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Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

Naufragio

Un mar de bolsas de plástico y botellas de ron anegaba el Balcón del Guadalquivir como si una ola gigantesca se lo hubiera tragado

EL primer viernes de Feria , poco después de las tres de la madrugada, un océano de bolsas de plástico y botellas de ron Negrita anegaba el Balcón del Guadalquivir . A esa hora, ustedes se encontrarían en la cama ajenos a este tsunami de basura desordenada que inundaba el meandro del Guadalquivir . La estampa nos recordaba a los restos de un naufragio que alcanzan la costa y quedan diseminados por la arena.

Era una estampa apocalíptica. Como si una ola gigante hubiera barrido barracones y palmeras y en su reflujo hubiera abandonado los muebles triturados sobre la playa. En el muro, una hilera caótica de cascos y despojos inorgánicos informaban del desastre que acababa de arrasar este hermoso balcón con vistas al río. El suelo se asemejaba a una escombrera de desechos sintéticos que apenas dejaban ver las grandes losas de granito.

Unos cuantos náufragos apuraban los cubalitros indiferentes al maremoto de desperdicios que gobernaba el lugar. Como sonámbulos que sobreviven a un cataclismo. Ninguno de ellos reparaba en el vertedero en que hundían sus pies. Hablaban en corrillos desperdigados en el basurero de botellas de ginebra y vasos de plexiglás que invadía la interminable pasarela que une la Feria con el Molino Martos .

A la mañana siguiente, los efectos devastadores del temporal seguían allí. Intactos. Los náufragos se habían retirado a dormir la castaña y los vestigios de la hecatombe permanecían inmóviles en el mismo lugar de los hechos. El reloj marcaba pocos minutos antes de las diez de la mañana y unos cuantos vehículos de Sadeco se disponían a reparar el destrozo del tsunami nocturno sobre el margen este del río Guadalquivir. Imágenes como esta la hemos visto cientos de veces en los otoños agitados de la Costa del Sol. El mar azota violento la línea de playa y deja un reguero de barquichuelas quebradas y paseos marítimos desvencijados por la fuerza invencible de las olas.

Si convenimos que el botellón del Balcón del Guadalquivir es una metáfora de nuestros jóvenes de hoy, podemos llegar a la conclusión de que hay algo de naufragio en sus vidas. Mejor dicho: en nuestras vidas. Es decir: en las vidas de todos. Más allá de la celebración y el intercambio emocional alrededor del alcohol , lo realmente sobrecogedor es la indiferencia con que la muchachada evacúa un océano de inmundicia y lo abandona en medio de la calle para que los servicios públicos se hagan cargo de él.

Es el naufragio de cada día. La rutina de la desfachatez que presagia un mundo insolidario, incivilizado, individualista . Una mierda de mundo (con perdón). Un lugar inhóspito donde los actos se encuentran desconectados de sus consecuencias, porque siempre hay alguien que al día siguiente recoge los platos rotos y desinfecta el estercolero de cubalitros y botellas de whisky Dyc.

Hay un mecanismo administrativo perfectamente diseñado para reparar los desperfectos del naufragio y animar a los náufragos a que sigan regurgitando su basura sobre las calles y las plazas. No pasa nada, muchachos. Ustedes naden sobre su propio estercolero, que mañana vendrán los servicios municipales a barrer sus excrecencias con el presupuesto de todos. Así ha sido hasta hoy y así seguirá siendo a partir de mañana.

El experimento de los perros de Pávlov demostró que los canes comenzaban a salivar nada más ver entrar por la puerta a sus cuidadores. Es decir: que existe una relación directa entre el estímulo y la respuesta de los seres vivos en comportamientos rutinarios. Si continuamos estimulando a los náufragos del botellón con la recogida municipal de su inmundicia, el naufragio de este mundo es imparable.

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