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libro de autoayuda

«Los españoles somos muy quejicas. Para ser feliz no hay que tener salud. Mira a Hawking»

El psicólogo catalán Rafael Santandreu sostiene en «Las gafas de la felicidad» que nos gusta «terribilizar» las cosas

«Los españoles somos muy quejicas. Para ser feliz no hay que tener salud. Mira a Hawking» abc

jesús álvarez

El psicólogo barcelonés Rafael Santandreu, autor de «El arte de no amargarse la vida», acaba de publicar «Las gafas de la felicidad» (Grijalbo), donde vierte ideas sorprendentes sobre este asunto. La primera va contra su propio gremio, el de los psicólogos, aunque barre para casa, como es natural, con su libro: «Si una persona con problemas no tiene dinero para un psicólogo, no importa. Puede hacer autoterapia con este libro. No necesita más», comenta a ABC. Y añade: «Por decir esto, me han cogido mucha manía mis compañeros». Hay que aclarar que para los casos más graves, sí recomienda un psicólogo o un psiquiatra.

Una de las tesis más sorprendentes que Santandreu expone en este libro contradice la mayoría de los tratados de psicología y libros de autoayuda en lo que respecta a la importancia de la salud y el bienestar físico para ser feliz. «Para eso -dice- no hay que tener buena salud». Y pone dos ejemplos: «Stephen Hawking no puede moverse desde los 21 años y es, aparte de uno de los mejores científicos de la historia, uno de los tíos más felices del mundo». El segundo es Vicente, un vecino suyo: «El hombre está ciego desde muy jovencito y no veas lo feliz que es», comenta.

Para el psicólogo catalán, «se puede ser feliz en casi cualquier circunstancia. Todo depende de cómo enfoquemos las cosas que nos pasan. Si lo peor que te puede pasar es la muerte y eso está completamente garantizado, creo que no hay nada realmente terrible en la vida», dice. Y pone otro ejemplo: «Thomas Grunëntal estuvo en un campo de concentración nazi de niño y se negó a dramatizar esta terrible experiencia y mantuvo siempre un estado anímico óptimo. Esto es prueba de que el ser humano puede ser feliz casi en cualquier circunstancia. Está todo en el coco, en las gafas que uno se pone», dice.

¿Qué le diría a un parado que lleva dos años sin encontrar trabajo para no deprimirse? «Le diría que tiene un problema -responde- pero que si se deja deprimir por ello, va a tener dos problemas. Y por mi trabajo le aseguro que el segundo puede llegar a ser peor que el primero».

Santandreu va en contra t ambién e otro de los mantras más extendidos sobre esta materia, el de la importancia de aparcar los malos recuerdos («para ser feliz hay que tener buena salud y mala memoria», dice Enrique Rojas): «Los seres humanos somos muy quejicas y ésa es la madre de muchos de nuestros problemas. Lo de vincular salud a felicidad me parece una idea muy absurda porque la salud es lo primero que vas a perder en la vida, a partir de los 25 años, y mucha gente mayor es feliz y no tiene buena salud».

¿Somos muy quejicas los españoles? «Tremendamente -contesta-, muchos más puntos de lo razonable. El 30 por ciento de los españoles tienen depresión y ansiedad por esa razón. Y por eso los antidepresivos son los segundos fármacos más vendidos en España».

Otra de las tesis a contracorriente de Santandreu se refiere a la felicidad y la soledad. «Una persona sola o sin pareja puede ser feliz perfectamente. Nadie necesita a nadie para sentirse feliz, aunque muchos crean lo contrario», comenta.

También son muchos los que creen que ayudar a los demás da felicidad. Santandreu, no: «Se pierden muchas energías y hay una gran confusión cuando no se entienden bien las responsabilidades de cada uno», comenta. Y añade: «La gente debería aprender a cuidarse a uno mismo, mucho más que atender a todos los demás, sobre todo en la familia. Porque se malgastan muchos esfuerzos en dedicarnos a los demás».

El psicólogo catalán sostiene que «eso no hace feliz, deberíamos cuidarnos más a nosotros mismos. Y luego compartir cosas, porque aunque es verdad que existe felicidad en el compartir, en la colaboración, ayudar materialmente a los demás es una tarea un tanto inútil», dice. ¿Por qué? «Porque eso no da la felicidad al que ayudas y el que ayuda en realidad lo que hace es ponerse en una situación de superioridad que le da algo de placer».

