Un diputado muerto en el escaño, duelos y romances: ésta es la trastienda del Parlamento
Juramento de los primeros diputados en 1810 - archivo historico abc
la vida en el Congreso

Un diputado muerto en el escaño, duelos y romances: ésta es la trastienda del Parlamento

¿Sabes cuántas sedes han tenido las Cortes? ¿Y cuándo nació la bancada azul o quién fue el primer tránsfuga nacional de la historia? En dos siglos de cocina política, el hemiciclo atesora anécdotas irrisorias, emocionantes y cruentas. Se abre la sesión

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¿Sabes cuántas sedes han tenido las Cortes? ¿Y cuándo nació la bancada azul o quién fue el primer tránsfuga nacional de la historia? En dos siglos de cocina política, el hemiciclo atesora anécdotas irrisorias, emocionantes y cruentas. Se abre la sesión

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  1. El transitar parlamentario

    Juramento de los primeros diputados en 1810
    Juramento de los primeros diputados en 1810 - archivo histórico abc

    Pon a prueba tus conocimientos. La democracia parlamentaria y la prensa para trasladarla a la sociedad nacieron de la mano en Cádiz, en 1812. ¿Pero sabes cómo se llamaba el lugar de la «Tacita de Plata» donde se instauraron las primeras Cortes? ¿Y cuántas sedes tuvo en la ciudad gaditana la casa parlamentaria hasta que se desplazó a Madrid? ¿En qué otra ciudad, además, se apostó la «zona cero» de la vida congresual? En dos siglos de cocina política, sus señorías han protagonizado miles de episodios grotescos, algunos de los cuales, los más curiosos, son desgranados por Luis Carandell en un tomo titulado «Las anécdotas del Parlamento. Se abre la sesión». Carandell toma como punto de partida su propia experiencia, pero también transmite los conocimientos adquiridos tras bucear durante jornadas enteras en diarios de sesiones interminables que llevan recogiendo todo lo dicho en el Parlamento español desde sus días inaugurales de 1810. Adhiere el bagaje atesorado por su padre y su abuelo, pues con ellos encarna tres generaciones de reputados cronistas parlamentarios.

    Carandell relata en esta obra editada por Planeta muchos de esos entresijos ignorados por el común de los mortales, como quién fue el primer parlamentario «Fouché» de la historia de España -termino adoptado para mentar a los tránsfugas que cambian de siglas por ambición o intereses y que proviene del político francés Joseph Fouché-o qué tipo de «armas» se han utilizado para poner orden en las Cámaras por parte de los presidentes de las mismas. Además, también recoge en una magnífica exposición las frases más gloriosas escuchadas por parte de políticos de la talla de Torcuato Fernández-Miranda o garabateadas por cronistas como Benito Pérez Galdós o Azorín, que se dejaron la pluma para transmitir a la población lo que hervía en el interior del hemiciclo y también en los pasillos o la bautizada como «M-30» de la Carrera de San Jerónimo.

    Pasen y conozcan a fondo la trastienda del Parlamento. Se abre la sesión.

  2. ¿Cómo se llamaba la primera tribuna de prensa? ¿Cuándo nace la bancada azul?

    Portada de ABC del 24 de septiembre de 1910 para conmemorar el centenario de las Cortes de Cádiz
    Portada de ABC del 24 de septiembre de 1910 para conmemorar el centenario de las Cortes de Cádiz - archivo abc

    Fue en la Iglesia de San Felipe Neri de Cádiz donde en 1812 nació la primera Constitución de España y fue en su interior donde se instaló la primera tribuna reservada a los periodistas de la época y a los taquígrafos que debían levantar acta de las sesiones allí celebradas. ¿Cuál era su nombre? Se le bautizó como «el Sagrario» por su ubicación en una capilla lateral. Por tanto, escribe Carandell reivindicando su propia profesión: «La tribuna de prensa es un lugar acrisolado por casi dos siglos de tradición», ligada al propio transitar de la vida parlamentaria. Uno de esos cronistas que dignificaron el oficio fue Wenceslao Fernández Flórez, quien mantenía que el informador afincado en el Parlamento era como un «pescador de caña» que espera en los lances del debate y aguarda «pacientemente en la orilla a que piquen» para llevarse lo mejor a su crónica.

