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Fernando Mansilla: «Las subvenciones están bien, pero adormecen la creatividad»
El escritor ofrece este viernes junto a la música de Pony Bravo un recorrido por«Canijo», su estupenda novela de debut
Fernando Mansilla, nacido hace 57 años en Barcelona, decidió instalarse en Sevilla en 1981. La razón, su pareja de entonces quería aprender flamenco y la ciudad aparecía como un sitio donde «todo era posible». En aquellos años, Mansilla daría los primeros pasos para convertirse en un autor respetado en la escena del teatro independiente. También comenzó a estudiar solfeo y clarinete en el conservatorio, lo que le sirvió para sacarse unas pesetas tocando para los guiris en el barrio de Santa Cruz.
Ese fue el punto de partida de una carrera teatral que le ha hecho acreedor de premios como el Hermanos Machado en 1985 y el del Festival de Otoño de Salas de Teatro Alternativo en Madrid. Una dedicación que ha alternado también con su proyecto Mansilla y Los Espías, donde música y «Spoken Word» se dan la mano.
Tras títulos como «Nos los inquisidores» y «Hamburger de conejo», Mansilla ha escrito su primera novela, «Canijo» (El Rancho, 2013), una obra coral, de prosa directa e inquieto pulso narrativo que cartografía la Sevilla que descubrió y sufrió la heroína en los años ochenta. Un estupendo placer para los lectores y un mal viaje para sus protagonistas que deambulan por la zona de la Alameda, El Pumarejo y la calle San Luis, donde convivían camellos, «junkies» y policías, donde la vida de barrio se mezclaba con el lado salvaje de la delincuencia. La acogida ha sido tan buena, comenta, que ya está pensando en una segunda novela.
Este viernes, a partir de las 21:00 horas, recreará en compañía de la música de Pony Bravo algunos capítulos de «Canijo» en el Centro de las Artes de Sevilla (CAS). La banda sevillana ha compuesto música específicamente para la ocasión.
Unos días después, el jueves 12 de junio, el novelista ofrecerá una particular conferencia a medias con el arquitecto Jaime Gastalver en el Espacio Rompemoldes, donde repasarán la transformación de la Alameda y San Luis desde los años ochenta a la actualidad. Mansilla nos propone en esta entrevista un paseo por la memoria de algunos lugares del centro de la ciudad donde se desarrolla «Canijo».
-¿Por dónde empezamos?
-Comenzaría por el llamado en la novela «Templo del jaguar», un descampado que estaba en la calle San Luis frente al bar «El Metralleta». Yo vivía encima del «Metralleta» en los años 80 y desde allí se veía el solar, donde siempre había mucho movimiento, se vendía grifa, había persecuciones de la Policía… En el solar se podía ver como la silueta de la casa, formada por la huella de los muros desaparecidos. Yo lo llamaba el «Templo del Jaguar» porque había pintada en una de las paredes la cabeza de un gran felino. Esa cabeza del jaguar tenía resonancias míticas. Hoy ya no existe.
-¿Cuál sería la siguiente parada?
-La actual Sala San Hermenegildo, es decir, el antiguo Parlamento. Hay un capítulo de la novela que se desarrolla allí cuando fue sala de teatro en los años ochenta. Allí representó el Grupo Crickot «La clase muerta», del dramaturgo polaco Tadeusz Kantor. Fue una influencia para mí y para mucha gente, aportando una visión muy surrealista y muy lúgubre. La obra se representó en polaco, pero tenía mucha fuerza la imagen. Lo trajo en 1984 Ricardo Iniesta –fundador del grupo Atalaya- y fuimos muy pocos a verla. Kantor después se hizo más famoso.
-Imagino que desde entonces la escena sevillana ha cambiado bastante.
-Sí que ha cambiado. Con La Pupa trabajábamos mucho con elementos de teatro de calle, como zancos o música de pasacalles, que llevábamos dentro de una sala.
-La crisis económica, con la subida del IVA, imagino que se ha notado bastante.
-Bueno, ha bajado el teatro de las grandes escenografías y, por contra, se han abierto salas y se programan obras más pequeñitas. Me gusta esa especie de renovación, ya que el actor queda ahora más cerca. Ha despertado el teatro mínimo y el pequeño formato. La gente se está expresando más con la imaginación. Las subvenciones están bien, pero adormecen la creatividad.
-¿Qué otro lugar destacarías?
-La calle Joaquín Romero Murube, en el barrio de Santa Cruz. Allí iba a tocar la flauta, con un repertorio de los Beatles, y la gente me echaba dinero. Cuando no tenía dinero, me daba a la música callejera. Esto está reflejado en la novela. El barrio de Santa Cruz es especial, aunque haya quedado para los guiris. No hay mucho bullicio y se escuchan muchos sonidos de agua. Si vas paseando y oyendo una música tiene su gracia.
-¿Dónde terminarías este recorrido de Canijo»?
-En la Plaza del Pumarejo. Cuando llegué a Sevilla en los años ochenta fue el primer sitio que conocí: Calle San Luis, Pumarejo y calle Relator. Era muy diferente entonces, un poco difícil como en la novela. Había mucho trapicheo, pero todavía había cordialidad. No había cambiado aún por la entrada de la heroína.
-Con la llegada de la heroína las cosas cambiaron.
- Antes no había sensación de peligro. Había picaresca, pero no la agresividad que vino después. Entonces, se puso más peligroso.
-Las cosas han cambiado mucho, aunque hay quien se lamenta que se ha perdido un poco de vida de barrio.
-Ahora la vida del Pumarejo no es la misma. No sé si ha cambiado a mejor o a peor. El Pumarejo no era entonces especialmente peligroso. En cambio, la calle Arrayán sí que era bastante siniestra. El Pumarejo era más abierto no era el más peligroso. El sitio más lúgubre era la calle Arrayán o la calle Joaquín Costa, que lo ha sido hasta hace unos pocos años.
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