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El Carnaval de Sevilla ya sólo habita en la memoria

Carnestolendas tiene en Sevilla una historia llena de paradojas. Sobrevivió disimulada en fiestas litúrgicas y tuvo su época dorada en los años treinta

«La olla de Pedro Botero», carroza que desfiló en la cabalgata del Carnaval de 1930 FOTOTECA DE SEVILLA

Eva Díaz Pérez

Hubo un tiempo en el que una cabalgata recorría la ciudad con sevillanos disfrazados que brindaban por el tiempo de las carnestolendas. La Alameda se llenaba de murgas y las autoridades tenían que intervenir para evitar libertinajes fruto del desenfreno. El Carnaval tiene una historia llena de paradojas en Sevilla. Sobrevivió disimulado en fiestas religiosas como el Corpus de la Contrarreforma o en la fiesta del Obispillo, triunfó en los años veinte y treinta, asomó con desparpajo en la Transición, pero nunca llegó a cuajar del todo como fiesta sevillana. Sólo en las hemerotecas y en las páginas de algunas novelas es posible encontrar el rastro de don Carnal en la ciudad que es sobre todo el reino de doña Cuaresma.

En el Corpus, que era la fiesta más popular, estaban las cómicas figuras de las mojarrillas, los carros de representación y la Tarasca que descubren en cierto modo un Carnaval disfrazado de fiesta litúrgica.

En la época previa a la Exposición del 29 una cabalgata recorría la ciudad

Y en la desaparecida fiesta del Obispillo se intentaba cambiar la jerarquía eligiendo a un jovenzuelo que despojaba al verdadero prelado. El Cabildo se convertía así en una especie de abadía del desgobierno. El escritor Rodrigo Caro criticó esta fiesta de locos en la que se trastocaba el poder y se sucedían capítulos burlescos e «indecentes» como los lúbricos bailes de la zarabanda y la chacona.

Sin embargo, siempre aparece un aire de Carnaval adherido a las barbas de las fiestas. Por ejemplo, cuando los sevillanos aprovecharon la visita del rey Fernando VI para hacer mascaradas alegóricas que inmortalizaría el pintor Domingo Martínez y que hoy se puede ver en el Museo de Bellas Artes.

Repasemos pasajes de este extraño y casi secreto Carnaval sevillano en la literatura. El escritor francés Pierre Louÿs en su viaje a Sevilla a finales del siglo XIX rescata el Carnaval en su novela «La mujer y el pelele»: «No se termina, como el nuestro, el miércoles de ceniza a las ocho de la mañana. Sobre el maravilloso júbilo de Sevilla, el memento quia pulvis sólo extiende durante cuatro días su olor de sepultura, y, el primer domingo de cuaresma, todo el carnaval resucita. Es el Domingo de Piñatas, el domingo de las marmitas».

Sin embargo, lo que hechizó a Louÿs, dada su naturaleza de escritor erótico, fue el ambiente lascivo: «En las ventanas, en los miradores, se apiñan numerosas cabezas morenas. Las chicas de la región han venido a Sevilla para este día e inclinan bajo la luz sus cabezas cargadas de pesados cabellos».

Los tiempos gloriosos del Carnaval serían los años 30 con las célebres murgas

Otro escritor con gusto por la literatura erótica fue el sevillano José Mas quien en su obra «La Orgía» (1919), que él llamó «la novela de la manzanilla, del sol y la sensualidad», narra la sensualidad de esta fiesta. El protagonista Jorge Mañara -trasunto de don Juan- acude a una fiesta de disfraces en el antiguo Teatro San Fernando. Allí apostará con su amigos que besará a una enmascarada que luego resulta ser su propia madre. «Una colombina, alegre y pizpireta, sonreía a un bandolero andaluz; una sacerdotisa, de un templo de la India, miraba misteriosamente a un arlequín. Despierta la sensualidad por el roce, los cuerpos se aproximaban y en las pupilas fulgían luces extrañas».

Era la época previa a la Exposición Iberoamericana de 1929 en la que en el Domingo de Carnaval una cabalgata recorría la Palmera y terminaba en el actual campo del Betis.

Los tiempos gloriosos del Carnaval serían los años treinta donde las murgas y agrupaciones -como «Los ocho tontos» o «Los bencedores del ambre»- afilaban la crítica social y política. Así lo narra José Aguilar en su libro «Los Carnavales y la murga sevillana de los años treinta». Las célebres murgas de La Alameda descubrían a personajes como Regaera, Carabolso, el maestro Bernal, Manolín, Escalera, Pepineti o Garabito. Una galería de carnavaleros que seguían la estela del gaditano Antonio Rodríguez Martínez, el Tío de la Tiza, que llegó a Sevilla como inspector de la compañía Catalana de Gas.

Ese Carnaval descarado de los años treinta quedó barrido por la Guerra Civil hasta que se rescata durante la Transición, cuando don Carnal abrió las puertas de los armarios y se desató una fiesta de excesos, lujuria y libertades. Fue el intento por recuperarlo con los pasacalles del artista Ocaña trasvestido de Venus de Boticelli. Ahora el Carnaval pasa casi de puntillas pues incluso la postiza fiesta de Halloween le arrebata protagonismo como gran fiesta del disfraz. Y para muchos el Martes de Carnaval se espera con expectación pero sólo porque es la víspera del Miércoles de Ceniza.

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