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Zurro se adentra en una poetizada versión de la obra de Valle-Inclán

El director se centra estos días en los ensayos del montaje de Teatro Clásico de Sevilla con el que se inaugurará la nueva temporada en el Lope de Vega

Una escena del ensayo, aún sin vestuario ni escenografía JUAN FLORES

EVA DÍAZ PÉREZ

Hora crepuscular en una nave del Polígono Calonge donde se ensaya el arte del esperpento. Un guardillón con ventano angosto, lleno de sol. Cae la tarde calurosa y hay que convertirla en noche madrileña de frío. Penumbra rayada de sol poniente. Alfonso Zurro, cráneo previlegiado , dirige los ensayos de la obra que abrirá la temporada del Teatro Lope de Vega el próximo 18 de octubre: «Luces de Bohemia», de Valle-Inclán, en un montaje de Teatro Clásico de Sevilla que aspira a quintaesenciar la dramaturgia del gran autor, poetizar el mundo valleinclanesco. Y confirmar lo que ya es la marca de la compañía, el rescate de lo clásico en lo contemporáneo y lo contemporáneo en lo clásico.

«En este montaje de «Luces de Bohemia» hemos intentado hacer algo diferente a lo que ya hemos visto en las versiones de este clásico. Nos acercarmos al mundo contemporáneo. En la obra estamos indudablemente en Madrid, pero no en ese Madrid añejo sino en un Madrid con pinceladas contemporáneas. Incluso hay guiños anacrónicos, juegos de complicidades con el espectador de hoy. Con Valle pasa que a veces suena a zarzuela. Pero qué frases las de Valle-Inclán...», explica Alfonso Zurro, responsable de la dirección y la dramaturgia, antes del comienzo del ensayo. A su lado, Verónica Rodríguez hace las labores de ayudante de dirección. Ella, dramaturga y directora de montajes como «Ésta no es la historia de Antoñita la fantástica» o «Tóxicos», controla el tiempo, las entradas, los detalles de un ensayo al que le faltan aún la escenografía y la iluminación completa, así como el vestuario, pero que, sin embargo, ya destila el aire del mejor Valle-Inclán.

Zurro explica que en estos días están ensayando de corrido la obra completa, todo el arco de la historia para que vaya impregnando en los actores la idea total. Ya llegará el momento de pulir con detalle cada escena. «Es un proceso en el que los personajes se van descubriendo. Tienen que llenarse de vida para luego introducir el alma», apunta.

«Preparados. Prevenidos...», advierte antes de que suene un desasosegante paisaje sonoro. ¿Dónde estamos? La música es de Jasio Velasco y crea una sensación de extrañeza, como si los actores anduvieran rodeados por un aire viscoso. Aparecen con ese repertorio de capas raídas, chalinas y melenas del modernismo. La iconografía de la decadencia de una época, pero en efecto poetizada, casi limpia. Se subrayan sólo algunos detalles de ese mundo de golfemia y bizarría de Valle-Inclán. Se sugiere un «Luces de Bohemia» casi fuera del tiempo. Está la España caduca, caricaturizada, a punto de la ruina, podrida y esperpéntica, pero en la que reconocemos el inmediato presente. Ahí están los «grupos vocingleros con banderas enarboladas» que pasan delante de la Cueva de Zaratustra. Ayer, hoy y siempre.

¿Y Max Estrella? Roberto Quintana interpreta al hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales. Antes de comenzar el ensayo parece que aún le hubieran quedado fragmentos del escritor Stefan Zweig al que dio vida en su anterior trabajo. Algo se le quedó guardado en los bolsillos. Pero en apenas un segundo sube al escenario y ya es Max Estrella, un Max Estrella con trazas de Alejandro Sawa, el bohemio sevillano del que Manuel Machado escribió en su epitafio: «Jamás hombre más nacido para el placer, fue al dolor más derecho». El Max Estrella de Roberto Quintana está dotado de dignidad en medio de la miseria. Parece que a cada paso estuviera vaciando melancolías.

Tose cavernoso, los ojos ciegos y vidriados de alcohol y de fiebre. Y a su lado, don Latino de Híspalis, al que da vida Manuel Monteagudo. Monteagudo ha creado un bohemio particularísimo, singular. Es don Latino, «vejete asmático, quepis, anteojos», pero con un vigor de borracho lunático, de filósofo peripatético, de pícaro noctámbulo que nunca duerme.

En la cueva de Zaratustra aparece abichado y giboso Juan Motilla que además de interpretar al librero de viejo da vida al mismísimo Valle-Inclán —en vez de Rubén Darío en la escena del cementerio— y al borracho de la taberna de Pica Lagartos. Motilla y Noelia Diez, responsables de la compañía Teatro Clásico de Sevilla, se ocupan de la producción. En estos días, además de la magia litúrgica de la obra, las horas se enredan en los mil detalles del montaje.

Sobre el escenario está ya Amparo Marín, que es Madame Collet, la esposa de Max Estrella, desgreñada y dolorosa. También parece que le hubiera quedado en los bolsillos algo del personaje que ha interpretado con gran éxito para Teatro Clásico de Sevilla, la reina Gertrudis en el premiado montaje de «Hamlet». Arrastra limpias dignidades por el escenario.

El resto del reparto lo forman Antonio Campos, Juanfra Juárez, José Luis Bustillo, Silvia Beaterio y Rebeca Torres, que «pingona y revenida de un ojo» hace de Enriqueta la Pisa Bien dando una vuelta a la delicada Ofelia que interpretaba en «Hamlet». Todos dan vida a varios personajes con habilidad vertiginosa. Y en algunas escenas se convierten en coro griego de la tragedia aportando una de las claves de este montaje: incluir narradas las acotaciones teatrales de Valle-Inclán, esa gran literatura que tantas veces se intenta proyectar en el espectáculo pero que sólo se goza en la lectura de la obra.

También se cuela la belleza de la narrativa de Valle-Inclán en la luz, esa luz que se potencia tanto en las acotaciones. Florencio Ortiz es el responsable de las luces que se derraman sobre el escenario. Una luz que deforma y no alumbra, que proyecta la noche y la sombra en el espejo cóncavo de la vida. La luz de acetileno, amarilla y turbia que impregna esta obra en la que se representa la muerte trágica del poeta ciego y bohemio. Afuera, en esta nave del Polígono Calonge con su sordidez de periferia, llega la noche y se encienden farolas con luz de ciudad enferma. Mañana continuará el ensayo de la pasión y muerte de Max Estrella.

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