    Según Carandell, si se indaga en las crónicas de ayer y hoy se encuentra «una brillante manifestación de Periodismo antiguo y moderno» surgida desde dentro del hemiciclo y se puede recorrer a través de ella la historia del parlamentarismo español durante estos 200 años, la misma que quedó inaugurada en 1810 en el Teatro Cómico de la Isla de León, cuando la ciudad de Cádiz estaba sometida al bombardeo de las baterías napoleónicas. El periódico «El Observador» contaba que no había lugares especiales para los miembros del Gobierno en las dos sedes que albergaron las Cortes de Cádiz: el Teatro Cómico primero, y tras él el 24 de febrero de 1811 se congregan ya en la Iglesia deSan Felipe Neri. Y es que la bancada azul, tal y como se la conoce hoy y se la puede ver en televisión, no nació hasta que las Cortes recalaron en Madrid. Primero, en el Convento de Doña María de Aragón y en el del Espíritu Santo, los asientos de los ministros se distinguían por su situación, no por su color.

    El banco azul aparece en 1850, cuando se inaugura en la capital el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, donde se ubica el Congreso desde entonces hasta nuestros días. Aunque las Cortes aún tuvieron una cuarta sede, en Sevilla, durante un espacio de tiempo muy definido: en marzo de 1823 las Cortes se trasladaron a la capital hispalense, concretamente a la iglesia del antiguo colegio de los jesuitas de San Hermenegildo. Aquí se celebraron -dato por muy pocos conocido- 53 sesiones, concretamente las que transcurrieron entre el 23 de abril y el 11 de junio de 1823.

    «A alguien se le ocurrió tapizar de azul los escaños del Gobierno y de rojo los de los diputados»«A alguien, no se sabe a quién, se le ocurrió tapizar de terciopelo de ese color azul los escaños reservados al Gobierno y de rojo los de los diputados. Desde entonces, se empieza a identificar el Ejecutivo con el color del banco. Y en épocas en que las crisis eran muy frecuentes y los gabinetes duraban poco, un cronista acuñó la frase de que "el banco azul es un lugar al que es muy difícil subir y del que es muy fácil caerse"» (recoge Carandell en la página 47 de este libro para hilvanar el origen de la grada del Ejecutivo tan reconocida actualmente).

    Como curiosidad también cabe plasmar que el primer taquígrafo de la historia que tomó acta de las sesiones de Cortes mientras éstas se reunían en la Isla de León antes de trasladarse a Cádiz fue Don Miguel Cuff, un funcionario de Hacienda. Pero Carandell, de entre todos los que redactaron «parte» de los enfrentamientos parlamentarios se queda con Don Francisco Domec, que de inicio declinó recibir los 8.000 reales de veleón al año asignados a este oficio dejando su sueldo a beneficio de la patria, si bien terminó reclamando más tarde su paga porque «se quedó sin dinero» (cuenta con gracia el autor).

  3. Armas y violencia en el Parlamento y espacio para el amor

    Imagen reciente de la facha del edificio del Congreso de los Diputados en Madrid
    Imagen reciente de la facha del edificio del Congreso de los Diputados en Madrid - abc

    Luis Carandell, prestigioso «adicto» a lo que ocurre en el hemiciclo, como él mismo admite en este volumen, comenta cómo los presidentes de las dos Cámaras comenzaron empleando una campanilla de plata para imponer orden en los escaños, que no fue reemplazada por la actual maza que se golpea sobre un soporte de madera hasta bien entrado el siglo XX. El «cambio» fue necesario -relata- por el hecho de que varios presidentes, como Vega de Armijo, llegaron a romper las campanillas agitadas con extrema dureza. Se llevó la palma el que en una sola sesión se cargó «hasta media docena de campanillas en su intento de apaciguar a sus señorías». Desconocemos si tuvo éxito, especialmente si se tienen en cuenta otras andanzas glosadas en el mismo libro y que aducen a que había un diputado que llegaba a regalar silbatos a los miembros de su grupo para que pudieran pitar con más fuerza a, por ejemplo, Segismundo Moret (el presidente del Consejo de Ministros en 1905, antes ministro de la Gobernación y de Hacienda) cada vez que tomaba la palabra.

    En la antología del parlamentarismo aglutinada por el autor merece un apartado destacado el de los duelos protagonizados entre parlamentarios, que se retaban dentro y fuera de la sede del Congreso. A la manera de los diputados Antonio de los Ríos Rosas y González Brabo, que se desafiaron y se batieron a pistola a las afueras de Madrid. González Brabo resultó herido en un hombro y Ríos Rosas le recogió. El encono político se produjo al saltar del terreno personal y mentar el honor, aunque tras el envite hicieron las paces (se dice en la página 66).

