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Bienal de Flamenco 2014: Patrimonio de la eternidad

Rancapino, Curro de Utrera, Romerito, la Cañeta, el Carrete y el Peregrino, casi cinco siglos de jondura para gala memorable a la que ellos se agarraron para que no se acabara nunca

Bienal de Flamenco 2014: Patrimonio de la eternidad j.m. serrano

alberto garcía reyes

Cinco estrellas le pongo. Como al hotel de la Exposición en el que quiero dormir este sueño infinito de Rancapino por seguiriyas. No despertadme. Que está cantando ese gitano negro con todas las duquelas en la boca. En un combate con los tercios en el que no hay ni un grito. Sólo fatiga. El eco en carnes vivas. Cojeando para entrar a matar. Una garganta desvalijada que empuja los jipíos a fuerza de amor propio. Dejadme dormir en el cante mecido de Curro de Utrera por soleá, ayeándome en la caña, con los regustitos del Chozas viniendo en el tren hasta el pelo blanco de ese patricio romano que le cantaba por Marchena a Telethusa. No dejéis que Romerito se calle cuando salga quebrado del macho de la soleá de Paquirri el Guanté. Que siga metiendo a compás las cosas de la Plazuela hasta que venga el lechero. Que se baile la Cañeta los tangos de su madre hasta que el sol le atraviese el roete. Que pueda yo verla siempre cantando con los lunares de su camisa y hasta con los zarcillos esas letras pícaras que son el porvenir. No habladme de modernidades que esa gitana del Perchel metió anoche por bulerías a Gloria Estefan. Silencio. Que el sueño es profundo. Está machacando el suelo el Peregrino de la Plaza Alta, calé de tibias caderillas y mandíbulas vacías que se pone el pañuelo al cuello y recibe la gracia de Dios por jaleos de su tierra. Y luego ha venido el Carrete por alegrías, a bailar bajo la lluvia con bastón de patriarca, a rematar con la cara. A hacer feliz al mundo con su comedia, que es seria hasta el llanto.

Vamos a escuchar que estamos ante todos los siglos del flamenco por delante. La vida entera saliéndose a jadeos por los labios engalanados de carmín de Teresa la malagueña, que ya no endica nada pero lo naquera todo. Que el cielo le conserve esa fuerza para que nos cure siempre. «Me voy a acordar del Piyayo, un pobrecito de mi tierra que también estaba tieso». Siendo un marajá del cante. La Cañeta se vino a Triana: «Ya vienen bajando / por las escaleras / los filetes empanaos / en las fiambreras». Vivan los flamencos que mandan en su jambre. Los que se han pasado la vida en la calle viendo estrellas. ¿Cinco he dicho que le pongo a esto? Se las pongo todas. El firmamento entero. La luna bajo la que el Carrete vio bailar a Fred Astaire por el «bujero» de la tapia del cine y decidió meter todo eso en el soniquete nuestro. Sentado en una silla. Haciendo con sus manos el gesto que mejor le iba a la noche. Se acabó. Esto es todo. Es el pasado y el futuro. La gracia del malagueño pegando rodillazos en el suelo y la furia del Peregrino, al que le suenan los pies hasta sobre el albero de tanto haber bailado donde sea. Las burlerías de la Cañeta echando a sus antepasados hasta por la nariz y la zalamería de Romerito por fandangos. El acero inoxidable de la garganta de Curro de Utrera desde que se emborrachó con Tomás Pavón y la pena oscura de Rancapino para salir entero de la malagueña del Mellizo. No despertadme nunca, por favor. Que estoy viendo a unos niños octogenarios reviviendo su felicidad sobre las tablas. Sólo el telón pudo con ellos. Porque allí se jaleaban unos a otros, como cuando entonces iban buscándose la vida por entre las dificultades. Limpiándose el sudor con las cortinas. Y haciendo un trato con el flamenco. Trato de gitanos. Estar en pie hasta la muerte. Morir con los nudillos recién sangrados. Defender el tesoro en su vitrina, no en el recuerdo. Esta es la verdad: todos son únicos. No se parecen a nadie. Son el catón de sus propias escuelas. El Carrete no tiene par. Es none. Le cayó de las alturas ese baile de loquito y yo le beso los pies mientras me río y le lloro para que no se vaya jamás. Curro es el paño fino de Utrera al que le cayó la mancha de la Fernanda. Dos calles distintas por las que llegar al Altozano. Romerito es un frasquito de la botica jonda que sana los quebrantos. El Peregrino es un revuelo que no se aplaca. La Cañeta es el viento que nos lleva. Y Rancapino es mi naufragio en un suspiro. Mi perdición. No, esto no es el pasado. Es patrimonio de la eternidad. Por eso en este sueño de estrellas le pido a Dios que los guarde por los siglos de los siglos. Y que el flamenco les pague lo que les debe con la inmortalidad.

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