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Bienal de Flamenco 2014: Los Reyes (y Méndez) del cante

El chiclanero Antonio Reyes y el jerezano Jesús Méndez salieron de Sevilla ungidos como primeras figuras de su tiempo

Bienal de Flamenco 2014: Los Reyes (y Méndez) del cante juan flores

alberto garcía reyes

No sé si me quedan oles. Me duelen las entrañas. Me quema el pecho. He visto cantar a dos escuelas enteras en los ecos nuevos de un caballo de Jerez y una ola de Chiclana. He visto el cante vivo. Firme. Incorrupto. Virgen. Por los siglos. Vi a Jesús Méndez, sangre de la Paquera, abriendo la boca en una agonía que se escuchó en las fosas comunes de los gitanos fronterizos cuando el santolio entró por sus labios y se escucharon los corridos viejos. Fue nada más empezar. Le crujieron las piernas. Se hirió por dentro y el teatro, lleno de cantaores, se vino abajo en un ole que todavía me dura. Creo que me va a durar siempre. Porque esta noche era fundamental. Los dos sabían que ahí tenían sus nombres en venta. Y no hubo quien los pagara. Luego vi a Antonio Reyes tirar de las bridas en la toná para meterse en los olivaritos de Antonio Mairena con la quejumbre en rescoldos. La llama y la ceniza juntas. Dos cantaores opuestos y grandes. Frescos y rancios. Sin paredes. El Méndez se desbocó desde la bulería por soleá de tabanco. Tronando en los lances de la Moreno con la boca seca. Sin saliva. Poniendo el pescao de su familia más caro que ninguno. Enseñando las negruras de su garganta mientras un chiquillo de la casa de los Morao, Manuel Valencia, le ponía a su guitarra el visado del mejor tocaor que se ha visto en esas eneas en mucho tiempo, no sólo por cómo lo llevó en el taranto de Manuel Torre, ay, la espuela, sino por el falsetón inmisericorde a cuerda pelá que le hizo por seguiriyas después de la entrada con sabor a Agujetas. Jesús cargó la cruz del Marrurro como un toro por la Plazuela. Era un animal quejándose de sus heridas de madrugada. Aullando en las bocacalles como el Carbonerillo en aquel seguiriyón de Francisco la Perla que el de la calle Sol —que es también la calle grande de San Miguel en Jerez— se cantó a sí mismo anoche sobre los metales de este niño que le echó un chorreón de oloroso al cambio de Manuel Molina. Y luego caracoleó en la zambra de su pena, penita, pena con el barco ya a la deriva, más exaltado de la cuenta en el grito, consecuencia de haberse puesto a asomarse al pozo a buscar la redención. La halló. Porque el exceso es bello cuando es visceral. Y le dejó la noche oscura por delante a Antonio Reyes.

El chiclanero buscó la lumbre de un cigarrito y se puso a la faena sin mediaciones. Desde la antípoda. Cantando despacio. Entre sollozos. Lejos del brío furioso de su compadre. Con un caramelo debajo de la lengua por alegrías, donde tuvo arranques de su Alonso el Rancapino y le quitó las telarañas a los rincones de Camarón que nadie ha barrido nunca. Trabajando con sal fina. Cogió frutas de todos los árboles para echarlas en su canasto. Por soleá se paró en los Alcores a gemir sus resuellos en Alcalá. Se montó en el tren que lleva a Utrera. Sin prisa ninguna. Rumiando cada tercio para exprimirle la última lágrima de aceite al cante. Yasí llegó al instante exacto que lo encumbra como cantaor sublime. Los tangos. En una loseta. En ese aire camaronero que sólo pueden afrontar los que recitan cantando. Cadencia de caravana. De río en llanura. Higuero le hizo una falseta de Cepero antológica que le dejó con todo el campo de Extremadura a sus pies. Y en ese «arrevolver» apagó el cigarro y paró el tiempo sobre el eco de la Marelu. Y luego, en el espacio detenido por tangos en el que parecía ir marcha atrás en el compás, proclamó un fandango de Vallejo. Proclamó su reinado. Culmen del gusto que viene de Cádiz a desembocar en la Alameda de Caracol por zambras. Mano a mano los dos por fandangos. El Méndez por Chocolate y los Ortega. El Reyes comprándole pipas al Calzá en su puestecillo. Uno a martillazos. El otro a muñequilla. El jerezano con la voz robusta y oronda. El chiclanero con un gemido enjuto. Un pajarillo jilguero que compró en todas las joyerías por bulerías: Mairena, Panseco, Luis de la Pica... Yo no sé si me quedan oles. Pero me sobra alegría. Porque he visto a los Reyes del cante nuevo ungirse en Sevilla. Y cada vez que me viene ese viento, siempre me encuentra borrachito de luna. Sin conocimiento.

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