    Hubo dos bofetadas en sede parlamentaria que hicieron historia: la primera se la dio el duque de Tetuán, Don Carlos O'Donnell, al catedrático de Derecho y senador Don Augusto Comas el 2 de mayor de 1897. El primero, conservador, liberal el segundo, discutían sobre una cuestión de Cuba. El profesor le devolvió el sopapo, según los testigos presenciales, que se alegraron de que la cosa no llegara a un duelo, un recurso muy frecuente en la época. De hecho, se afirma que sacar una pistola en el Parlamento es algo de lo que hay muchos precedentes en la historia de las Cámaras. Y hubo quien, como se cuenta en la página 181 del marqués de Villaviciosa de las Asturias, que hasta la blandió como símbolo de paz, como muestra de que con ellas no se conseguía nada. Eso sí, lo dijo tras introducir el arma en el hemiciclo y apuntar directamente contra el graderío gubernamental.

    Un ministro se declaró a una mujer sentada en la galería alta del salón de sesionesNo solo hubo episodios cruentos en las Cámaras. La mejor contrarréplica a esa agresividad fue la declaración de amor de 1836, la única de la que se tiene constancia en la historia del Congreso (aunque seguro que no ha sido una aislada), que tuvo como protagonista al diputado Joaquín María López, ministro de la Gobernación del gabinete presidido por José María Calatrava, quien se declaró públicamente a una dama que estaba sentada en la galería alta del salón de sesiones.

    No en el mismo sentido, sino con un cariz bastante más irónico, se proclamaron su amor dos parlamentarios durante una sesión de 1932. En dicha ocasión, Pérez Madrigal habla a Miguel Maura, ministro de la Gobernación: «...Y al señor Maura, que me reprocha la pasión cuando es él el más apasionado de los diputados, he de decirle que le comprendo perfectamente y, como le comprendo, le amo». Respuesta del interpelado: «Pues no puedo corresponderle». «Su señoría me llevará al suicidio», completa Madrigal.

  4. Los apodos de sus señorías: ¿quiénes eran «el Divino» y «el dandi» del hemiciclo?

    Se ha modificado y mucho la actitud sobre el «tablao» parlamentario en estas dos centurias y en este libro se muestran cambios sobresalientes en el arte de la oratoria. Si en el siglo XIX los oradores adoptaban la fórmula «mi ilustre preopinante» para aludir al anterior interviniente en la tarima, otras líneas de defensa política fueron entronizadas por Agustín Argüelles y Manuel Azaña, brillantes en sus exposiciones. La duración de los discursos, por otro lado, no tenía límite en el parlamentario clásico. Sin embargo, en las Constituyentes de 1854 ya hubo intentos de limitarlos a media hora y a cinco minutos en las réplicas y contrarréplicas. «El récord de duración de una sesión en el Congreso lo tienen los tres días con sus tres noches, el 10, 11 y 12 de mayo de 1893, discutiendo sobre la suspensión de las elecciones municipales», constata el escritor.

    Otra cuestión de orden: el Reglamento del Congreso y el Senado prohibían leer los discursos. Hoy solo lo prohíbe el de la Cámara Alta, pero no el de la Baja, siendo así que la propia palabra «parlamento» enuncia el lugar «donde se habla y no donde se lee». Hasta el punto de que se recuerda una anécdota de un diputado que olvidó su escrito y al que se le concedieron «diez minutos para su interpelación». «Me van a sobrar, señor presidente», contestó el olvidadizo parlamentario. «Me van a sobrar porque se me ha perdido el papel que iba a leer».

    Los oradores del siglo XIX aludían al anterior como «mi ilustre preopinante»Tan buen orador llegó a ser el político Emilio Castelar que un diputado «telonero» llegó a decir una frase inusual en el hemiciclo: «Hablaré poco; participo de la impaciencia de la Cámara y de las tribunas por oír al señor Castelar. Hablaré solo mientras preparan los vasos de agua para el gran orador». Fue Castelar protagonista de otra anécdota aún mejor: un lord inglés acude con su hija para que le bese «el tercer hombre más grande» de la época. Ya le había postrado ante Gladstone, en Londres, Víctor Hugo, en París y llegó a Madrid, para que repitiera la escena con el «Cicerón español», lo que demuestra que no tenía solo notoriedad dentro de nuestras fronteras.

