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Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

Torre del agua

Aún andamos esperando un modelo de ciudad sobre la limitación de altura. Mientras tanto, la guerra de guerrillas

LOS rascacielos, como las golondrinas, son aves de temporada. Regresan cada año a la ciudad y traen debajo del brazo su maqueta y su discurso «vintage» de modernidad con la indisimulada intención de que el concejal de Urbanismo de turno, esta vez sí, encuentre un salvoconducto en el PGOU que les permita anidar un edificio en altura . Esta temporada ha llegado la Torre del Agua, una mole de 49 metros y catorce plantas, que duplicará el techo tradicional de una de las pocas ciudades de España que han logrado sobrevivir a la fiebre irresistible del rascacielos.

El ataque del ladrillo en altura es infatigable, reincidente y tenaz . En eso muestra un patrón de comportamiento de enjambre de abejas. Usted puede matar una de un manotazo, quizás dos, pero las abejas regresan en tropel hasta que usted entiende que es mejor batirse en retirada. Los rascacielos, con sus promotores y sus intereses urbanísticos de toda la vida, pueden perder uno de sus proyectos, quizás dos, tal vez quince, pero saben que tarde o temprano lograrán franquear un modelo de ciudad que resiste a duras penas la ofensiva inmobiliaria .

Todavía no nos explicamos cómo Córdoba ha logrado mantener contra viento y marea uno de los cascos históricos más extensos y compactos de Europa. Otras ciudades sucumbieron al empuje del cemento sin plantear batalla y, sobre todo, sin trazar un plan de reordenación urbana coherente y racional. Los promotores llegaron, compraron a precio de saldo y se pusieron a levantar bloques como champiñones. Y ahí tienen el resultado.

Córdoba ha recibido la embestida de los rascacielos en oleadas. El ladrillazo más sonoro fue aquel de la Torre Prasa planeado en el vértice del parque de la Victoria y a poco más de 500 metros de la Mezquita. Sobre el papel, el proyecto contemplaba 13 plantas y 45 metros de altura. El Ojo del Califa reventaba una cultura urbanística consolidada, cedía a la iniciativa privada la fachada principal de la urbe y hurtaba al monumento Patrimonio Mundial el protagonismo simbólico de Córdoba.

Neutralizado aquel desatino, la ofensiva del urbanismo vertical no cejó en su empeño. Por ejemplo, la Torre Noreña, un proyecto de 16 plantas y 56 metros de altura para albergar dependencias de la Junta de Andalucía en Poniente . La administración pública, como siempre, dando ejemplo. Entre medias, se han sucedido una docena (quizás más) de proyectos elevados , todos ellos abortados por la crisis inmobiliaria, primero, o la rémora burocrática, después.

La identidad urbana de Córdoba fue concebida en el plan general de 1958 con un techo de siete plantas. A partir de entonces, el asalto de los rascacielos sobre el modelo horizontal de crecimiento ha sido persistente y coordinado. Un asalto por las bravas o a través del subterfugio de la innovación del plan general. En cada arremetida, los responsables de la cosa urbanística han prometido conducir el discurso de la altura por los márgenes del debate de ciudad. Romper el modelo urbano exige un debate urbano y una respuesta global y razonada .

El pasado junio la Gerencia de Urbanismo autorizó un edificio de catorce plantas en la Torre del Agua. Cuando no hay modelo urbano, se impone la guerra de guerrillas . Usted puede matar una abeja de un manotazo, quizás dos, tal vez quince, pero un enjambre es mucho enjambre. Carlos Castilla del Pino escribió un artículo a mediados de los setenta titulado «Apresúrese a ver Córdoba» . El psiquiatra apremiaba al visitante a conocer un casco histórico excepcional antes de que la pala acabara con las casas solariegas víctimas de la especulación. Córdoba pierde carácter, alertaba Castilla. Pues eso.

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