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EDUCACIÓN

De «fábrica de notables» a luchar contra la exclusión

Por las aulas del instituto «Gaona» de Málaga han pasado nueve ministros y personalidades como Picasso, Ortega o Severo Ochoa

Severo Ochoa en el instituto

J.J. MADUEÑO

Fue el único lugar capacitado para acreditar que la formación de Bachiller era la adecuada. El Instituto Gaona –ahora Vicente Espinel – lleva 170 años dando una lección de esfuerzo para formar generaciones y generaciones de chavales. En otro tiempo sus aulas se llenaron con algunas de las mentes más brillantes del planeta, ahora es un centro dedicado a lucha contra la exclusión social . En pleno centro histórico de Málaga emerge un complejo arquitectónico único, que no sólo rezuma historia, sino también sabiduría e ilusión. «Desde 1846 ha sido instituto, primero exclusivo y luego público», explica Víctor Heredia , historiador ligado al centro.

Por sus aulas han pasado algunas de las mentes más brillantes del mundo, desde finales del siglo XIX. Pablo Picasso sólo estuvo unos días porque su padre se lo llevó a Galicia. Algo parecido le pasó a Vicente Aleixandre , quien a los pocos meses se tuvo que trasladar a Madrid por el trabajo de su progenitor. Ortega y Gasset hizo un paso obligado , porque pese a estudiar en San Estanislao tuvo que matricularse para que le reconocieran el Bachiller. «Todo el alumnado de la provincia debía pasar por este centro para que se le validaran los estudios y se le convalidara su formación académica», remarca Heredia.

La nómina de ilustres es extensa. «Entre los alumnos hay nueve ministros . Como Francisco Bergamín o Eduardo Palanca, que estuvo a punto de ser presidente de la República, o las dos últimas: Magdalena Álvarez y Celia Villalobos», señala Heredia, que sigue citando al poeta Emilio Prados, que se fue al segundo año. Pérez de Barrada, que es uno de los creadores de la antropología española. «Descubrimos que muchos alumnos son autoridades en un ámbito reducido cuando nos piden información desde fuera, como el caso de Arévalo Baca que creó la ornitología», remarca el historiador.

Los pupitres se llenaban de la clase media de principios del siglo XX. La mayoría no eran malagueños de nacimiento, como el escritor José Luis Cano o el premio Nobel Severo Ochoa, quien guardó una estrecha relación con el centro a lo largo de su vida . «Solían ser hijos de militares, oficiales de la Guardia Civil o de Carabineros que pasaban la adolescencia en Málaga», señala Heredia, quien explica que algunos como los hermanos Sánchez Vázquez siguieron su formación en el extranjero a causa del exilio.

El instituto se asienta sobre el antiguo palacete del Conde de Buenavista . En 1706 su tío lo compró, tras dejárselo en herencia y, por mediación del obispo de Málaga –Gaspar de Molina, presidente del Consejo de Castilla–, lo donó a la congregación de San Felipe Neri. Con la desamortización se usó para la enseñanza, pero pese a su origen anclado en la nobleza las grandes familias malagueñas no acudieron a sus aulas . «Los Heredia, Larios o Loring no pasaban por los institutos, sino que mandaban a sus hijos a Inglaterra o Francia», señala el historiador, quien explica que «sólo era accesible a una clase media y estudiaba sólo un cinco por ciento de los varones».

Desigualdades

Pero aquellos tiempos sólo son un patrimonio para recuperar y conservar. La realidad actual es otra. Ahora se trata de un centro dedicado a compensar las desigualdades sociales y acoge alumnos de los centros de refugiados o de los centros de menores . «Somos un centro compensatorio en el que tratamos de desagraviar las desigualdades que nos puedan llegar para que todos consigan el éxito escolar», señala Julia del Pino, directora del Instituto Vicente Espinel.

«Todo alumnado tiene que ser de primera, sin importar las deficiencias. Es un alumnado con unas necesidades muy especiales», remarca Del Pino, quien relata que el centro está lleno de programas para compensar las deficiencias educativas que puedan tener los alumnos. Un centro acostumbrado a los grandes desafíos. «El primer gran reto fueron las mujeres», incide Heredia. «Las primeras que aspiran a cursar estudios entran en el centro como alumnos libres, entre ellas Victoria Kent », señala el historiador, quien asegura que ya había adaptaciones en las aulas por aquel entonces para solventar estos retos como que «tenían su silla aparte o entraba fuera del grupo».

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