Bienal de Flamenco 2014: Marina Heredia, sultana del cante
La seguiriya de Jerez, la soleá de su padre el Parrón y la bulería para el Faraón sólo están al alcance los reyes

El Parrón, que tiene cara de sultán, le cantó a su Rumaikiya en el Alcázar por soleá con el moho de las nieves de Graná en su garganta, caliz santo del Albaicín, y la mondó. Lo había dicho ella. Ese gitano canta por ahí como muy poca gente. Y su Marina, deuda de las viejas del camino que bailaban con guasa la mosca y la cachucha en las cuevas, se calló para que el viejo le explicara cómo se sube a por el pan de Alcalá. Porque sabe de esto tela. Y porque es una cantaora que pone siempre el fuego muy bajo hasta que le arranca la llama. Fue por seguiriyas. Con los puños en la boca y los tercios del Marruro de Jerez según los dijo Camarón. Ahí se miró en su espejo y logró rajarse las telas para sacar afuera ese eco suyo de sultana, reina mora de los cantes, que la tienen hoy en lo alto del cerro de Palomares. Unos dicen que nones y otros que pares. Nones en las baladas, que detuvieron el brío de los cabales en una noche que no quería pianos. Pares en los tangos, que se le salen por las ventanas tan despacio que se mastican. Fue preparando ese grito desde la petenera, con su padre en la fachada de El Cruel enseñando ya ese metal que le robó a los leones de la fuente de la Alhambra. Parando los tercios a jipíos. Entre laúdes y abalorios de las zambras. Se encajó por granaínas de la Tía Marina Habichuela, lejos todavía de sus negras verdades, que se asomaron por las yeserías del patio en la media granaína de Chacón. Cantó por tientos con los riñones. Acordándose de las rosas, los claveles y alhelíes del Lebrijano. Y de los tiempos de José el de la Isla. Queriendo arañar el viento o meterlo en la palma de sus manos. Siempre en busca de sus maneras. Como en las cantiñas de Pinini que hilvanó en un sólo golpe. Esa ligazón es la llave de su misterio. Su voz rozada, que parece que tiene siempre la luz apagada, se abre en canal y te ciega. Pero tal vez le faltaba una mijita de trote. Darle a las espuelas. Un poquito de más latido cuando tiraba del Pele por alegrías.
Y entonces llegó la seguiriya. Quien puede cantar de esa manera es cantaor grande. Esa parsimonia para buscarse despacio las penas en sus adentros no se puede comprar. Y cuando esa gitana de zarcillos nazaríes abrió sus balcones en el cambio jerezano de Juanichi el Manijero, pegó el puñetazo en la mesa. A Sevilla hay que cantarle así. Como en el macho seguiriyero y en la soleá de su padre. Las guitarras le tocaron una falseta de Ricardo. Campanas de Serva la Bari para acompañar la voz terrosa del Parrón y la queja apolá de Marina, que ahí se quitó del toro y yo no se puso otra vez hasta los fandangos de su barrio. Ay, si se hubiera quedado. En ese momentito estaba el cenit. Dos cantes más y se hubiera partido en dos. Pero el arte lo despacha cada uno como quiere. Yla Heredia es gitana de retales. De chispazos. Es cantaora. Eco de Garnata que perpetúa en sus formas las ducas de Juanillo el Gitano y el Parranda, de la Gazpacha, de Cobitos y de Las Golondrinas. El llanto infinito del moro. Eso es lo que había metido en el canasto de la mosca, viejo baile folclórico de las cuevas al que Marina le puso sus delantales antes de meterse en la vereda de los tangos con la lentitud soberana de sus castas. Ella canta mejor. Estos ojitos la han visto. Pero siempre pone peras al cuarto. Se lía con la maja en el lebrillo siempre. Por si le viene el calambre en mitad de la faena y nos achicharra. La bulería. Puesta de pie, en la puerta del palacio mudéjar, con la Señora de Sevilla de testigo, le dijo al Faraón que levantó el templo del arte con un solo pilar, que fue su cuerpo quieto, una sentencia que acaba con el cuadro: «Me dijo Curro una vez: / qué difícil es / comer despacito / cuando hay ganas de comer». Ahí me acordé de la soleá del Parrón. «Me senté sobre tu cama, / lágrimas como garbanzos / me caían por la cara». Marina tenía ganas de comerse Sevilla y anoche hizo lo más difícil. Empezar a comérsela despacito desde los viejos lamentos de Rumaikiya, sultana del cante.
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