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Luis Miranda - VERSO SUELTO

Adversativas

Quemar iglesias, cuando toque, no será más que un paso lógico después de crear el ambiente moral en que nacen las pintadas

Pintada en el colegio de las Esclavas de Córdoba ABC

A quien menos hay que temer es a quienes están pitando necedades en las paredes de las iglesias. Son como aquellos militantes del Ku Klux Klan en los años de la Ley Seca de los que contaba Dennis Lehane que eran tan torpes se prenderían fuego a sí mismos antes de quemar la cruz de sus rituales. En la delirante ortografía con que han pintado el colegio de las Esclavas - «la madera @ la ogera»- se retratan como personajes apenas capaces de sujetar un bote de spray en la mano y aplicarlo contra una pared; querer que tengan un discurso razonado es como recomendarle a un león que coma ensalada para compensar el exceso de proteínas o como contarle a un «sindicato» de estudiantes o de jubilados (risum teneatis) que malamente pueden subir las pensiones si cada dos por tres hay madres arrepentidas y gente relatando que lo que se lleva es no tener hijos. Es su naturaleza, como la del escorpión del chiste. No lo pueden evitar.

No, en la pintada de las Esclavas, y antes en las de San Pedro y la Trinidad , o en el cóctel molotov que se quedó en una ventana de San Miguel , lo importante no es quién lo hace, tan inane como su pobre andamiaje mental, sino el ambiente moral en el que se le ha incubado el desarreglo, la forma en que se la ha incitado a frivolizar la quema de templos como si la fe y la oración de millones de personas y el rico patrimonio histórico que habita en muchos de ellos valiese mucho menos que el designio ideológico de algún iluminado.

Incluso con frases de tan mala sombra como las que se han visto en este tiempo en Córdoba será difícil que alguno de estos, por lo general adolescentes de edad o de mente con un valor que se agota al agitar el spray, quiera plasmar en hechos lo que dice de noche y cuando no viene nadie; si eso pasara sería el momento para quienes inspiran y sugieren que está bien quemar iglesias con lo que haya dentro. Desde luego que no reclamarían el atentado con verduguillos (hay palabras que lo dicen todo) y comunicados, sino que utilizarían la adversativa , que es la forma en que ahora uno se distancia de aquello que ha fomentado y sin embargo no está bien respaldar en público. «Yo no comparto que se queme una iglesia, pero los curas se lo han ganado». «Yo lamento lo que ha pasado, pero... pero aplaudo en cuanto apago Twitter y sé que sólo me escucha gente de confianza».

En su laboratorio de ideas ha nacido el virus que después se contagia a tantas cabezas débiles que se tragan a pies juntillas que la simple presencia de la Iglesia Católica , y con ella los millones de personas que la forman, es un obstáculo que hay que eliminar, aunque a ellos no les impide absolutamente nada, mientras ponen morritos a otras religiones que les freirán la espalda a latigazos en cuanto les dejen un poquito de poder en las instituciones. Quemar iglesias, si algún día llega, no será más que el paso lógico que viene después de desautorizar a cualquier dirigente público con el simple argumento de que es creyente , de soltar sin empacho que una procesión en la calle atenta contra la aconfesionalidad del Estado y de que en las series y en las películas españolas el que va a misa sea un fanático y el ateo un héroe molón que se ha liberado de las ataduras. Quizá para el momento en que se juegue la revancha del 36, como dicen en su rima, Córdoba sea ya una ciudad tan tolerante y tan de encuentro que le meta fuego a sus iglesias para volver al paraíso de la sharía .

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