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EL PULSO DEL PLANETA

¿Adictos al móvil?, circulen por su carril

La megalópolis china de Chongqing reserva un espacio viario para que no molesten los peatones enfrascados en sus móviles

¿Adictos al móvil?, circulen por su carril ABC

PABLO M. DÍEZ

La adicción planetaria a los móviles llega a tal extremo que una ciudad china ha reservado la primera acera exclusiva para peatones que vayan hablando por teléfono o con la vista fija en su pantalla . Según las fotos que circulan por internet, dicho carril mide unos treinta metros y está indicado con unos móviles pintados en el suelo y una señal donde reza que es el primero de semejantes características en China.

Con una raya blanca que divide la acera en dos, en una mitad se puede ir andando mientras se usa el teléfono, y en la otra no. Aunque parece una campaña promocional, la ciudad de Chongqing pretende así ahorrarles a sus habitantes los frecuentes tropezones con otros transeúntes que protagonizan quienes no pueden desconectar del móvil ni un segundo. Bañada por el Yangtsé y cerca de la presa de las Tres Gargantas, Chongqing es una caótica megalópolis industrial de 30 millones de habitantes paradigma de la revolución urbanística que vive el coloso oriental al amparo de su crecimiento económico.

Aparato imprescindible

En China, donde 700 de sus 1.350 millones de habitantes tienen ya un «smartphone», la adicción al móvil es si cabe más fuerte que en el resto del planeta, donde se ha convertido en una extensión de nuestras manos que nos acompaña a todas horas. Ya sean los iPhone de Apple, los Galaxy de Samsung, los HTC, los Huawei o los Xiaomi –una marca china muy popular gracias a sus precios económicos–, el dichoso aparatito se ha vuelto imprescindible en la vida cotidiana. Desde que el visionario Steve Jobs inventara el iPhone en 2007 , estos «cacharritos» han revolucionado la sociedad contemporánea poniendo al alcance de todo el mundo un pequeño ordenador portátil que nos permite estar permanentemente conectados a internet, el nuevo universo virtual.

Desde Tokio hasta Hong Kong, pasando por Pekín y Shanghái, en cualquier calle de una megalópolis asiática sus viandantes caminan enfrascados en sus terminales sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor. De cada diez peatones, al menos siete van hablando a voces por teléfono –más en China que en otros países más civilizados–, enviando mensajes, consultando el correo electrónico, navegando por internet, jugando a algún videojuego descerebrado como «Candy Crush» o «Call of duty» e incluso viendo la televisión o alguna película . Los menos, por desgracia, van leyendo un libro, escuchando música o simplemente paseando. Y en los restaurantes, por su parte, no hay plato que se libre de ser fotografiado para ser exhibido al instante en internet.

En una reciente encuesta del portal chino zhaoping.com, dedicado a la búsqueda de trabajos, el 80 por ciento de sus 10.000 empleados reconocieron sufrir una «seria adicción» a sus móviles, según «The Telegraph» . Una cifra que no resulta descabellada, a tenor de las colas kilométricas que se forman ante las tiendas Apple de Pekín y Shanghái cada vez que se lanza un nuevo iPhone al mercado, en el que muchos de sus compradores se llegan a gastar hasta el doble de su sueldo por considerarlo un símbolo de su estatus social.

Para estar a la última, nada como tener los «smartphones» más recientes, fabricados además en las gigantescas fábricas que la multinacional taiwanesa Foxconn gestiona en China, donde emplea a un millón de trabajadores que cobran poco más de 200 euros por ensamblar estos «cacharritos» que nos han cambiado la vida. No siempre, necesariamente, para bien.

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