    Y en ese arte de llamar a las cosas por su nombre -o no-, los diputados también se referían unos a otros por apodos, que calaban con profusión entre el público. ¿Quién era, por ejemplo, «el Divino»? Agustín Argüelles. Lo llamativo fue especialmente cómo llego a calificársele de ese modo: un inglés llegado al Congreso, al que se le preguntó por la locución de Argüelles, dijo que le parecía «divine». «Y el sombrenombre acompañó ya al ilustre político durante toda la historia», relata el autor del libro, que también recuerda que había un «dandi» por su forma de vestir, que era el diputado José María Queipo de Llano. La cuestión indumentaria motiva alguna que otra discrepancia no solo en la actualidad -como si un parlamentario varón debe defender una propuesta con o sin corbata como la vestimenta más apropiada-, pues ya en el siglo XIX se recoge la mofa de «cómo se va a salvar la nación con hombres que acuden con botas a las Cortes». Se recoge alguna de esas trifulcas en el Diario de Sesiones con palabras como éstas: «¡Así se pierden los Estados -se critica- si se confían los mayores empleos a personas que se presentan con medias blancas a defenderlos!».

    «El Cojo» de Málaga era el diputado Pablo López, «jefe de la claque liberal en la tribuna del Congreso, y quien recaudaba honorarios con los que pagaba a su cuadrilla para que reventara algunos discursos».

    Prim: «El disgusto sería mío si en Reus me notaran acento castellano» En colectividad, en las Cortes de Cádiz a los diputados que no se prodigaban en intervenir en las discusiones se les tildaba como parte del clan de «los curliparlantes» porque «su única función era levantarse y sentarse para votar». En la página 37, Carandell se hace eco de la famosa historia de un senador vitalicio que a lo largo de todos los años que estuvo en la Cámara Alta solo se pronunció en una ocasión y es que al entrar una corriente de aire en el salón de sesiones gritó «¡esa puerta!».

    El acento en los discursos

    Se recuerda igualmente el reproche en alto no a la oratoria del general Juan Prim, sino a su acento catalán. Una condesa madrileña osó censurar su tono de la región mediterránea después de que hubiese empleado tres días en el Senado en 1862 para detallar su actuación en México. La respuesta de Prim fue memorable y merece su reproducción:«Señora, el disgusto sería mío si al hablar públicamente en Reus me notaran acento castellano».

    Y como anécdota respecto a un discurso, la que acaeció con Don Rafael Gasset y Chinchilla, el que fuera director del periódico «El Imparcial» y ministro en gabinetes de inicios del siglo XX, cuando le recriminaron haber escuchado el año anterior su intervención. Él afirmó: «Sí. Es verdad. Lo vengo repitiendo, palabra por palabra, desde hace diez años. Y, hasta hoy, nadie lo había notado siquiera».

    ¿Y a quién se les conoció como los «filibusteros»? En la tradición parlamentaria son aquellos que practicaban la dilación del debate mediante la presentación de enmiendas todas parecidas entre sí. Vamos, los que tenían algún interés en que se prolongase la cosa.

    En este volumen se plasman también anécdotas gloriosas como a quién llamaba José Ortega y Gasset los «jabalíes» y por qué. Al propio Ortega lo catalogó Indalecio Prieto como«la masa encefálica» una vez que subió a la tribuna de oradores. En este capítulo aparece también otra figura literaria y política de renombre: Miguel de Unamuno. El filósofo identificaba con los animales a los diputados que promovían escándalos, aporreaban los pupitres para impedir que se escuchara a los oradores o acudían a las sesiones provistos de pitos para silbar a sus adversarios. Los «jabalíes» no estaban contrariados, sino orgullosos de serlo y acudieron un día en grupo a ver a Unamuno, también diputado de aquellas Cortes de 1931. «Don Miguel, aquí tiene usted a los cinco jabalíes de la Cámara». Unamuno contestó: «Imposible. Los jabalíes van solos o en parejas. Los que van en piaras son los cerdos».

  5. La legislatura más efímera; la vida de un diputado más pasajera; y un presidente a la fuga

    Diputados en la Cámara Baja, a mediados del siglo XX
    Diputados en la Cámara Baja, a mediados del siglo XX - archivo abc

    La legislatura más corta de la historia del Parlamento español acaeció en 1857, que constó únicamente de 59 sesiones. «El presidente del Congreso era Don Francisco Martínez de la Rosa y el jefe del gobierno el general Narváez. Inspirándose en ella, se dijo lo de "en un abrir y cerrar de Cortes"», comenta Carandell en las páginas 65 y 66 para, diez páginas después, hablar de cómo Antonio Aparisi y Guijano murió en su escaño en el Senado el 8 de noviembre de 1872 cuando justo acababa de pronunciar uno de sus discursos como el «orador sagrado» que era. Era un diputado carlista y católico con fervor. Valenciano y falleció, como se ve, en acto de servicio.

