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CONVERSACIONES SOBRE ANDALUCÍA

Francisco Figueroa: «Podemos quedarnos sin playas en Andalucía»

Entrevista con el catedrático de Medio Ambiente

El entrevistado es un ardiente defensor de los árboles JUAN FLORES

FRANCISCO ROBLES

Este catedrático de Medio Ambiente nos advierte de los peligros que puede causar el cambio climático en una Andalucía que cuenta con una ley que hay que poner en práctica

—¿Qué es Andalucía?

—La región donde he nacido y donde me siento orgulloso de vivir. Es una parte singular y muy importante de España.

—¿Cómo se puede definir el paisaje andaluz?

—Si nos atenemos al concepto del paisaje percepción, estamos ante uno de los más variados del mundo en un marco territorial concreto. En Andalucía podemos ir del desierto a la nieve, del bosque al matorral, del cultivo al pueblo, del pueblo a la ciudad, de la costa cortada por los acantilados a la arena… Contamos con uno de los paisajes más ricos de Europa, y por eso hay que ponerlo en valor.

—¿El paisaje puede marcar el carácter del andaluz?

—Yo creo que sí, aunque hay que matizarlo porque tiene mucho peso la influencia de la zona social y económica donde viva cada uno. La realidad climática y paisajística también influye, por eso defiendo que la persona tenga su residencia en su paisaje vivido.

—¿La transformación de ese paisaje puede tener efectos secundarios en sus habitantes?

—Los puede marcar bastante, por eso cualquier transformación debe reducirse al mínimo, tiene que ser muy medida. El cambio en el paisaje puede ser negativo para quien lo sufre. La memoria de una persona en su barrio no se puede cambiar.

—¿Paisaje urbano o paisaje rural? ¿Cuál es el más adecuado para el ser humano?

—Hay que buscar la biofilia, que consiste en sentirse mejor en presencia de la naturaleza. Ahí está la esencia del ser humano, que vive en ciudades desde hace muy poco tiempo si nos atenemos a la evolución de la especie humana. Lo saludable es vivir en la naturaleza, no en un medio marcado por materiales duros como el acero o el hormigón.

—Usted es un firme defensor del árbol. ¿Por qué?

—El árbol es un vecino desconocido en la ciudad. El árbol es esencial para la salud física, psicológica y social. Como digo, es un vecino al que hay que conocer y querer más.

—¿Qué diferencia puede haber entre un barrio con árboles y otro sin árboles?

—En un barrio sin árboles se da una peor calidad del aire. Hay que plantarlos y cuidarlos por una cuestión de salud. Un barrio sin árboles tendrá una peor adaptación al cambio climático. Además, el árbol atrae a la convivencia, se es más amable en calles o plazas arboladas.

—¿Cómo se afronta el cambio climático en Andalucía?

—El esfuerzo de la Junta de Andalucía es importante. Llevan 16 años de trabajo y los últimos cuatro, de consenso social. Hay que empezar a hacer cosas muy concretas ahora que tenemos la ley.

—¿Por ejemplo?

—Adaptar las ciudades y los pueblos de Andalucía al cambio climático que se prevén que de aquí a 70 años son aciagos. Si no ponemos medidas vamos a pasarlo mal. Casi un millón de andaluces viven en barrios desfavorecidos con respecto al clima, lo cual es una barbaridad. Esos barrios no están preparados para el cambio climático, como también sucede en muchos pueblos. Hay que fomentar en ellos la vegetación natural que retira el dióxido de carbono gratis

—¿Existe una conciencia en los andaluces sobre el cambio climático?

—Es relativa. Se hace un esfuerzo en comunicación, pero aún no se ha interiorizado. Hay gente que niega el cambio climático, incluso algunos científicos. La pregunta se repite: ¿y a nosotros qué? ¿Para qué vamos a gastarnos el dinero si no vamos a disfrutarlo? Las soluciones son a largo plazo, a 50 años, y no a los cuatro de un mandato municipal. Por eso el compromiso ha de concretarse ya.

—¿Andalucía se desertiza?

—Sin duda. Hay cambios en el ecosistema, sube el nivel del mar y podemos quedarnos sin playas, como se ha demostrado este invierno en las de Cádiz, Huelva o Málaga.

—¿El turismo afecta al cambio climático?

—Hay que ir a un turismo sostenible, pero los turistas no son problemáticos: o vienen a la tumbona, o se mueven por itinerarios naturales de forma respetuosa con la naturaleza.

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