia del mundo rural andaluz. El Valle de los Pedroches da muestras de una preocupante fatiga. Dieciocho localidades de la comarca han perdido población en su último censo. Cinco de ellas, en proporciones que podríamos considerar de alerta roja.

En apenas dos décadas, el conjunto de la demarcación ha descendido en 5.250 habitantes. No es un dato menor. Es la constatación de una hemorragia persistente síntoma de una enfermedad grave. Los pueblos del norte se encuentran en estado de acusada vulnerabilidad. Con la cuenca del carbón decrépita, se agarran al milagro de Covap como penúltima tabla de salvación al naufragio que se avecina.

La Andalucía rural sangra por el Valle de los Pedroches y el Guadiato . Mengua en población y crece en desempleo como dos signos febriles de una misma dolencia. La misma afección que se cierne sobre la mayoría de los blanquísimos pueblos de interior. De las 75 localidades que colocan a la provincia de Córdoba en el mapa, 56 pierden habitantes en el último censo. ¿Existe acaso alguna señal más expresiva de la anemia?

Fuente la Lancha tiene 17 calles y una carretera que la atraviesa como un puñal. En los días de lluvia, la soledad se adueña de su atmósfera. En los días de sol, también. Cuando te adentras en sus pliegues de cal y piedra , atruena un silencio turbador. Ese tipo de silencios que los urbanitas necesitamos como los alveolos precisan del aire. En la plaza desierta aún resuena el eco de los chiquillos que hace décadas jugaban en la arena. Hace décadas.

El pueblo vive sostenido por la memoria y por la rutina de los agricultores que se aferran a la tierra. Y por José Chaves , el alcalde, que resiste en su despacho la sentencia del futuro. La semana pasada nos mostró sus manos jaspeadas por el estrés y la angustia. «No pierdo la fe», imploró. Así sea.

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