    El «Ministerio relámpago» aparece en la página 165 y fue el que en 1849 formó el conde de Cleonard, Don Serafín María de Soto, que formó gobierno el 19 de octubre y dimitió el 20.

    Por su parte, Estanislao Figueras fue el primer presidente de la República Española que interpretó una sonada fuga siendo jefe del poder Ejecutivo, ante los rumores de que elementos revolucionarios estaban dispuestos a atentar contra su vida (página 83).

    Hubo un presidente del Congreso de los Diputados, el famoso dramaturgo Don Adelardo López de Ayala, que llegó a parar una sesión para terminar una obra titulada «Consuelo». No tiene desperdicio el apunte recogido en el Diario de Sesiones: «La Cámara, que conocía la preocupación del dramaturgo, le dedicó una ovación».

    Otro presidente de la República, Pi y Margall, personifica otro epígrafe destacado tan en boga aún en nuestros días, a cuenta de los cargos que pueden atribuirse a un empleado público. Se detalla cómo Pi y Margall se quedó trabajando en el Ministerio y pidió cena, pero no la cargó al presupuesto del Ministerio en el «Lhordy». Espetó al ujier que contravino su orden: «Pues se acabó la costumbre de cenar a cargo del presupuesto».

    El sentido práctico llegó a la Cámara Baja de la mano del Gobierno de Sagasta, con su receta que sería aplicable también a fecha de hoy para los desastrosos años económicos de fin de siglo: «Ya que gobiernan mal, por lo menos gobiernen barato», rogó Sagasta a sus coetáneos (página 117).

  6. Top de las frases más gloriosas o históricas: ¿cuándo se pronunció «ha muerto la Santa»?

    archivo histórico abc

    22 de febrero de 1813: «Después de acaloradas discusiones, las Cortes de Cádiz abolieron el Santo Oficio al considerar que la Inquisición era incongruente con la Constitución» aprobada el día de San José (de ahí el sobrenombre de la Pepa) del año anterior. La noticia fue acogida con un gran entusiasmo en la ciudad andaluza, de manera que la gente salió a la calle gritando con sorna "ha muerto la Santa"» (página 34 del libro «Las anécdotas del Parlamento. Se abre la Sesión», editado por Planeta).

    El presidente del Consejo de Ministros a finales del siglo XIX Francisco Silvela mantenía un día una conversación con la mujer de un diputado silencioso hasta el extremo. En esa charla ella le confesó que su marido hablaba siempre mucho en sueños y que en ese momento estaba preocupada porque su cónyuge se despertaba por la noche sin despegar los labios. Respondió Silvela: «Es que soñará que está en el Congreso». Otra intervención con las cónyuges como copartícipes de la sesión fue aquella de 1934 en la que Don José María Gil Robles fue interpelado con un reproche censor: «Su señoría es de los que llevan todavía calzoncillos de seda». La defensa de Gil Robles a la falta de respeto abrazó la socarronería: «No sabía que la esposa de su señoría fuese tan indiscreta...», le dijo.

    En el «top» de frases encomiables escuchadas dentro del Parlamento no puede faltar alguna del cinco veces presidente del Gobierno Antonio Maura, quien tenía una gran capacidad de «repentización» (término de Carandell) y un día, cuando un diputado le espetó una contradicción, él repelió el ataque con un inefable «yo no creo ser tan pecador que merezca leer mis propios discursos». Otro día en las Cortes Maura interrumpe un discurso a un diputado para preguntarle «¿qué tal la niña?» delante de todo el hemiciclo, ya que la menor estaba gravemente enferma.

    De jaculatorias fervorosas...

    Una jaculatoria sorprendente fue la del «Montoro» del gabinete de Maura, Don Gabino Bugallal, a quien el conde de Romanones recriminaba un gasto. Gabino soltó un «¡Ave María purísima!» sin saber qué más decir, a quien el conde absolvió gloriosamente: «¡Sin pecado concebida!, pero los gastos de personal aumentarán en 350.000 pesetas». El conde entronizó posteriormente a un diputado bajito al que, con malicia, le dijo en sede parlamentaria: «¡Póngase en pie su señoría!» y estalló el hemiciclo en una carcajada.

    El mismo conde de Romanones admitió en la tarima que de no haber padecido cojera se hubiera decantado por el toreo, aunque estableció una equiparación memorable entre las dos artes: «El toreo, como la política, requiere vista para entrar a tiempo en la suerte; corazón para rematarla; técnica para desplegarse del enemigo; agilidad de brazos para vaciarlo, evitando el embroque; oportunidad para entretenerlo dándole una larga y tantas otras cosas muy parejas. En la plaza y en el Parlamento existe igual emulación entre los primeros espadas y los oradores cumbres; y hasta no falta la pugna de los jóvenes queriendo desplazar a los viejos y el choque entre la escuela antigua y la moderna».

