Una cita con Andrea Zarraluqui, la artista de los platos

Nos abre las puertas de su casa y taller en el que crea las vajillas pintadas a mano que la han convertido en famosa

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En un piso que perteneció a su bisabuela, orientado al sur en pleno barrio de Salamanca, vive y trabaja Andrea Zarraluqui. Yo había intentado visitarla antes de Navidad, con idea de enseñaros algunos de mis objetos de deseo para regalo, pero circunstancias familiares me obligaron a posponer la cita (ella había sido tan generosa de acceder a verme a pesar de estar de trabajo hasta arriba en esas fechas). Como todo llega, hoy por fin encontramos un hueco. Y mientras paseo por calles repletas de tiendas increíbles que ya exhiben las colecciones de primavera –lo de las rebajas es una ordinariez-, disfruto imaginándome botes de pigmentos, pinceles de marta cibelina, platos de porcelana esperando su turno… ¡pero lo que me encuentro es mucho más!

Andrea es delgada y estilosa, con voz grave y unos bonitos ojos oscuros que derrochan inteligencia y curiosidad. Me ofrece un café y la acompaño por un pasillo que deja entrever habitaciones repletas de cajas -uff, qué ganas de abrirlas-, hasta la cocina. Prepara una bandeja con dos tazas monísimas, como no podía ser menos, y nos sentamos en un salón con unos enormes ventanales que lo inundan todo de luz. Una chimenea preside la estancia atiborrada de objetos curiosos, de piezas únicas, aves disecadas, porcelanas alemanas de los años setenta, una champanera con patas de pato que ella usa de macetero, cuernas de corzo, apliques de bronce con forma de hojas y lámparas con forma de piña de Máximo Bravo, de El Ocho. ..¡Un auténtico gabinete de curiosidades o cuarto de maravillas digno de un aristócrata del siglo dieciocho!

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Me resume un poco su vida: nace en Londres, pasa su infancia en Jerez, de donde es su madre, estudia en Madrid, Londres y Nueva York y hasta hace unos meses trabaja de responsable de comunicación en una cadena hotelera. Pintaba intensamente por las tardes y los fines de semana (así ha aguantado como una jabata durante ocho años) pero el volumen de pedidos no cesa y finalmente toma la decisión, valiente, de convertir su hobby en su profesión.

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Mi formación de restauradora hace que me interese enseguida por la técnica y Andrea no duda en ponerse manos a la obra para que vea el proceso por mí misma. Mientras, hablamos de pinceles (tiene de todo: paletinas, redondos, pequeños y grandes, de pelo natural y sintéticos, brochas de maquillaje, etc) y de pigmentos, muchos de ellos antiguos y difíciles de encontrar que guarda para ocasiones especiales que nunca llegan, porque son sus tesoros y cuesta gastarlos.

Se coloca bien las medallitas que le cuelgan de la muñeca y comienza limpiando el plato con alcohol para que no quede resto alguno de suciedad. Con una espátula coge un poco de pigmento del color elegido. Le añade unas gotas de aceite de copaiba y con el pincel mojado en aguarrás le va dando la consistencia deseada. No puede estar muy líquido porque tarda mucho en secar y al horno tiene q ir completamente seco para evitar que sufra cambios- me explica. Y va pintando ramas de un color siena tostada, para un encargo con ramas y mariposas. Me cuenta que hay motivos que se sabe de memoria (como las hojas de banano que la han hecho famosa), aunque prefiere copiarlos de alguno de los numerosos libros que tiene, de botánica, de aves o de arte para asegurar un mayor realismo. A veces deja secar el plato antes de continuar, para poder manipularlo mejor sin que la pintura se corra, pero siempre teniendo en cuenta que no se puede retocar sobre una pintura ya seca, porque se levantaría. La técnica es muy similar a la acuarela: de claros a oscuros, respetando los blancos y evitando excesivas mezclas que ensucian los colores (especial cuidado con los rojos de cadmio, que acaban convirtiéndose en marrones).

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Una vez acabada la pintura, lo pone en el horno, unas 14 horas, y solo puede meter 12 piezas a la vez. Está claro que la cantidad que puede producir es muy limitada. Por ello, uno de los proyectos en los que está trabajando es crear una línea de platos que no sean pintados a mano, sino calcados, algo más económica, aunque siempre ediciones específicas, con platos de Limoges con filo de oro. El problema está siendo encontrar unas calcas de una calidad que satisfaga su alto nivel de exigencia. Porque si tuviéramos que buscar unos adjetivos que reflejen su personalidad, uno sería, sin dudar, perfeccionista. Además de curiosa, pues no deja de investigar, de hacer pruebas y aprender nuevas técnicas. Me muestra un platito donde está intentando conseguir efecto de marmorizado. También unos platos que ha hecho ella misma con porcelana, por el gusto de conocer todo el proceso. Y unos bajoplatos de gres portugueses que está pintando, maravillosos, pero que no aguantan bien la temperatura del horno y estallan.

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Y así, hablando de cómo hacer moldes, de sus proyectos, de lo que tiene entre manos y de lo que bulle en su cabeza, del mural que está preparando para un restaurante y necesita replantear en el suelo del salón para ver el efecto del conjunto, de futuros talleres, de la colección de papel pintado que acaba de diseñar para Cordonné, etc. se nos pasa la tarde volando. Me vuelvo a casa con la cabeza llena de imágenes bellas, inspiradoras, con una energía enorme y unas ganas locas de rodearme de cosas bonitas. ¡Gracias, Andrea!
Las fotos son de Cuarto de Maravillas

P.D. Si, como es normal, os habéis vuelto locas con sus platos y queréis hacerle un encargo, contactadla en su mail: azarraluqui@yahoo.com

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