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Bienal de Flamenco 2014: José Valencia grava su cante

La atadura de cantar en directo para un disco le permitió sólo estar bien, sin más alardes

Bienal de Flamenco 2014: José Valencia grava su cante j.m. Serrano

alberto garcía reyes

José Valencia salió a grabar su cante para un disco y acabó gravándolo. Le puso un impuesto muy caro. Cantó con el yugo de los antiguos: siempre pendiente del reloj de arena. Cantó bien. Él no sabe cantar menos que eso. Es uno de los ecos importantes de esta generación. Y muy valiente. Jugarse a todo o nada su paso por la Bienal sometiéndose a las ataduras de un disco en directo es digno de encomio. Pero al lebrijano se le viene la sangre a la boca cuando pierde la noción de todo. Cuando no tiene que dar explicaciones. Cuando canta sin reloj, sin medida, sin miedo al fallo. Anoche había planteado un espectáculo de verdad. Con muchos detalles escénicos. No fue a lo fácil. Otro elogio que le mando. Pero esa propuesta tenía un peligro. Demasiado trajín. Un cantaor de sus hechuras necesita reposo. Y el Valencia ni se sentó ni se asentó. Puso el cante caro varias veces. Cómo no. Pero nunca se desabrochó los botones a pesar de que a veces se fuera de volumen. Se contuvo tanto para dejar su huella bien marcada en la grabación, que no se pudo permitir el delirio. Y él es un artista de chocazos. Arrancó con el pregón de las brevas de Bormujos. Buscando en los baúles del tiempo retales perdidos de nuestra manera de quejarnos. Y luego fue firme en la toná, ya con las palmas haciéndole la cuna, para ir engarzando estilos en soniquetes a los que sólo hay que cambiarle el acento. En eso José es un adelantado. Entra y sale de los tercios como le da la gana, siempre sobre sus marcajes, pero jugando al compás como un chiquillo que habla ese lenguaje por condición natural, no por aprendizaje. Por eso salió de la bulería de Jerez que sucedió a su madre por soleá en el golpe justo de la seguiriya. Dándole la vuelta al cante como un calcetín para hacer el macho de Perico Frascola que recreó Antonio Mairena. Todo perfecto. Como en la granaína y en la granaína malagueña a mitad de camino entre la de Manuel Torre y la de Cepero. Qué afición más grande tiene este gitano. Levanta todas las alfombras para encontrar decenas de cantes orillados. Y luego les da su forma propia. Es zurdo marcando. Eso no es una tontería. Todos los artistas zurdos tienen sello genuino. Leonardo da Vinci y Beethoven. Por eso en la bulería por soleá tiene tantos escondites donde meterse. Y por eso le dio ritmo interno al taranto torrero y a la taranta de Sebastián el Pena. Lo digo otra vez: qué pedazo de aficionado. Se abandoló en la rondeña acordándose de Morente. Un gitano de Lebrija. Y se quedaron sin caballos los campos de Ronda la Vieja. Sin embargo, a estas alturas ya había resuelto un dilema: estaba cantando apresurado. Quería meter muchas cosas en una caja muy chica. No le cabía en la garganta tanto conocimiento. Y hasta se aceleró en los remates como si tuviera también que arrastrar la cadena del baile. No se paró de verdad, como él sabe, en ningún sitio. Regaló el alma por bulerías con aire de cuplé. Cantando apretado, pero dejando la tuerca siempre con una rosca más por si acaso. Se templó algo mejor por tangos lentos en una letra que recorrió los detalles de maestros como Pastora, Porrina o el Chaqueta. Y así llegó al cante que certificó esa levedad de la que hablo. La liviana. Manuel Parrilla le metió jarilla con la guitarra y el Valencia se encogió de huesos. Pero no se rompió ni en el cambio de Lacherna. Le hizo un homenaje a Mairena, que es una de sus referencias principales, que se fue volando entre las manos. Ay, si se hubiera amarrado las correas ahí. A veces perdió vocalización porque lanzaba la voz en busca de un jirón que se le enfriaba cuando recordaba que estaba grabando. Que no podía derramarse. En las cantiñas fue más evidente. Iba atareado, como acuciado por sus propias angustias, hasta que se paró a susurrar la jotilla. Ahí sí. Ése fue José. Ése y el del romance de su pueblo. Un cantaor de enjundia que anoche pasó la fiebre de Gaspar de Utrera cuando le dijeron que tenía que grabar un disco de una hora y él respondió: «Eso lo hago yo en cinco minutos». A José Valencia le faltó respiración. Gravó con un arancel caro su recital de la Bienal. Pero ha grabado un disco para escuchar.

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