El psicólogo catalán no parece llevarse muy bien con las ongs: «A las ongs hay que ponerlas bastante en cuarentena. Lo que necesita la sociedad es justicia social y evitar los robos o las desigualdades, más que ayudar por ayudar. A veces la ayuda esconde un complejo de superioridad que puede perpetuar situaciones injsutas. Muchas ongs ponen tiritas en los problemas reales con lo que no contribuyen a arreglar los problemas de raíz. La ayuda es un concepto arrogante que da superioridad al que lo hace», insiste.

¿Convertimos deseos en necesidades? «Sí, y eso es un fallo de fábrica del ser humano, el gran productor de infelicidad en nuestra especie. Vamos más allá de un deseo legítimo y normal. A veces inventamos una necesidad y eso es una carga. Nos hacemos esclavos de un objeto. El único antídoto que existe es la educación en valores, la educación filosófica y espiritual».

En lo que Santandreu no lleva la contraria a la mayoría del mundo es en que el dinero no da la felicidad. «Es más feliz no quien más tiene sino quien menos necesita. Necesitamos muy poco para estar bien. Eso es un gran conocimiento de la naturaleza, el que no lo tiene será un débil emocional y un infeliz». Vale, el dinero no da la felicidad, pero ¿no ayuda un poco?. «Cuando yo hablo de la necesititis -responde el psicólogo-, me refiero a que la gente cree que necesita mucho para estar bien y no es verdad».

Santandreu confiesa que «cuando hablo a esto a la gente, me suelen dar la razón si me refiero a dinero o a algo material. Pero si digo que nadie necesita pareja para estar bien, ni siquiera tener hijos, ahí no me dan tanto la razón. A veces perdemos mucha armonía interior por hacer justicia, como si la justicia fuera a darnos la felicidad, lo que necesitamos es cierta medida de la justicia. En divorcios o disputas familiares pasa mucho, la gente se vuelve loca en estos casos».

¿Las personas tóxicas que nos restan felicidad como se pueden identificar a tiempo? «Todo el mundo es tóxico y si te miras al espejo verás también a una persona tóxica -responde-. Todos somos maravillosos y todos tenemos algo de tóxicos. Somos imperfectos e irracionales por naturaleza. Hay que armarse de una filosofía personal tan sólida como para que no te afectan las locuras de los demás.

Santandreu reivindica el diálogo interior para mejorar nuestro estado anímico: «El diálogo interno produce malestar o bienestar. El quid de la salud emocional es lo que yo me digo, no lo que nos sucede. Es decir, lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede. Nos podemos hablar bien o mal. No hay que terribilizar las cosas que nos pasan». ¿Todo llega y todo pasa? «Por supuesto, esto es fundamental. Somos hijos de la naturaleza, nos sentimos vbien cuando sintonizamos con ella. Todo es pasajero y fulgurante. A mis pacientes se los digo muchas veces, somos como moscas, que viven siete días y eso hace que las cosas sean maravillosas»

Para el psicólogo «hacerse mayor o perder a la pareja o a los padres forma parte de la continua transfomación que hay hasta la muerte y hay que abrir los brazos a todo ello porque forma parte de nuestra naturaleza»

Dice Elsa Punset que a partir de los 48 años sube la curva de la felicidad entre la gente. ¿Es más fácil ser feliz a los 50 que a los 25? «Una persona con la cabeza bien amueblada es feliz con 10 o con 92 años. Pero estadísticamente los mayores suelen ser más felices, porque la edad les hace sentir menos complejos y menos necesidades. Y eso los dota de una mayor armonía. Esto es cierto, pero también se puede conseguir a los 20 o a los 30», dice.

Santandreu dice que «la gente cree que la autoestima se repara valorándose mucho o queriéndose mucho o diciéndose que soy capaz, pero esto no es así. La autoestima se repara dándote cuenta de que todos valemos lo mismo o de que se puede ser un desastre total y seguir siendo totalmente valioso. Si eres tonto y feo eres igual de valioso que otro».

¿Compararnos con los que están peor que nosotros ayuda a valorar más lo que uno tiene y no lo que le falta? «Es bueno compararse con los que están igual o peor que nosotros y son felices. Si son infelices, no vale», contesta.

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