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Isabel Bayón y «su Galvánica majestad»

La bailaora sevillana presentó ayer la obra «Dju dju», que generó división de opiniones entre el público que llenaba el teatro de la Maestranza

Isabel Bayón en el escenario del Maestranza J.M. SERRANO

Marta Carrasco

En Europa ningún festival que se precie está exento de polémica. Anoche, en el teatro de la Maestranza , el público se dividió en varios sectores: los que directamente se salieron; los que aplaudieron a la señora que chilló, «el flamenco ha muerto», y los que se quedaron a aplaudir a Isabel Bayón e Israel Galván y el resto del elenco, durante diez minutos, entre estos últimos muchos artistas plásticos, galeristas y gente de las vanguardias culturales.

Las tertulias están servidas y cómo. «Dju dju» no va a pasar inadvertida, tanto por la interpretación de Isabel Bayón a quien Galván, el creador de la obra, ha situado muy fuera de su zona de confort, como por la propuesta que rebosa de material teatral, performático y coreográfico. Por ello, el montaje tiene los propios altibajos de cuando se rellenan muchas cuartillas rebosantes de ideas.

En el escenario, un árbol de Navidad que luego se mueve; los músicos, Jesús Torres, David Lagos y Alejandro Rojas-Marcos, salen vestidos con unas túnicas y de entre el público. Isabel Bayón aparece fantasmagóricamente, situada junto al patio de butacas, con un fuerte golpe y una luz que la ilumina. La cosa prometía.

La obra trataba sobre la superstición , de hecho se proyectan algunas secuencias de la película, «Superstición andaluza» de Segundo de Chomón realizada en 1912.

Isabel Bayón, Alicia Márquez y Nieves Casablanca son las brujas de este Zugarramundi y por ello aparecen sobre escobas y zapatos japoneses de tacones de madera, mientras Bayón chilla en un lenguaje ininteligible. Muy buen trabajo el suyo.

La Bayón va desgranando las supersticiones : el zapato sobre la mesa, pasar bajo una escalera, coger la sal.., pero no se usan códigos flamencos para ello, sino que se usa todo tipo de músicas: desde caribeña a la música disco, al órgano y el clavicordio; baila con un sombrero amarillo que aparece en una bandeja que recorre el escenario, igual que un gato, blanco, que no negro, que lo atraviesa a gran velocidad mientras mueve la cabeza.

Los elementos son muchísimos, y quizás hubiera sido mejor el teatro Central, donde el público está más cercano, para no perder detalles que en el Maestranza se ven con dificultad.

Galván nos quita al público hasta el confort de la oscuridad , encendiendo la luz de sala y dejándonos a la merced de todos. Los músicos hacen un trabajo abrumador, incluso performático, como cuando David Lagos canta por seguiriyas con la careta de «Scream» o termina cortando una a una las cuerdas de la guitarra de Jesús Torres, quien junto a Alejandro Rojas-Marcos hace un tándem magnífico.

Gran trabajo de Alicia Márquez y alegrías con sabor antiguo de Nieves Casablanca, y bailes de una Bayón irreconocible, con imposiciones de su «Galvánica majestad», a quien sin duda se ha rendido y con razón.

Un montaje que aún tiene que cuajar , con infinidad de material musical y teatral interesantísimo, y que seguramente no es apto para todos los públicos. Galván no es supersticioso, por eso salió a saludar ataviado con zapatos amarillos. ¡Ay, «Dju-dju»!

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