    Una de las más curiosas frases plasmadas en el Diario de Sesiones fue la atribuida a un diputado al que hizo decir que estaba «dotado de un vientre magnífico», cuando su afirmación fue «dotado de un verbo magnífico». Fue curioso que no se modificase tras la protesta del «afectado». El presidente de entonces de la Cámara, Miguel Villanueva (en 1918) sentenció lacónico: «No ha lugar a rectificación». El diputado víctima del «lapsus linguae» que nunca vocalizó era Don Felipe Lazcano. Quede al menos aquí reflejado.

    Prohibidos los milagros en el Parlamento

    De entre las mejores aseveraciones entonadas en el encerado fue la que pronunció Canalejas como presidente del Consejo de Ministros de 1911, procedente del cartel que había mandado poner un alcalde y que rezaba: «Se prohíbe hacer milagros en este sitio». Visto lo visto, el Parlamento acató con el mandato de Canalejas hasta nuestros días. Cuando a Canalejas José Francos Rodríguez, entonces presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, le recomendó que contratase a un amigo suyo y le contó su pasado lúdico, el presidente le respondió con otra frase memorable: «¿Inteligente y juega a la lotería? Yo no le hago gobernador». Y asunto zanjado.

    Una sentencia que merece traer a colación, aunque solo sea por el don de la oportunidad, fue la del diputado radical Algora que se subió a la tarima y afirmó contundente «¡Esto está más claro que la luz!» y el salón de Sesiones se apagó entero por una avería.

    Y, como enunciado histórico, el del diputado comunista Ramón Franco en 1933 que propuso que las Cortes fueran retransmitidas por radio y de haberlo conseguido el Parlamento español habría sido pionero en el mundo. Al rechazo de la Cámara inquirió: «¿Pero qué miedo tienen sus señorías a que el país sepa lo que dicen?».

    Cela fulminó «edad núbil» de la Carta Magna

    Fue un senador -por designación real-, Camilo José Cela, quien se «cargó» la expresión «edad núbil» del texto constitucional cuando se tramitaba su ponencia. Esa edad se refería a aquella en que las personas ya pueden contraer matrimonio. Según Cela, incluir esa frase era redundante porque edad núbil ya quería decir edad apta para contraer matrimonio. El texto que proponía el Congreso, según el novelista, se traducía de este modo: «A partir de la edad en que la persona ha llegado a la edad apta para contraer matrimonio, el hombre y la mujer podrán contraer matrimonio». La dulce expresión se evaporó del texto.

    ¿Por qué a cada receso del Congreso acabó conociéndosele como el «coffee break»? Porque un día Manuel Fraga pidió en el curso de los trabajos de la comisión constitucional un descanso de diez minutos con esa expresión tan sajona, que luego todos se esforzaban en reiterar e imitar. Y en la compilación de grandes frases no se puede olvidar la de Carlos Navarrete en aras de recriminar al ministro de Agricultura de UCD, Jaime Lamo de Espinosa, una repoblación indiscriminada a comienzos de los ochenta. Lo hizo de esta forma: «El eucaliptus es un árbol de derechas porque solo produce beneficios al empresario. Es genocida porque afecta a la fauna y a la flora. Es anticristiano porque va contra lo que debe ser idílico paraíso terrenal, y es además un vampiro vegetal, analfabeto e imperialista».

  7. Un hemiciclo entre Reyes y Reyes en el hemiciclo

    En la reforma reciente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, el presidente de la Cámara Baja actual, posa junto a la sala Prim
    En la reforma reciente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, el presidente de la Cámara Baja actual, posa junto a la sala Prim - jaime GARCÍA

    Fernando VII juró la Constitución doceañista en 1820 y publicó al día siguiente el famoso manifiesto que contiene su célebre fórmula de «debemos marchar francamente, y yo el primero, por la senda constitucional» que abrió un nuevo camino al país.

    Fue en tiempos de este Monarca cuando otra cuestión -que también se discute a fecha de hoy- invadió el hemiciclo. La libertad de culto fue defendida por un diputado en las Cortes, quien tuvo a bien rememorar entonces lo que había sucedido en la Asamblea francesa. Allí, un diputado católico pidió que se colocase un crucifijo en el lugar presidencial y la iniciativa no prosperó porque se pidió aceptarlo solo si se ponía a los pies de la divina imagen la frase «Perdónalos, señor, porque no saben los que hacen».

