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Florenci, el 'molt' ambicioso

El padre del expresidente de la Generalitat empezó de botones en un banco y acabó creando el suyo y haciendo de los Pujol una estirpe de millonarios.

josé ahumada

En sus memorias, Jordi Pujol (i Soley) recuerda a su padre como un hombre arrebatador, muy guapo y con buena planta. Esa apostura, apreciable incluso en sus últimas fotos, ya septuagenario, no formó parte de la herencia que recibió el expresidente catalán, a quien, en cambio, legó algo mucho más valioso, y no son esos ciento y pico millones de euros que supuestamente dejó en bancos de Suiza y Liechtenstein: le transmitió un olfato para el dinero tan fino y preciso como el que los canes adiestrados tienen para buscar trufas.

De no mediar la Primera Guerra Mundial, los Pujol podrían haber sido millonarios mucho antes, pero para su desgracia la contienda arruinó a Ramiro, el abuelo, y a su fábrica de tapones de corcho que vendía a los bodegueros de champán francés. Si, por un lado, esas circunstancias adversas obligaron a empezar casi de cero a su padre, hicieron posible por otro que éste desarrollase todo su potencial para lograr enriquecerse.

La trayectoria profesional de Florencio –después Florenci– Pujol i Brugat (Darnius, Gerona, 1906-Barcelona, 1980) arranca cuando, con 17 años, empieza a trabajar como mozo de los recados para una empresa textil. Enseguida se dio cuenta de que no era ese el mejor empleo para llegar a donde quería, y lo cambió por el de botones en Banca Marsans donde, al menos, sentía el dinero más cerca.

Florenci no solo era ambicioso sino, sobre todo, espabilado, así que fue ascendiendo y adquiriendo responsabilidades en la entidad hasta hacerse con un hueco en la mesa de tesorería. Allí se familiarizó con el manejo de capitales y empezó a hacer sus pinitos en la Bolsa. Con 21 años se sintió lo suficientemente preparado como para dejar el banco y establecerse por su cuenta.

Se asoció con Moisés Tennembaum, un tratante de diamantes judío con el que trabajó como corredor bursátil y con quien pondría también en marcha otro negocio algo más opaco de compraventa de divisas. Según sus críticos, compaginó esta ocupación con la de estraperlista de productos de primera necesidad en aquella época de carestía. Incluso ellos reconocen su habilidad con los números y para almacenar en su memoria todas las operaciones y su intuición con los negocios. Como era menudo se le conocía por ‘el Pujolet de la Borsa’.

Un colegio filonazi

Mientras prosperaba, Florenci contrajo matrimonio con María Soley, hija de un acomodado agricultor, quien le daría tres hijos: Jordi, el primogénito –Jorge Juan Ramiro a efectos de Registro–, María y Joan, que murió siendo un bebé. En sus memorias –‘Jordi Pujol. Historia de una convicción. Memorias (1930-1980)’–, su hijo lo describe como «catalanista», y asegura que durante la República «votó a ERC». No explica cómo, estando tan convencido, pudo matricularle en el Colegio Alemán, entonces descaradamente filonazi, donde se educaban los hijos de la élite catalana. «Es cierto que, cuando salía el tema, Jordi Pujol pasaba de puntillas sobre los porqués», recuerda el periodista Ramón Pedrós, su responsable de prensa en la Generalitat durante una década y autor de varios libros sobre el expresidente. «Supongo que le resultaba ciertamente incómodo justificar su paso por el centro, aunque le vino muy bien: habla alemán con fluidez y eso le permitió codearse con importantes personalidades de aquel país».

Debió de ser por aquel entonces cuando Jordi tuvo la revelación que marcaría el rumbo de su vida y que él mismo se ha encargado de contar de mayor dándole una mano de barniz místico. Andaba el chico de excursión con su tío Narcís Pujol y un amigo de éste por el Tagamanent, un modesto pico en la comarca del Vallés, cuando, desde la cumbre, divisó las ruinas de un pueblo destruido por los combates de la Guerra Civil. «Cuántos años deberán pasar antes de que hayamos podido reconstruir todo esto», comentaron sus acompañantes. Por lo visto, en ese preciso instante, y eso que solo tenía once años, Jordi asumió el reto de reconstruir Cataluña. Claro que, a la luz de las últimas revelaciones sobre su fortuna, cabe la posibilidad de que no se tratase de la visión de un estadista, como se ha venido interpretando, sino de la de un empresario de la construcción. En cualquier caso, este decisivo momento para el hijo no dejó huella destacable en la biografía del padre, que siguió dedicándose a hacer más dinero.

Los 50 fueron una década movida para Florenci. Empleó los beneficios de sus actividades en la compra de los laboratorios farmacéuticos Fides-Martín Cuatrecasas. Jordi, que le salió listo y emprendedor, le ayudó a reflotarlo: insistió en que invirtiese 50.000 pesetas para desarrollar un medicamento que resultó exitoso –Neo-Bacitrin–, y rentabilizó así sus estudios de Medicina.

También fue su hijo quien le convenció de que se metiera a banquero. Con Moisés Tennembaum, adquirió en 1959 la Banca Dorca de Olot, que hicieron figurar a nombre de sus respectivas esposas ya que ellos acababan de aparecer en una lista de evasores de dinero con rumbo a Suiza, un país al que los Pujol han demostrado gran apego a lo largo de los años. Según contó el desaparecido industrial textil Manuel Ortínez, quien fuera uno de sus clientes, él entregaba a Florenci en Barcelona «un bulto considerable» de billetes de cien, «y las pesetas convertidas en dólares aparecían en los Estados Unidos o en Suiza».

Agenda delatora

La trama se destapó tras la detención, un año antes, de George Laurent Rivara, delegado de la Societé de Banque Suisse en España y encargado de captar capital entre las familias más acomodadas, con una agenda en la que figuraba una relación completa de operaciones financieras irregulares junto a un amplio listado de apellidos ilustres.

La Banca Dorca de Olot se convertiría en Banca Catalana, con Jordi como un jovencísimo gerente –con tan solo 29 años– peligrosamente atraído por la política: en 1960 fue detenido por animar al público a entonar ‘El cant de la Senyera’ en un homenaje al poeta Joan Maragall celebrado en el Palau de la Música. Sin duda, con Franco se cantaba peor: pasó dos años y medio en la cárcel y Florenci llegó a presentar una denuncia por tortura contra un comisario de policía.

Banca Catalana experimentó un enorme crecimiento mientras Jordi, superado el bache, apostaba por una lucha más pragmática contra el régimen. En 1977 lo dejó todo en manos de su padre, que ocupó su puesto de vicepresidente ejecutivo en el grupo bancario, para dedicarse en exclusiva a la política.

Florenci falleció de un ataque al corazón el 30 de septiembre de 1980. Se fue con la satisfacción de ver cómo, unos meses antes, su hijo se convertía en presidente de la Generalitat, y se ahorró el disgusto de asistir a la quiebra de su banco por una mala gestión que quedó sin castigo: hicieron falta 300.000 millones de pesetas de dinero público para reflotarlo. Seguro que tampoco le habría gustado ver ahora a Jordi echándole la culpa por esos millones que, un día por una cosa y otro día por otra, no tuvo ocasión de regularizar en más de treinta años. Y no es por la mentira: con lo espabilado que era el muchacho seguro que nunca hubiese esperado de él una excusa tan pobre.

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