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CRÍTICA

Experimentando junto a Beethoven

El pianista Daniel del Pino inauguró en el Maestranza el ciclo integral de sonatas del compositor alemán

El pianista Daniel del Pino ABC

CARLOS TARÍN

El Centro Nacional de Difusión Musical pergeñó un ciclo sobre las sonatas de Beethoven , asignándoselas a nueve jóvenes pianistas españoles. Hasta ahí estaríamos dentro de la normalidad, puesto que el conjunto constituye uno de los corpus más completos, evolutivos y rompedores del piano y de la música en general.

Pero aprovechando ese carácter experimental beethoveniano, el ciclo va interponiendo obras de otros autores y obras que busquen nuevas vías de expresión, como Ligeti y otros contemporáneos españoles, elegidos éstos por cada uno de los pianistas: al final, 32 sonatas, 9 pianistas, 18 estudios, 9 obras contemporáneas.

Abría fuego Daniel del Pino , quien nos visitó por primera vez hace 23 años, pero sigue conservando un espíritu juvenil que lo lleva a la armonización de piezas clásicas con obras recientes. Necesitó una vuelta de reconocimiento hasta situarse en plenitud frente al piano, pero ya la «Sonata nº 7» que abría se presentaba espléndida y depurada.

La madurez de aquel joven hoy se plasmaba en una dicción serena y depurada. Los movimientos lentos también nos sedujeron, contrastando con frecuencia las secciones más cantables con otras más abrupta. Y una última nota: en especial en esta sonata, el exquisito dominio del pedal le permitía sostenerlo para aunar las secciones, sin que los encabalgamientos sonoros resultantes produjesen turbidez alguna, sino una desconcertante sensación atmosférica.

Francisco Lara fue el elegido como contemporáneo con «Estudio de pájaros» , una suerte de «transcripción» breve al piano de la obra de Messiaen . No pudo soñar el compositor vallisoletano con mejor valedor.

Por último, Ligeti nos parece uno de los compositores de la segunda mitad del XX con mayor ambición artística, partiendo a veces de postulados tan inanes como algoritmos matemáticos. Dos estudios , dos impactos, previamente comentados por el propio pianista, que advertía de su extrema dificultad (en especial «Desorden» , donde a cada mano se le asignaba un color de tecla, sin que prácticamente se llegaran a encontrar nunca).

La eufónica sala Manuel García lograba reconciliarnos con el piano, habida cuenta de que el intérprete no necesitaba llevarlo al límite, obviando así evidenciar sus carencias.

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