    Otra pregunta para un buen aficionado al Trivial: ¿quién fue la Reina que colocó la primera piedra en el antiguo solar del Convento del Espíritu Santo? Isabel II, el 10 de octubre de 1843.

    ¿Cómo aceptó el trono Amadeo de Saboya? En los debates previos a su elección por las Cortes como Monarca de los españoles se enzarzaban los diputados en relación al idioma nativo en que debía jurar el Rey, ya que no dominaba el castellano. El diputado Juan Manuel Cabello tomó la palabra: «Se me ocurre la duda de cómo ha de jurar el Rey, si en italiano o español. Para evitar ese conflicto yo suplicaría a las Cortes que se difiriera por algún tiempo la elección del Rey hasta que el candidato aprendiera el español».

    En otro contexto, el de junio de 1870, el jefe del Gobierno, Don Juan Prim, alegó en el Congreso: «Señores, ni tenemos Rey ni sé cómo encontrarlo». El gobierno salido de la revolución de la «Gloriosa» no encontraba candidato para la Corona y habían fracasado varias opciones al «peligroso trono español», por lo que el eslogan que se perfiló esos días en las crónicas parlamentarias fue el de «Se alquila un trono».

  8. El día que votó el cementerio de Huesca en el Congreso y otros fraudes

    archivo histórico abc

    La estampa es impagable: Don Eduardo Dato no tiene ministro de Guerra y va caminando con un amigo político andaluz por el Retiro. Se cruzan con una muchacha bella y el del sur recomienda con guasa: «Haga usted ministro a "eza"». Y Eza, el vizconde de Eza, aristocrático agricultor castellano es nombrado en la siguiente sesión ministro de la Guerra. La relación de Dato con los periodistas era curiosa, como cuando despejaba una pregunta capciosa: «¿Saben ustedes guardar un secreto? Pues permítanme que éste lo guarde yo».

    Relata Carandell algunas andanzas que son un compendio magistral de cómo se hacían en España las elecciones a comienzos de siglo XX. Por ejemplo, el político gaditano Félix Azzati recaudaba votos, como el de un labrador, al que dio un cigarro con tal de obtener su papeleta. «Cuente con ello. ¿Qué día quiere que vaya a depositar mi papeleta en la urna?», interroga el agricultor, a lo que Azzati responde que qué día va a ser, el domingo electoral. «El domingo... el domingo no puede ser porque estoy comprometido con otro. Pero el lunes, o el martes, cuente usted con mi voto», contesta el «comprado».

    El nepotismo estaba a la orden del día durante el siglo XIX y buena parte del XX. En una sesión del Parlamento de la República, el diputado Ossorio y Gallardo se quejaba de la situación política con el lamento «¿qué será de nuestros hijos?» y desde el fondo del salón de Sesiones emergió una voz, muy concisa: «¡Al de su señoría le hemos hecho subsecretario!».

    En relación con el fraude electoral en la apertura de las Cortes de 1843 hay un episodio sorprendente. Entre los diputados progresistas se encontraba sentado Madoz, que había sido elegido por Lérida aunque era natural de Pamplona, quien dijo: «...en Huesca, lo mismo que en Barbastro, votan los que murieron hace cinco años; en Huesca votan hasta los niños de teta, los que murieron hace muchos años, los que están a cincuenta leguas de distancia y resulta, según probé el año pasado, que votaban más electores que vecinos y aquí se ha justificado que votaron niños de trece y catorce años. De mí sé decir que, habiendo llegado a ver las listas de Barbastro, entrando en el ayuntamiento para tratar de las elecciones, me encontré con tantos muertos que creí que había votado el cementerio».

  9. El primer encuentro futbolístico; el primer «manda huevos» y el primer «miembras»

    abc

    En la página 212, Carandell relata el primer encuentro futbolístico que enfrentó al conjunto de los informadores parlamentarios y a los propios diputados. Se habla de Felipe González bajo los palos con un «flamante jersey colorado». Jugaron también Marcos Vizcaya, Viana, Meilán Gil y Pujalte, Fuejo y Benegas, Tamames, Parera... Miguel Roca no pudo jugar y Manuel Fraga lamentó que compromisos anteriores le habían impedido acudir, no sin antes advertir que era «un jugador muy duro en el campo». Ganaron los periodistas por cuatro goles a tres, para los curiosos. El árbitro -estaban en plenos trabajos de la Comisión Constitucional a finales de los setenta- fue otro incombustible de la política, Gregorio Peces Barba.

    Hablando de los preparativos de la Carta Magna de 1978, se recoge una anécdota que los jóvenes no recordarán hoy pero que en su día fue trascendental. ¿Quién filtró el borrador del texto constitucional, lo que se tildó como «el robo de la Constitución» española? Tres redactores de «Cuadernos para el Diálogo», José Luis Martínez, Soledad Gallego Díaz y Federico Abascal, fueron los firmantes de la información consagrada. Y Peces Barba llegó a dimitir de sus cargos en la revista por esta publicación. Se especuló mucho sobre quién había sido la «Garganta Profunda» en España que había facilitado una copia a los periodistas, que resultó que se había sacado del despacho del abogado. Nunca se explicó cómo se obtuvo la copia del borrador más codiciado del momento ni cómo consiguieron los papeles que entonces reescribieron la historia de España. Pero salió antes publicado y así se pudo limar partes de la redacción cuyo estilo era «pedregroso». Los artículos más confusos se remozaron.

    Al conocido «manda huevos» de Federico Trillo como presidente de la Cámara Baja le salieron imitadores históricos que se dejaron el micrófono abierto, como el presidente Emilio Attard que saludó una intervención de Peces Barba con un «es un chico encantador que ha tenido que aguantar muchas cabronadas»; como también había tenido un precedente el «miembros y miembras» de Bibiana Aído, ministra de Igualdad en el gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, y de la mano, nada menos, que del novelista Camilo José Cela. El gallego acuñó «señores senadores, señoras senatrices», así que Aído no fue la primera que se inventó un género femenino independiente en una intervención parlamentaria. No obstante, el de Iria Flavia se explicó: «Si se dice actor y actriz, emperador y emperatriz, ¿por qué no se va a decir senador y senatriz?». El presidente de la Comisión Constitucional, José Federico de Carvajal, remachó: «Estoy de acuerdo con Cela en que se diga senatriz y no senadora. Pero con la condición de que se llame senatroces a los senadores».

  10. Retirada ficticia de Felipe González y la fidedigna del primer tránsfuga

    El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, defiende en el Congreso este año la postura del Ejecutivo en una iniciativa parlamentaria
    El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, defiende en el Congreso este año la postura del Ejecutivo en una iniciativa parlamentaria - abc

    Los tránsfugas siempre han dado mucho juego. Es una figura como la que encarnaron en tiempos recientes -2003- los socialistas Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, con su ausencia de la votación del presidente de la Comunidad de Madrid en la Asamblea regional. Si bien en un momento político y en el ruedo nacional sucedía con toda naturalidad y solo por conveniencia entre una y otra ideología. Históricamente, esta figura está representada por un famoso senador catalán, Don Emilio Junoy, que dejó inicialmente el catalanismo por el reformismo y luego por el partido liberal monárquico del conde de Romanones. En este aspecto los ingleses siempre rescatan la misma historia de dos amigos diputados para explicitar un «cambio de chaqueta». Los dos parlamentarios pertenecían al Partido Conservador y uno de ellos decidió de pronto hacerse laborista. «¿Cómo es posible que tú, de derechas de toda la vida, te hayas pasado al partido contrario?», españoliza la anécdota el autor de este libro. El interpelado respondió: «Es que me sentí enfermo, el médico que dijo que me quedan solo seis meses de vida y entonces pensé: "mejor que sean ellos los que sufran la irreparable pérdida"».

    Quien finalmente no protagonizó una «espantada» seudoanticipada de la Cámara fue el exjefe del Ejecutivo Felipe González. Un rifirrafe memorable de la era moderna le tuvo a él como epicentro, junto al líder de la oposición José María Aznar, en el debate de investidura del primero en el año 1989. «Usted ha pasado de ser un soñador que necesitaba 25 años para dar forma a su proyecto a ser un hombre que piensa en la retirada», le soltó el castellano-leonés. A lo que el andaluz replicó, con mucha guasa y revocando esa intención de huida: «Es verdad, pero después de oír a su señoría no me parece ya una buena idea». Y se quedó algunos años más, como es bien sabido.

    Siguiendo con Aznar, su ministro de Administraciones Públicas, Mariano Rajoy, motivó una frase del otrora presidente que demostró que el jefe de filas del PP conocía bien el lenguaje parlamentario, puesto que ya contaba con antecedentes clásicos, tal y como recoge Carandell. Rajoy olvidó citar el nombre de su Ministerio al jurar el cargo ante el Rey y Aznar se lo recordó en la recepción posterior: «Mariano, lo importante es ser ministro, aunque sea de Marina».

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